Son los hechos y no los tiempos los que nos asolan. El indeseable devenir de los acontecimientos se lleva por delante la salud y la vida de demasiados compatriotas –uno ya es demasiado- y recomponer el gesto y la actitud ante este estado de cosas es muy complejo. La pandemia está llegando tan lejos como los más agoreros pronosticaban, algo que no suele suceder, pero la realidad siempre puede llegar a sorprendernos. Muchos reprochan y afean al Gobierno su responsabilidad por mantener y alentar contra viento y marea las movilizaciones del 8-M. Sea como sea no es un acto de machismo irredento, es la expresión de que Pedro Sánchez y su gabinete debieron hacer caso a la UE y a la OMS –y hasta al propio Ministerio de Sanidad-, que avisaron contra la celebración de actos multitudinarios.
La sospecha de que las marchas del día de la mujer fueron jaleadas por la coalición gubernamental PSOE-UP sólo y sobretodo porque estratégicamente les convenía. Dejémoslo claro, nada hay que reprochar a los organizadores de estas manifestaciones, ni a la Liga de Fútbol o a la Federación, ni a Vox que hizo su mitin de Vista Alegre, no.
El reproche lo es para quien pudo prevenir el grave e indeseable riesgo que todas estas aglomeraciones humanas corrieron y tenía más que presuntamente la información, los instrumentos y el mando para impedirlo, el gobierno de Sánchez y él mismo. Está claro que una cosa es la responsabilidad y otra la autoría. Nadie quiso lo ocurrido, pero los responsables in vigilando menospreciaron la gravedad de lo que se nos venía encima y ni la ignorancia ni la imprudencia son causa de justificación o eximentes en un caso como éste.
La cadena fatal de errores también es otra cuestión desgraciada que nos gustaría no relatar y cuya conexión con la tardanza en afrontar la inmensa gravedad del momento sólo puede radicar en el mantenimiento de la misma actitud arrogante e irresponsable. Las incautaciones ideológicas, el deseo de nacionalizar, la soberbia y el cálculo político de la propia conveniencia están definitivamente reñidos con el deber y la acción proporcionada ante los acontecimientos y los peligros. Muchos políticos jamás entenderán que nunca hay que hacer lo que les conviene hacer, sino lo que deben hacer, el mundo les mira y la historia les juzga y no suelen equivocarse.
En el entorno gubernamental se repite machaconamente que no es tiempo de crítica, pero siempre lo es. Asistir callados ante la inepcia es tanto como asumir la complicidad. Nuestra sociedad puede ser exigente sin dejar de ser leal, pues nadie por nada del mundo puede exigirle el silencio de los corderos.
Como un auténtico síntoma en estos días fue creado un personaje afín a la coalición del Gobierno, supuestamente periodista, economista, casi científico, que escribía sus artículos justificando cada decisión, cada error. Un tal Miguel Lacambra, alguien que no existe, una persona falsa con una foto y una identidad falsas, un engaño. Hoy sus blanqueadores hablan de que es un pseudónimo, pero ha sido a todas luces una gran mentira para uso y abuso de determinados e interesados foros. No queremos engaños ni de Sánchez ni de los suyos, queremos responsabilidad, esfuerzo, generosidad y acierto. Por favor.
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