Por Marco Rassmussen
Hace poco leí un artículo de Mencius Moldbug aquí enlazado. Por supuesto, no podía más que maravillarme con las frescas y potentes ideas de uno de los pocos genuinos pensadores políticos ingeniosos de nuestro siglo, el XXI. A continuación, compartiré una serie de reflexiones que esta lectura ha desencadenado en mí.
El asunto con el Poder es que es inevitable, puesto que es el efecto y defecto mismo de la naturaleza social del hombre. El poder es, por definición, un fenómeno social. No hay Poder donde hay un único y aislado individuo -si es que tal situación se diera-. El poder es una relación, una relación de tipo social y, como tal, solo puede existir donde hay contacto social. Pero no es una simple relación social, el Poder es, más exactamente, el fundamento que configura toda relación social. Emerge en cuanto dos o más sujetos se relacionan e inmediatamente establece una jerarquía, siempre uno es más poderoso que el otro. Basta con que dos individuos tengan contacto para que el Poder surja, se muestre y se ejerza.
El poder es, así, además, involuntario, pues su existencia no depende de la voluntad de ningún ser. No se trata de que los individuos lo quieran, lo requieran, lo deseen o no, es inherente a la relación social. Y, de hecho, al momento mismo del contacto entre los hombres, es el Poder lo que entreteje al tejido social. Como el hombre siempre ha vivido en sociedad, desde los primeros tiempos de su evolución, el Poder es, por tanto, tan viejo como el hombre.
Desde el formalismo político, al que suscribimos enteramente, comprendemos al Poder como la capacidad de interferir en el tejido social. Si al analizar un hecho -un echo político, ya veremos por qué-, encontramos presente este simple acto, ya estamos hablando de Poder, pero el asunto es más profundo. El Poder es a la sociedad lo que el centro de la Tierra a la Tierra misma, lo que el sol al sistema solar. Todo lo atrae, toda gira en torno a él. El poder es la fuerza sustentadora del tejido social, y como tal, su creación, mantenimiento, transformación o destrucción, dependen fundamentalmente de él. El poder es gravedad.
Entendemos al Poder así, en mayúsculas, para denotar su posición central y absoluta en lo relativo a los órdenes humanos, como una fuerza todo-contenedora, todo-generadora y, por esto mismo, todo-expansiva.
El Poder, por tanto, por definición, todo lo quiere y todo lo puede. Tal vez usted no esté interesado en el Poder, pero, querido lector, el Poder sí que está interesado en ti. Tal es la naturaleza del Poder, como fundamento mismo del Orden social, para su subsistencia, nada puede ni debe escapar a él.
Quizá haya oído la frase «puedes no estar interesado en la política, pero la política sí está interesada en ti». En un mismo sentido, puede utilizarse esta misma fórmula reemplazando «política» por «guerra» -puedes no estar interesado en la guerra, pero la guerra si está interesada en ti-, y seguiría siendo igualmente válida, tan válida como las matemáticas. Ahora, hemos involucrado a la politica y la guerra en la misma frase, y ambas han sido involucradas con el Poder. Esto nos lleva a otro punto fundamental.
Puede entenderse a la política como un espectro lineal entre dos polos de intensidad que varía de acuerdo con el nivel de acción -o “presion”- ejercida respecto al Poder. Este es un espectro activo/pasivo, donde el polo de mayor intensidad consiste en el máximo nivel de acción politica alcanzable, mientras que el polo de menor intensidad lo constituye la pasividad plena.
En el extremo de mayor actividad política encontramos a la Guerra. Siendo así, la Guerra como tal, no es el fracaso de la política -como se nos ha enseñado- sino, por el contrario, el mayor triunfo de la política. Tal como explicó el históricamente celebre general prusiano Karl von Clausewitz, «La guerra es la continuación de la política, pero por otros medios». La guerra no es más que el punto culmine de la política cuando la acción alcanza su máximo y desata de lleno la lucha por el Poder. Esta lucha puede ser por alcanzar, mantener o incrementar al Poder.
En el punto de menor intensidad, encontramos la pasividad total, que llamaremos «paz», o si prefiere, orden. Este estado significa que la política, esto es, la intensidad de presion sobre el poder, esta en su estado mínimo, o en su estado mas calmo. La politica, como vemos, no desaparece, esta siempre presente, si no activa, esta latente, presta a lanzarse en su conquista del Poder.
