Grande ha sido la repercusión en medios de información de todo el mundo de muerte en París, el pasado día 26, de la exinfanta María Teresa de Borbón Parma, víctima del coronavirus COVID-19; noticia comunicada en su momento por su hermano, Don Sixto Enrique de Borbón, a través de su página de Facebook.
La noticia en los diversos medios ha venido a menudo acompañada de datos erróneos, como desgraciadamente es la regla del periodismo oficial de nuestros días. Vamos a fijarnos ahora en la nota necrológica publicada este sábado por el diario madrileño ABC. La firma José María Ballester Esquivias; en honor a la verdad, es mucho mejor que la media de las hasta ahora publicadas. Sin embargo quizá requiera algunas precisiones.
Va de suyo que no esperamos el uso debido de los tratamientos de la realeza legítima, pues el periódico ABC es desde la década de 1930 portavoz oficioso de los pretendientes liberales al trono. Conforme a las leyes tradicionales que los legitimistas –los carlistas— defienden, la difunta había perdido el derecho a todo tratamiento, al igual que los titulares de la supuesta monarquía constitucional; aunque, a diferencia de éstos, ella sí hubiera nacido en el seno de la Familia Real española.
El Sr. Ballester escribe que «en María Teresa de Borbón Parma surgieron pronto unas inquietudes que plasmó en el socialismo autogestionario, influida por su hermano mayor, el Príncipe Carlos Hugo». «Pronto» es aquí un adverbio equívoco (en medios menos escrupulosos que ABC hemos llegado a leer «en la adolescencia»). Hasta el Vaticano II no se nota esa deriva heterodoxa en la entonces Infanta Doña María Teresa, que había sido impecable tradicionalista y legitimista, como sus padres y casi todos sus hermanos. Intelectual, culta e inteligente (como era la regla en la familia Borbón Parma, tan distinta de la falsa realeza usurpadora), sus desviaciones empiezan a manifestarse a raíz de aquella catástrofe eclesiástica, cuyas consecuencias tanto debilitarían al Carlismo.
No está claro, en este sentido, quién influyó a quién: si Carlos Hugo a María Teresa o María Teresa a Carlos Hugo. La Infanta era más tenaz y más consecuente que su hermano el entonces Príncipe de Asturias; éste había empezado sus desviaciones con inclinaciones demócratacristianas y acercamiento al régimen franquista; la ocurrencia del socialismo autogestionario, en cambio, se manifestó en él más tarde que en su hermana. Ella siguió más o menos en la misma línea hasta el final de sus días; él, hasta su muerte en 2010, cambió varias veces más. Siempre heterodoxo, pero en sectas distintas, por así decirlo.
Las amistades y los compañeros de viaje de la exinfanta María Teresa pueden resultar reveladoras; pero no estamos seguros de que los nombres citados por ABC sean los más conspicuos. Curiosamente no aparece entre ellos el de Raúl Morodo, estos días de nuevo en el ojo del huracán por estar involucrado en turbios asuntos de corrupción relacionados con Venezuela. Tan estrecha era la relación que la exinfanta hizo que su sobrino, el expríncipe Carlos Javier, otorgara a Morodo –quien nunca se fingió siquiera carlista– su falsa «Real Orden de la Legitimidad Proscripta» (sic). La relación de María Teresa con Yaser Arafat, en cambio, no es tan significativa: también el Abanderado de la Tradición, su hermano Don Sixto Enrique, es favorable a la causa palestina. En cambio María Teresa, en la evolución hacia la heterodoxia sin fin típica de los vaticanosegundistas radicales, había llegado a ser no sólo proárabe, sino promahometana; especialmente encandilada con el supuesto «Islam progresista». También le era simpático el extravagante e imposible protestantismo español; de lo cual quedó testimonio en el aquelarre que en diciembre pasado organizó en la Catedral de Valencia para su sobrino Carlos Javier.
Termina el obituario de ABC diciendo que María Teresa aseguraba «mediante una atrevida ucronía, que de haber perdurado el esquema de los fueros carlistas, no existiría hoy el separatismo catalán». Poco de atrevido hay en esa afirmación. Con toda seguridad no existiría el problema de los separatismos, que son centralismos jacobinos de ámbito regional, si el centralismo jacobino, nacido de la Revolución, no se hubiera implantado en España. Con toda seguridad la Monarquía tradicional y federativa pondrá fin a los separatismos. Esto último es lo que María Teresa había dejado de entender: con las mismas proclividades del progresismo «católico» radical, los separatistas le resultaban simpáticos.
Hay un aspecto de esa deriva heterodoxa que en esta ocasión ABC ha olvidado. María Teresa, al igual que su hermano Carlos Hugo y los hijos de éste, terminaron adhiriéndose a la usurpación encarnada por Juan Carlos, su hijo Felipe Juan y la Constitución de 1978. Sus ocasionales divergencias con éstos tenían como única causa que ellos –los Borbón Parma apartados del Carlismo– pretenden tratar títulos, órdenes y propiedades reales y ducales como patrimonio familiar, no sujetos al derecho público, que pueden usar a capricho; y así, simultanear el tratar como reyes de España a los pretendientes liberales, con tratarse a sí mismos como reyes y duques de Parma para los amigos. Lo cual, evidentemente, es tan absurdo como enojoso, a la par que beneficioso, para los ocupantes del Palacio de la Zarzuela.
Que Dios haya perdonado a María Teresa de Borbón Parma y la acoja en su santo seno.
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