Por Pedro Miguel López Muñoz – Sacerdote, canónigo de Ibiza y sociólogo.
Nuestra sociedad durante el siglo XX y estos 20 años del XXI, ha crecido de forma trepidante, y a nivel social después de la primera gran crisis como fue la primera guerra mundial y la Segunda, se desestabilizó todo aquello que había conseguido la revolución industrial y la revolución del proletariado. Las sociedades empezaron a crecer y se empezaba a construir un mundo totalmente dependiente del dinero y del desarrollo de los núcleos urbanos, donde se acumulaban personas que, empezaba a abandonar el campo para ir a vivir a los lugares donde se creaba industria, así se empiezan a super-desarrollar las ciudades convirtiéndose en macro ciudades.
Todo esto nos hace desembocar en un nuevo orden político social y económico que fue llamado Capitalismo, y que también entraría en crisis con el crack de la Bolsa de Wall Streat y el hundimiento de todo. Ese sistema que se había construido y que regulaba la sociedad mundial desarrollada, ya había pasado a la historia. Casi todo este sistema que la economía y la industria había creado, resurge de sus cenizas y se crea un nuevo sistema económico que es llamado: neo-capitalismo y más tarde como hijo del neocapitalismo aparece el consumismo: consumir para fabricar y fabricar para consumir con desmesura, y de este modo fluye la economía como si de un torrente de agua se tratara haciendo al primer mundo más rico, y con mayor poder adquisitivo, terminando por tildar nuestro modelo social como “sociedad del bien estar”. Pero que ironías de la vida, cuando más poder adquisitivo tenemos, cuanto más ganamos, mayor es nuestro gasto y más crecen los problemas, y además el hombre que por naturaleza es un ser social se vuelve “antisocial”.
Empezamos a montar guetos de relaciones que tienen la extensión muy corta. Ya el colmo de nuestra sociedad del siglo XXI es el boom de la informática liderada por China y las redes sociales, hasta llegar al punto de que ya no nos hablamos ni con nuestros familiares de forma oral, ni con nuestros convecinos ni con casi nadie, es causa de auto-marginación voluntaria. De este modo nos llegamos a encontrarnos 4 personas en un restaurante compartiendo mesa, sin articular palabra, y sin embargo hablando entre nosotros por “Wassap”, o con gente extraña, en ese momento de la reunión en cuestión y en el momento relacional que estaba ocurriendo en torno a la mesa, que en nuestra cultura mediterránea es el lugar de relación por excelencia: compartir la mesa con todo lo que ello comporta. Analizando todo esto vuelvo al título de este articulo: “Dios habla a través de los acontecimientos”.
Es verdad que los que nos hemos parado con antelación y hemos analizado la situación social y la evolución de la sociedad actual, nos dábamos cuenta que esto, permitidme la palabra “iba a petar”, es decir, que este sistema social iba a llegar a un punto que iba a llegar al colapso e iba a ser insostenible. Me venía a la memoria y al recuerdo la “Torre de Babel”, y la “parábola del gigante de pies de barro” o el “becerro de oro” que hizo el pueblo de Israel a los pies del monte. Dios de alguna manera avisa al hombre de su soberbia, de esa gana desmesurada de poder y de buscar la felicidad allí donde no está, ya que esta, en realidad, está en el interior del ser humano, no hay que buscarla fuera sino dentro de uno mismo; después de toda esta reflexión sobre esta sociedad nuestra actual corrupta en todos los sentidos, sin sentido, y que está matando nuestros recursos y matando a nuestra Madre biológica que es la Tierra, esta ha hablado y con fuerza; está dolida y herida, y ahora hemos de pasar por un momento de crisis, de crisis gravísima como es esta pandemia.
Analizando esta nueva crisis la cual el mundo no sabe todavía por donde cogerla, de la cual solo sabe que nos está matando y enfermando y destruyendo todo el orden social establecido y conocido hasta ahora, tampoco sabemos ni siquiera que camino coger y contemplamos con temor que se va al traste todo lo que se ha construido en ciento veinte años.
Me viene a la cabeza el Salmo 102 que en uno de sus versículos dice: “Los días del hombre duran lo que la hierba, florecen como la flor del campo, que el viento la roza, y ya no existe, su terreno no volverá a verla”.
¡Cuanta verdad esconde este salmo!, nos hemos creído los dueños del mundo, de la vida, de las gentes, de la tierra incluso del universo, y no es cierto. Solo espero que esta crisis que estamos pasando, nos empuje a volver a nuestras raíces humanas, que nos provoque sacar el “hombre” que llevamos dentro con sus grandes valores y ganas de construir un mundo que nos haga ser felices a todos. Un mundo que no dé la espalda a Dios ni a la trascendencia, que busque dentro de su corazón la felicidad, y con su vida, sus actos, pensamientos, sea capaz de ser feliz y hacer felices a los demás. Esta vida que vivimos está hecha para que seamos felices, y solo se es feliz cuando uno se abre al otro de forma desinteresada y al mismo tiempo a la trascendencia. Así lo decía Santa Teresa de Calcuta:” -yo soy feliz dándome-“. Que aprendamos a darnos a los demás, y de esta forma aflorará la paz interior y la exterior y la verdadera felicidad, no olvidemos el salmo, “somos como una flor silvestre” aparecemos y desaparecemos sin más, vayamos a buscar aquello que nos haga mejores sin premura.
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