Reproducimos la entrevista realizada a Pedro Fernández Barbadillo en Actuall.com
Disculpe la ignorancia, ¿qué es un esciápodo?
Un personaje de fantasía, con un único pie, tan grande que lo podía usar para darse sombra mientras dormía la siesta. Aparecen en las Crónicas de Narnia, aunque en los viajeros y geógrafos de la Antigüedad estaban convencidos de su existencia, como la de los cíclopes y la de los blemias, hombres sin cabeza con la cara en el pecho. Cada época tiene sus supersticiones y creencias que luego se demuestran absurdas. Hoy mucha gente está convencida de que el Gobierno, sobre todo si es de izquierdas, le dice siempre la verdad y le cobra impuestos para darle servicios, o de que una televisión como RTVE es necesaria para estar informado con objetividad.
Los viajes de los españoles por todo el mundo demostraron que los esciápodos y los blemias no existían, que la humanidad era parecida en todas partes y que todos los océanos estaban comunicados. Supusieron una universalización no sólo del comercio, sino también del conocimiento.
Por cierto, cuando Colón organizó su primer viaje, ¿era de los pocos que estaba convencido de que la Tierra era redonda?
La redondez de la Tierra se conoce desde el experimento de Eratóstenes, en el siglo III a. C. Se discutía su tamaño y la distribución de las tierras emergidas. Cuando Colón expuso su plan para llegar a China a travesando el Atlántico dos juntas de geógrafos, una portuguesa y otra castellana, lo rechazaron porque reducía tanto el diámetro de la Tierra para justificar que podía llegar a Asia que se equivocaba. Lo que se desconocía es la gravedad. Que América se encontrase en medio del Atlántico le evitó a Colón y a sus tripulaciones las desgracias y las muertes que pasaron los primeros exploradores del Pacífico: ser diezmados por el escorbuto y la sed.
A Balmis yo lo considero el Elcano de los médicos. Dejó un puesto cómodo de médico militar para aventurarse en una expedición que le condujo a atravesar el mundo entero
El cacareado expolio de América por los españoles fue raro, ¿no? ¿Qué expoliador deja tras de sí universidades, hospitales y unas leyes que protegen a los supuestos agraviados?
Los hechos contradicen la ‘leyenda negra’. Las primeras universidades se fundan en la América española casi un siglo antes que en las colonias inglesas, y Portugal y Francia no fundaron ninguna en sus dominios.
Según el recuento hecho por el doctor Francisco Guerra que recojo en mi libro, entre 1492 y 1898, España estableció casi 1.200 hospitales, enfermerías y casas de socorro en su Imperio; y además abiertos a las poblaciones indígenas y los pobres. Tan tarde como en 1942-1943, Winston Churchill se desentendió de una hambruna que mató al menos a tres millones de personas en la India.
La caída del nivel de vida y la pérdida de las infraestructuras y obras dejadas por España en sus virreinatos fue responsabilidad de las nuevas repúblicas y de los independentistas. Un Gobierno mexicano cerró la Real y Pontificia Universidad de México. Y el Gobierno colombiano abandonó el Observatorio de Bogotá, el primero del continente americano, construido en 1803, hasta el punto de que se convirtió en una heladería.
La similitud del régimen legal entre España y las Indias fue casi absoluta. Un virrey de Nueva España propuso castigar a los delincuentes con el desorejamiento y el sellado de las espaldas con un hierro candente, pero Carlos II se lo prohibió, porque las leyes de Castilla no lo permitían. Los ingleses, por el contrario, empleaban sus colonias como prisiones, a las que deportaban a miles de rebeldes y condenados. La última deportación a Australia se produjo en 1868.
¿Podría Pedro Sánchez haber organizado la expedición que llevó la vacuna de la viruela a América, como el médico Francisco Javier Balmis?
Ya vemos que ha sido incapaz de organizar el abastecimiento de mascarillas, a pesar de que la OMS se lo recomendó en febrero. En su Gobierno hay un ministro, Manuel Castells, tan prescindible que mientras mueren entre 800 y 900 españoles al día él tiene el sosiego suficiente como para escribir tribunas en La Vanguardia en las que pontifica sobre el mundo posterior a la pandemia o critica la imprevisión de las Administraciones de Estados Unidos.
A Balmis yo lo considero el Elcano de los médicos. Dejó un puesto cómodo de médico militar para aventurarse en una expedición que le condujo a atravesar el mundo entero: incomodidades, tormentas, enfermedades, piratas, mala comida, ratas y piojos, riesgo real de muerte… El subdirector de la Expedición, José Salvany, abandonó un empleo de cirujano en el Real Sitio de Aranjuez y su esfuerzo concluyó con su muerte en Cochabamba en 1810.