La politica, así, es el arte de jugar con distintas intensidades de presion sobre el Poder para alcanzar los fines propuestos. Se trata de actuar sobre el Poder para que haga lo que nosotros queremos; un juego donde se busca tentar, manipular, utilizar y /o conquistarle. La politica opera en un continuo de intensidad que mide la presion ejercida sobre el Poder o, mejor, que el Poder ejerce sobre la sociedad en la atracción magnética que genera sobre los hombres respecto de sí. La politica actúa como un magnetómetro del Poder, nos lleva hacia él. La politica es la brújula del hombre en su búsqueda del Poder.
La política es, de este modo, un perfecto indicador del estado del Poder. Cuanto más desatada está la politica, más se alborota el Poder. Cuando el Poder es alterado, toda la estructura social, al ser sostenida por él, sufre. No es descabellado afirmar que, si el Poder estornuda, la sociedad entra en terapia intensiva.
Esto nos lleva a un punto fundamental: La principal preocupación del reaccionario al respecto de la politica es la estabilidad. Como defensores del Orden, tenemos la necesidad de que el Poder se mantenga lo más tranquilo posible. Mientras el Orden se mantiene, el poder esta calmado, lo que puede entenderse como “seguro”. Seguridad es estabilidad, estabilidad es Orden, y orden es Paz. Esta es la fórmula que el reaccionario enarbola cual bandera.
Clásicamente, se discute si el Poder es posición o posesión, esto es, si se está en posición de Poder, o si se posee Poder. Realmente, son la misma cosa. Poder implica posición y posesión. La posición de poder es el punto más alto del escalafón social, y lo más alto del escalafón social reclama para sí el privilegio del uso del Poder. Weber afirmo que el Estado es aquella comunidad humana que reclama para sí “el ejercicio monopólico de la violencia”. El Estado es, así, violencia organizada. El punto es que Weber entendía a la violencia como fuerza, y la fuerza es Poder. Entonces, podemos decir que el Estado es la estructuración de la posición y posesión del Poder. Quienes están arriba lo usan y disfrutan, quienes están abajo se someten y obedecen. No importa si esto es ético, moral o justo, es la realidad. El Poder es el privilegio que adquiere la clase de hombres que transitoriamente se ubica en lo más alto del escalafón social. Y digo transitoriamente porque el Poder es eterno, lo que hace a la elite, a la posición de elite, eterna, pero las elites son efímeras.
Entonces, como el poder es posición y posesión, esto es, que es apropiado por quien lo ocupa; que el Poder este tranquilo significa que quien lo ocupa y ejerce está tranquilo, esto es, seguro. La clase que ejerce el Poder es lo que llamamos clase dominante, gobernante, dirigente o, preferentemente, clase política. Cuando la clase política está tranquila, por lo general -ya veremos las excepciones- la sociedad se mantiene en su mayor estado de salud.
Preferimos el termino clase politica porque denota el interés y la atracción particular que este grupo de la sociedad muestra por la politica, esto es, por el deseo de alcanzar, utilizar, mantener y acrecentar el Poder.
Por definición, al Poder no puede limitársele, restringírsele, contenerle, etc. ¿Por qué? Porque es Poder. De hecho, todas éstas acciones están constituidas esencialmente de Poder. -limitar al Poder requiere del poder para ello, etc-. Con lo cual, hablar de limitar al Poder es, o una contradicción en los términos, o una mera redundancia. Respecto del Poder sólo se pueden dos cosas: Calmarlo o agitarlo, asegurarlo o amenazarlo. El Poder puede ser así entendido, de un modo muy simplificado, sí, pero no por ello menos acertado, como un lactante caprichoso. Si no se le da lo que quiere, llora, y si el Poder llora, alguien terminara muerto. Mientras esté alimentado, cuidado y con sus necesidades satisfechas, será un manso niño más, el fenómeno más bello que el humano haya presenciado. De este modo, afirmamos que el Poder es, en términos freudianos, “elloico”, esto es, egoísmo puro. El Poder sólo piensa en sí mismo y en nada más. Dijimos antes que el Poder todo lo puede y todo lo quiere, pero sería más preciso decir que todo lo quiere porque todo lo puede. El Poder jamás se priva de nada.
