Hay que recapitular y mucho. ¡Por Dios! ¿Cómo es posible que hayamos llegado a esto? ¿A contemplar este espectáculo de inepcia, de chulería miserable, de falta de principios, de escrúpulos y de humillantes actitudes antiespañolas, despilfarro inútil y desprecio al conocimiento y a la excelencia? ¿Cómo es que hemos terminado en manos de una cuadrilla de inopes, reponedores, incompetentes y plagiarios, de piel espesa y caradura sin límites, que destilan odio, resentimiento y fealdad y que no dicen otra cosa que memez tras memez? ¿A qué se debe esta caída a los infiernos, esta pesadilla? ¿Alguien se ha dejado abierto el corral y se nos han metido por la cocina, o se ha invertido el sentido de las agujas del reloj y hemos regresado al pasado miserable que ya creímos superado? Esto es muy grave. ¿Lo hemos deseado alguna vez en una noche obscura de borrachera? ¿Nos hemos vuelto morbosos? ¿No hay nadie en casa?
Hemos caído tanto que hasta Margarita Robles nos parece una diva, una mujer de bien como el canalla del Otegui. Esto lo sabe un niño de cuatro años.
¡Que traigan a un niño de cuatro años! Que nos lo explique.
Ocupémonos de que cuando escampe los caraduras de la Moncloa y el Marchena –¡vamos a ver!, decía el cara dura- pisen la cárcel, muerdan el polvo y coman lo que quede sobre las mesas sucias durante años, que, de otros zapateros y trapisondistas, “príncipes de la Delcy”, se van a ocupar, sin duda, Trump y la CIA en cualquier escala vacacional. Aparecerá el cabo del que tirar para alojarlos en Guantánamo, no les quepa duda. Esto, tantas muertes por negligencia culpable no pueden quedar impunes, como tantos otros actos criminales en el pasado, que no se van a blanquear, porque está de Dios que respondan. No puede ser que muera gente en esa cantidad por su inepcia, su temeridad y su estupidez ambiciosa. Ahí están los tribunales (los, no el). ¡Se las prometían felices, impunes, recaudatorias y derogativas!
Hay para lamentarse, y lo peor no es la economía, que yo viví la posguerra con todo destrozado, barro, ruinas y sin reservas de oro en el Banco de España, ni joyas en el Monte de Piedad, que se las llevaron los golfos aquellos que tanto redimían a España, y que echó Franco en el 39 y nos devolvió Suarez en el 77 a espaldas de los que hacían guardia sobre los luceros. Las tablas rasas no funcionan. Hasta el 59 no recuperamos la renta per cápita perdida, pero el hambre se fue paliando y en el 75 estábamos entre los nueve de la Champions, lo que no es el caso de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Cuba, Corea del Norte y tantos otros menesterosos.
Gracias a ellos el pan blanco estaba prohibido, no se podía exhibir, porque nos aportaron media España muerta de hambre y piojosa, cuando lo habían tenido todo y hubo que repartir y estirar todo con salvado y tan solo Juan Domingo Perón y Evita, que Dios les tenga en su Gloria, nos daban crédito para trigo y para carne, la que fuese, pero les debemos la vida muchos españoles.
Los rojitos huidos tras la derrota, que la habían cagado hasta la hez, estaban en países en los que se comía caliente –los que les seguían, abandonados, como siempre-, más bien pocos en la URRSS, y algunos jetas se lo habían asegurado con el Vita, que lo que fue a Moscú, las toneladas de oro, sirvieron para ganar a los nazis y para la guerra fría, no para los hambrientos españoles que maldito lo que les importaban a estos apóstoles comunistas y socialistas de los cojones. ¡Malditos sean de Dios, todos ellos!
Ahora se tratará de partir –nunca de bajo cero como entonces- sino de un mal momento de ruina revestida de infraestructuras incólumes y perfectas estructuras empresariales, que devendrá en coyuntural y que deberá aprovecharse depurar vicios y para terminar con estas normas, que nos han sentado en el congreso a personajes ridículos, espantajos cejijuntos y mentecatos de avío, más o menos deformes –antes se les decía menguados- y han permitido tratar de tu a tu, a regímenes que conculcan los derechos humanos, para que nos perdonen la vida.
Las empresas se sanearán, se recuperará el empleo y será lo que los españoles queramos, no el Soros, ni su madre, Vorsilia, la gran ramera de Babilonia.
Al final y mientras meditamos “cada uno en su casa y Dios en la de todos”.
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