Por Jorge Montojo
La envidia y la denuncia abundan con ardor fanático ante quien ose burlar el confinamiento en España. El último caso ha sido protagonizado por el ex presidente del gobierno, Mariano Rajoy, caminando solo y a muy buen paso por una calle de su urbanización. Ha sido grabado por algún vecino celoso de su atrevimiento y ocupa todas las portadas, con comentaristas desgañitándose ante la falta de solidaridad del que fuera el líder conservador.
¿Suponía algún peligro para alguien? No lo parece, pero actualmente España vive el encierro más duro de Europa y las medidas draconianas del gobierno socialista-comunista de Pedro Sánchez (¡todos en casa a ver la televisión!) corren el riesgo de sufrir la explosión de un Krakatoa de hartazgo social.
Otro caso, todavía más ridículo, fue la expulsión de un navegante solitario que fondeaba su velero en el paradisiaco islote Espalmador, entre Ibiza y Formentera. Su espléndido aislamiento atrajo celosas críticas, especialmente cuando los torquemadas cibernéticos denunciaban que salía hacer kayac o paseaba entre las dunas. ¿Suponía algún riesgo social? No, salvo despertar la envidia de los confinados entre cuatro paredes. Las autoridades han forzado al marino a regresar al puerto de Valencia, donde todavía se asombran que haya vuelto.
El gobierno de España ha pasado de una consciente frivolidad en que se alentaban multitudinarias manifestaciones feministas a, pocos días después, ordenar un estado de alarma de ribetes totalitarios. Solo se puede salir a la calle a hacer alguna compra esencial (tabaco, vodka, lentejas, papel higiénico, etcétera) o para sacar a pasear al perro. Si te pillan jugando con el niño, nadando en la playa o dando un paseo por el campo, te ponen una multa que va de los 600 a los 30.000 euros. Y llevamos más de 650.000 denuncias.
La situación de España es dramática y su tasa de mortalidad con el coronavirus es de las más elevadas del mundo. El sistema de salud, pese a la entrega heroica de los sanitarios, ha vivido un trágico colapso parecido al italiano. Pese a toda la diarrea verbal de un gobierno que presume de progresista, no estábamos preparados y la crisis nos ha pillado en bragas.
En medio del espanto las bromas se multiplican gracias a la coña fresca y marinera del pueblo. Hay quien dice, con humor macabro, que la exhumación de los restos de Francisco Franco ha supuesto una maldición como la de la apertura de la tumba de Tutankamón.
En octubre del año pasado Franco fue sacado de su tumba en la basílica del Valle de los Caídos por el empeño personal de Pedro Sánchez. Eso abrió de nuevo heridas que parecían haber sido enterradas por la Transición democrática. Y solo dos semanas después, en un malabarismo de principios marxistas (Groucho: “Estos son mis principios, pero, si no le gustan, tengo otros”), mandó a S.M. Don Felipe en visita oficial a Cuba. Tal vez el presidente Sánchez y sus socios prefieran las dictaduras de corte comunista o solo luchen contra dictadores una vez hayan muerto.
El general Franco mandó como dictador durante cuarenta años y posiblemente haya sido el mayor socialista de la historia de España. Por cierto que también prestó ayuda humanitaria a la Cuba de Fidel Castro. Ambos eran de origen gallego y Franco, como todos los militares de su generación, recordaba bien la guerra entre España y Estados Unidos, que supuso nuestra pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898.
El gobierno de Sánchez presumió mucho de su hazaña desenterradora. Al mismo tiempo, descuidó mucho los avisos de la OMS sobre el coronavirus. Y ahora, tras su tremenda ineficacia, prorroga un estado de alarma que cercena muchas libertades. ¡Es lo más parecido a un dictador desde 1975!
Y los españoles, desde Rajoy al navegante solitario, nos preguntamos cuando saldremos del durísimo confinamiento. Hay deseo de una flexibilización entre la población encerrada en casa por miedo a la peste y a las multas. Será como siempre un pulso entre seguridad y libertad. Y harían bien en hacer test, aunque nadie sabe dónde están
Naturalmente que habrá que hacer caso de los expertos y evitar una estampida descontrolada. Pero también hay que creer en la responsabilidad de la población, muy concienciada ya con el horror vírico y su propia seguridad. Cuestión de salud democrática y de creer en nosotros mismos.
Artículo publicado en Taki´s Magazine
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