Ahora, el Poder no tiene entidad por sí mismo, no es un fenómeno ontológico, es un fenómeno social, el fenómeno fundamental de la relación social, es la estructura, el esqueleto, que organiza la vida en sociedad, pero para manifestarse requiere ser ejercido, requiere de un musculo que lo mueva y aproveche su masa, su fuerza. Esto es, el Poder requiere de un portador o ejecutor. Por tanto, lo que el Poder quiera dependerá de lo que los humanos, más precisamente, de lo que la clase dominante, quiera. Por supuesto, hay una jerarquía de intereses que es innata al Poder, por lo que es trascendental a toda elite. Veamos un poco mas.
El poder es, por definición, ilimitado. Pero lo que no es ilimitado es su ejecutor, es quien lo ejerce. El Poder no se ejerce a sí mismo, puesto que no tiene entidad, debe ser ejercido. El Poder es el guantelete de Thanos, y todo lo relativo a su acción queda a merced de quién use el guantelete. Así que, bueno, querido fanático de Avengers, si Thanos tiene el guantelete, entonces tiene muchas razones para preocuparte. Sería mejor que lo tengan, no sé, el Cap o Thor ¿Verdad? Bueno, no estaría tan seguro, pero eso queda a criterio del lector.
El Poder todo lo quiere y todo lo puede, pero quien lo ejerce no necesariamente lo quiere ni lo puede todo. El Poder, por definición, puede todo, pero quien lo ejerce no necesariamente es capaz de utilizar todo su potencial. Una clase gobernante puede considerarse a sí misma como «todopoderosa» pero su capacidad real de ejercicio del Poder es otra cosa. Si su capacidad de ejercicio no es tal, entonces no es para nada ilimitada. Y las clases políticas de nuestro tiempo se caracterizan por ser bastante limitadas.
Lo mismo ocurre con su interés, el Poder, en principio, todo lo quiere, pero siempre dependerá de lo que quiera su usuario. Lo que primero quiere quien está en posición de Poder es asegurarse. Incluso, a veces, mantenerse seguro requiere de no ejercer completamente el Poder. Un Poder descontrolado es inseguro. Cuando no sabes lo que el Poder hará, se genera incertidumbre, consecuentemente, todos, especialmente quienes rodean inmediatamente al Poder, se asustaran, asustando al Poder mismo. Si te asustas, te ciegas, y si estas ciego te equivocas. La incertidumbre, el misterio y el error son el caldo de cultivo perfecto para la inseguridad, y un Poder inseguro es la fuerza más nociva que existe. Así que, aunque no lo sea realmente, el Poder debe simular tener límites, lealtades y amigos. Será la manera en que la clase política se conciba a sí misma y a su forma de ejercer el Poder lo que definirá su alcance.
Una vez que el Poder se afirma buscara desactivar a la politica, esto es, llevar la presion ejercida sobre si al punto mínimo. Por tanto, los excesos de su usuario pueden incluso resultar contraproducentes, si los resultados de su accionar terminan por activar a la política en contra de su voluntad y, aun peor, en contra suya.
Ahora ya nos queda más claro que toda sociedad, independientemente de su retórica propagandística, se organiza del siguiente modo: Una pequeña minoría gobernando sobre una gran mayoría. Es la Ley, ponernos a discutir sobre si es justo o no que el gobierno sea ejercido por una minoría de la sociedad es como ponernos a discutir sobre si el césped es o no verde. Es una verdad absoluta, una realidad objetiva que no puede ser jamás de otro modo.
Ahora esta realidad así expuesta tiene una particularidad: Es estética, es bella. La realidad es la verdad en su estado puro, y la verdad es bella por naturaleza. En lo que a lo político refiere, no hay nada mas bello que apreciar la jerarquización social tal cual es: Gobernantes y gobernados, unos mandan y otros obedecen. Esto siempre fue así, y siempre lo será porque, como vimos, es tal la naturaleza de las cosas.
Ahora, el problema con esto es que para algunos trasnochados la realidad no resulta bella por si misma. Estos desvelados son los que llamamos idealistas. Un idealista es alguien que considera a las mentiras como estéticamente superiores a la verdad, esto es, alguien que encuentra la belleza por fuera de la realidad. El reaccionario se caracteriza por ser anti-idealista, en la medida en que concibe al mundo tal cual es, simple, y en esta simpleza mundana encuentra la belleza divina. El idealista, por el contrario, no encuentra belleza alguna en la realidad, solo ve fealdad en el mundo, y por esto la desprecia. De este modo, se cree con el derecho a cambiar el mundo en búsqueda de la estética ideal que tanto anhela y jamás encuentra.