Un sacrificio y una magnanimidad como la de los miembros de esa expedición son imposibles en estos políticos que en cuanto pierden el cargo se apañan un enchufe en el Parlamento Europeo o en una embajada. Y casi lo mismo se puede decir de gran parte del pueblo, que cuando se bloquea Twitter no sabe qué hacer.
¿Por qué no es tan conocida esta expedición como merecería?
Nos quejamos de que los profesores y los directores de cine anglosajones y franceses ocultan las gestas españolas, pero los primeros en ignorarlas somos nosotros. El mismo olvido que ha sufrido la Real Expedición de la Vacuna de la Viruela lo sufrieron las derrotas de la Contrarmada de Francis Drake en 1589 y del almirante Vernon en 1741 en Cartagena de Indias. Se trata de dos desastres navales mucho peores para los ingleses que el de la Gran Armada para los españoles, pero muy poco conocidas hasta hace unos años. Fuera de Canarias, apenas se sabe de la derrota de Nelson en su intento de invasión de Santa Cruz de Tenerife, en 1797, donde perdió su brazo.
Los historiadores españoles, en vez de investigar la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna o la Contrarmada, han preferido rastrear fueros, hacer excavaciones en algún castro celta perdido, repasar los resultados de las elecciones de la Restauración en su pueblo o el precio de la carne en los mercados de la provincia en el Sexenio Revolucionario, en ocasiones porque para todos estos proyectos tenían subvención de la comunidad autónoma.
Yo creo que también influyen sentimientos de desazón y de envidia ante la grandeza desvanecida. Nos duele aceptar que siendo tan poca cosa hoy, que hasta Marruecos nos chulea, hace dos siglos nuestros antepasados fueran tan grandes.
Sin la lengua española y sin el Imperio seríamos como los jubilados belgas: obesos en un asilo esperando su inyección terminal
Al lector le llama la atención la importancia que tuvo China para los europeos de entonces, por su seda y las especias. Ahora en cambio China se ha convertido en una potencia económica y política que rivaliza con EE. UU.
-China ha comerciado desde hace milenios con Europa. Los europeos ansiaban las especias, la porcelana y la seda de Extremo Oriente, pero entonces a los chinos no les interesaba ningún producto fabricado en Europa. Sólo aceptaban la plata americana que les llegaba por medio del galeón de Manila. Como le escribió un gobernador de Filipinas a Felipe IV de los chinos: “Su dios es la plata y su religión consiste en las diversas maneras que tienen para obtenerla”.
Al monarca español se le llamaba en China ‘Rey de la Plata’ y a cambio de ella entregaban porcelana, seda, marfil, té… Los reales de a ocho españoles, acuñados en plata en México y Lima, se convirtieron en la primera moneda mundial, por su calidad y su aceptación en China.
Uno de los factores de la decadencia de China, en el siglo XIX es la introducción del opio. El opio era la única mercancía que podían ofrecer los holandeses, portugueses y sobre todo los británicos a los chinos. Por eso, fomentaron su comercio y la adicción de millones de personas.
Desde la muerte de Mao (por cierto, el mayor genocida que ha sufrido la humanidad), China está recuperando su papel en el mundo. El Gobierno chino, aunque sea comunista y practique el capitalismo de Estado, está empeñado en convertirse de nuevo en la primera potencia mundial. De ahí, la compra de puertos en Europa, de tierras en África y América, de guerra comercial con EE. UU. y, también, el uso de los envíos de mascarillas y material sanitario como actos de propaganda.
Titula el último capítulo de su libro ‘¿Qué nos queda del Imperio?’. ¿Nos puede contestar a la pregunta sin ‘revelarnos’ el final?
Eso no estaba en mi libro de Historia del Imperio español no es una novela, así que podemos ir al final sin desvelar al asesino.
No sólo ha desaparecido el Imperio, como tantos otros a lo largo de la historia; eso para mí no es importante. Lo penoso es que también parece haber desaparecido el carácter de entonces de las clases dirigentes y del pueblo llano. Los procuradores de las Cortes de Valladolid (1518) le llamaron a Carlos de Habsburgo, rey de Castilla y Aragón, “mercenario nuestro” en su cara. Ahora vemos que muchos españoles se han degradado hasta defender a quienes les han encerrado en sus casas o de arrodillarse ante cualquier alcalde por una paguita.
Nos queda la lengua española, que mantiene un vigor demográfico del que carecen el francés, o el alemán. Sin ella y sin el Imperio seríamos como los jubilados belgas: obesos en un asilo esperando su inyección terminal.
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