La España de los balcones nos está mostrando el camino. El de la solidaridad, el agradecimiento y la unidad por los aplausos y el de la necesidad de cambio de un sistema hacia la institución democrática plena, por las cacerolas. Solidarizarnos y aplaudir siempre lo hemos hecho bien, pero la reivindicación en unidad sólo puntualmente. Hace mucho que deberíamos haber sacado las baterías de cocina no a terrazas y ventanas por confinamiento, sino a la calle, con total libertad para aporrearlas de forma recurrente. Lo que vemos y sufrimos ahora e intuimos a futuro es escandaloso, pero lo anterior tampoco ha procurado y defendido con garantías las claves de la democracia, a derechas y a izquierdas, en alternancia.
Soy plenamente consciente que la crítica tradicional, progresista o conservadora defenderá a ultranza la existencia de Democracia Plena en España, tan alabada desde fuera como aparente desde dentro en cuanto se observa con pausas. Son precisamente aquellos que no cuestionan la apariencia de los que debemos alejarnos, porque lo que no contradicen son las redes clientelares ni el régimen de cómplices que perpetúan su sistema, que no es el nuestro.
La política actual está completamente viciada
Este sistema aparente necesita una gran reforma para dejar de serlo. Un envite completo sin faroles que garantice el cambio y destierre para siempre a los compinches con cargo vitalicio y posiblemente hereditario. La política actual está completamente viciada y no es proclive en modo alguno a tomar decisiones de estado con salvaguarda de los principios democráticos con su necesaria actualización y evolución. Los partidos tienen demasiados peajes y gravámenes en sus mochilas que permiten chantajes y venganzas de ida y vuelta, de forma que la soberanía que se ejerce en las urnas acaba en las urnas, y no es de lo que se trata. Confundir Democracia con el mero derecho a voto es un error gravísimo, base de la creencia ciudadana respecto de la existencia y aplicación de todas y cada una de las claves y principios innegociables de la institución democrática, que deberían ser invulnerables pero no lo son.
Para abordar el cambio de sistema es preciso un gobierno de unidad con dos legislaturas completas en las que abordar cambios tan necesarios como profundos. La experiencia reciente es la de un total desacuerdo, resultando inviables no ya las grandes reformas sino incluso las más urgentes y necesarias y que no precisan demasiada reflexión. Hoy más que nunca se hace necesario un Gobierno de tecnócratas honestos con las especialidades precisas para gestionar, diseñar y garantizar un cambio de rumbo, en definitiva un Gobierno con verdadero sentido Estado para el interés general, tan en desuso en nuestros días. Se tuvo una oportunidad única en las últimas elecciones y se declinó, primándose el interés particular sobre las necesidades de nuestro país.
Analizando el sistema actual, que viene ya de antiguo completamente viciado y por tanto aparente, resulta cuando menos curioso que en la época de la defensa a ultranza de la igualdad no se modifique el sistema electoral, con el que los votos no valen lo mismo, puesto que su valor se computa por razón de la circunscripción en la que se introducen en la urna. Resulta sorprendente que los miembros del Poder Judicial no los elijan los jueces y se permitan en el mismo juristas de reconocido prestigio sin tener en cuenta los antecedentes o lo que redunda en desprestigio. Resulta dramático que el Tribunal Constitucional no sólo no sea un Tribunal, sino que sus miembros no provengan siempre de la carrera judicial y se diferencien entre conservadores y progresistas, y alguno de sus “magistrados” procedan de una larga trayectoria en escaño en cortes, hasta cuatro legislaturas a las órdenes e instrucciones de su partido. Resulta insostenible en una democracia plena que se cuestione reiteradamente y no sin razón la falta de división de poderes y que instituciones presuntamente independientes parezcan depender del ejecutivo con la falta de transparencia que conlleva, pudiendo alimentar un hipotético desvío de funciones, o que pueda resolverse sobre Derechos de los ciudadanos con una mera frase o formula genérica de inadmisión, ya que con ella se pueden estar tachando vidas, todo lo cual y analizando algún que otro caso, desvirtúa la existencia de la Democracia Plena que nos vienen contando, lo cual se agrava cuando los medios de comunicación no cumplen con la noble obligación que han asumido la de transmitir información veraz a la opinión pública, lo cual supone un fraude al ejercicio de la soberanía, precisamente por la manipulación masiva de la misma.
Analizados estos resultandos y otros muchos desde un Gobierno que prime el sistema frente a los diversas formas de corrupción e injerencias, tendremos la oportunidad de abandonar el paradigma de un país parcialmente libre para transformarla en Democracia, esa que hoy por hoy sólo es apariencia mientras exista un solo tráfico de influencias entre las bambalinas de lo público o desde la red externa con conocimientos anteriores.
Tiempo de unidad, momento para que la ciudadanía deje de asumir y olvidar, y tal y como defiende el escritor Haroldo J. Montealegre Lacayo en su libro “Los siete elementos clave de la Democracia” ponga sobre la mesa lo que quiere, por qué lo quiere y cómo lograrlo para no quedar a merced de los acuerdos de cúpula entre poderes fácticos y para que no se mantengan intactos los mecanismos de corrupción antidemocrática y las líneas rojas, perímetro que debería salvaguardar los derechos y libertades y la esencia de la democracia y sin embargo parece ser la garantía de impermeabilidad para el mantenimiento de un sistema donde la corrupción resulta tan patente que incluso la que sale a la luz pudiera ser la punta del iceberg.
Los ciudadanos no podemos permitir por más tiempo múltiples engaños de hecho con la apariencia de un marco de derecho, engaños que proceden de un sistema claramente corrupto, que vigila y protege al máximo para que nadie sea capaz de cambiar lo esencial hacia la institución democrática.
La España de los balcones debe unirse a tal fin, sin tintes ni aderezos políticos para no desvirtuar la solicitud. El pluralismo representativo, interpretativo y reivindicativo vendrá después de garantizar el sistema, y la misma unidad que exige hacia la Democracia Plena, debe exigir la capacitación, el nivel y la honestidad de los representantes.