Un idealista es, por tanto, alguien a quién la realidad del mundo no satisface en absoluto y, por ello, busca dotarle de la estética que nota insuficiente. Por tanto, es alguien que encuentra la estética por fuera de la verdad y, por esto, que pone a la primera por encima de la segunda. Esto nos dice sobre el idealista que, si bien no necesariamente es un mentiroso compulsivo, es un mitómano, en la medida en que se siente anormalmente atraído por lo falso. Está viciado por la mentira, ya que encuentra estética en ellas, y al encontrar estética, encuentra verdad. Es alguien que tiene un aprecio, sino por el engaño frente al otro, si por el engaño propio.
Esto, porque un idealista no es necesariamente alguien falso, por el contrario, puede ser plenamente sincero con usted sobre la mentira que fielmente defiende con fiereza cuál verdad, puesto que está genuinamente convencido de ella. Un idealista realmente puede abrirle su corazón y mostrarse desnudo, aunque usted descubra que su miocardio es falso y su pericardio ni siquiera existe, es decir, que está compuesto, no sólo repleto, de mentiras. El idealista siente a su corazón, aunque este no sea real.
Para el reaccionario la verdad es lo que importa, luego, esa verdad es bella por el simple hecho de ser verdad. Una idea es bella sólo si primero es cierta. Un idealista, por el contrario, es un esteticista. La estética es lo que importa. Por tanto, para él, una idea es cierta si es bella. Primero determinará lo que le resulta estético, luego, todo lo que le sea estético le será cierto. Es tal el razonamiento del idealista.
Esto no significa que un reaccionario no tenga ideas, pero éstas están sujetas y circunscritas a la realidad. Para él, las ideas están al servicio de la realidad, y no al revés, como sucede con el idealista.
Nuestra clase dominante es particularmente peligrosa y nociva porque es una clase dominante idealista. Entonces, si, como todo idealista, pones tus ideas por sobre la realidad y, además, como eres clase dominante, tienes Poder, el poder para intentar hacer tus ideas realidad, aun a costa de la realidad misma, realmente eres alguien peligroso, muy, muy peligroso, y por ello deberías ser temido. Nuestra clase dominante progresista nos presenta esta peculiar paradoja, es tan nociva y peligrosa que deberíamos temerle, pero es tal la naturaleza de sus ideas, y de las políticas que consecuentemente práctica, que es imposible tomarla en serio y evitar reírse de ella. Si, nuestra elite es un mal chiste, pero un mal chiste muy real y peligroso.
Anteriormente dijimos que hay una excepción a la regla básica -que cuando la clase politica esta tranquila, la sociedad se mantiene sana-. Esta excepción es la clase dominante idealista, el gobierno típico de nuestros tiempos. Si el gobierno prioriza la mentira sobre la verdad, y pone la realidad al servicio de sus ideas, entonces su percepción del peligro no es realmente, digamos, confiable. Por tanto, es una clase politica particularmente sensible e impredecible: Se asusta y reacciona escandalosa y desmedidamente ante lo que no debería asustarse, y se mantiene calma frente a genuinas amenazas. Resumiendo, es lo opuesto a un Poder seguro, es una elite inestable, una oligarquía realmente loca, psicótica, a quien su propia locura desquicia.
Si la clase dominante vive en otro mundo, mientras goza en su plena fantasía, es la gente quien sufre. Este nivel creciente de desconexión frente a la realidad que presenta nuestra clase politica genera un nivel de intensidad politica presente en el seno social que resulta anormal. No obstante, es una activación politica muy particular, es activación desorganizada. La sociedad comienza a vivir su cotidianeidad como un estado de conflicto permanente: Un Estado de guerra. Las leyes pierden toda legitimidad y se quiebran habitualmente, ya no tienen ningún valor para la sociedad, y mas que su salvaguardia y garantía, se convierten en un estorbo innecesario. Consecuentemente, frente a la impotencia, el Poder no puede más que temer, por lo que requiere reaccionar, pero como no sabe contra que apuntar, porque la guía del Poder está realmente en otro mundo, termina lanzándose desaforadamente en un frenesí de potencia desatada cuyos efectos solo pueden empeorar la situación. El resultado es un creciente (des)Orden social exacerbado por la errática respuesta del Poder. He aquí el peligro de mantener una clase dominante demasiado idealista: La anarquía, y si se quiere ser más preciso, la anarcotiranía. Este es gran mal de nuestros tiempos.
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