Por Eszter Wirth, Universidad Pontificia Comillas
El petróleo ha recibido muchos nombres: oro negro, la sangre que fluye a través de las venas de la economía mundial… o el más prosaico de excremento del diablo que le dio Juan Pablo Pérez Alfonzo, el venezolano padre de la OPEP.
Por su cotización del pasado lunes, se acercaba más a la tercera denominación, pues el futuro del barril del petróleo West Texas Intermediate (WTI) cotizaba a -40 dólares por barril.
Se trata de un choque coyuntural por la caída de la demanda mundial, pero muchos analistas vaticinan que cambiará la industria petrolera para siempre.
Las sobras de marzo
La existencia de precios negativos no es algo nuevo en los mercados energéticos. En fechas recientes ha ocurrido en el mercado eléctrico de varios países europeos, pero es la primera vez que sucede en la historia del mercado petrolífero.
De hecho, el precio de -40 dólares por barril del pasado 20 de abril no estaba asociado al petróleo WTI que uno se lleva a casa inmediatamente, sino al contrato futuro que un comprador pagaría por la entrega por barril en el mes de mayo.
El precio negativo implica que los productores de crudo pagan a los compradores por retirarlo de sus depósitos, donde ya no cabe y representa un estorbo. El WTI es el petróleo de referencia en EEUU y los almacenes de crudo están saturados por la sobreproducción del petróleo en el país.
En cuanto al petróleo Brent, que sirve de referencia para el petróleo de Europa, se extrae en el Mar del Norte y se puede transportar más fácilmente hacia los mercados donde se demande, vía buques cisterna. Por ello, no se enfrenta al mismo problema de almacenamiento que el WTI. No obstante, a lo largo de la penúltima semana de abril su futuro a mayo ha cotizado por debajo de los 20 dólares por barril, a mínimos de 20 años atrás.
En enero, el barril WTI se vendía a más de 60 dólares y el de Brent a casi 70, pero los precios se desplomaron a partir de finales de febrero, cuando se registraron los primeros muertos por COVID-19 en Italia y se canceló el carnaval de Venecia.
A lo largo de la semana los precios de ambos tipos de crudo se han recuperado y el viernes 24 de abril el WTI casi ha alcanzado los 17 dólares por barril y el Brent los 21,5. Al rebote contribuyó la amenaza de Trump de destruir naves iraníes si sentía amenazada su flota en el Golfo Pérsico.
La montaña rusa
Detrás de la drástica caída en los mercados petrolíferos existen dos causas principales:
- La caída de la demanda mundial de crudo a causa del confinamiento y las restricciones al transporte de pasajeros por la COVID-19. Las aerolíneas han aparcado la mayoría de sus aviones, por lo que no necesitan queroseno; los particulares se han quedado en casa teletrabajando o en paro, con sus vehículos parados; y la industria precisa menos energía en sus fábricas por la reducción de la actividad.
- La guerra petrolera declarada entre Arabia Saudí y Rusia. Rusia ignoró constantemente los cupos impuestos a la extracción de hidrocarburos en el marco de la OPEP+ y los saudíes decidieron castigar al país eslavo mediante el inesperado aumento de la producción de crudo, que deprimió los precios a inicios de marzo. El 12 de abril las dos potencias decidieron hacer las paces junto al resto de miembros de la OPEP y se comprometieron a recortar la producción desde mayo. Trump también ejerció de intermediario entre Arabia Saudí y Rusia, ya que las bajas cotizaciones del crudo castigan a los grandes productores estadounidenses de Texas, Pensilvania y Ohio, donde el presidente desea asegurar su reelección. Pero ya era demasiado tarde.
Augurios sombríos para la industria hidrocarburífera
Las petroleras ya presagiaron el paulatino pero todavía lento ocaso del negocio basado en energías fósiles, debido al compromiso de las potencias occidentales de mitigar el calentamiento global y desarrollar energías verdes. Varias de las grandes empresas del sector, como Exxon Mobil, Shell, BP o Equinor, decidieron diversificar su estrategia, penetrando también en el mundo de las energías renovables.
Estas adquieren importancia en contextos de bajos precios petrolíferos pero, ante los aumentos en la cotización, las petroleras se volcaron nuevamente en su negocio tradicional, dejando las renovables en segundo plano. Posiblemente la pandemia y sus secuelas sobre el turismo, el teletrabajo y las cadenas de valor den el impulso definitivo a las energías verdes.
La incertidumbre sobre los efectos de la crisis en el sector del transporte e industrial y la fuerte volatilidad en los mercados, reducirá las inversiones de las petroleras en nuevos proyectos.
Al mismo tiempo, la persistencia de bajos precios del crudo hará inviable el negocio para muchas pequeñas empresas estadounidenses dedicadas a la extracción de hidrocarburos no convencionales mediante el fracturamiento hidráulico (fracking), que conlleva altos costes de producción y severos sobreendeudamientos. En 2019 se registró un incremento de 50% de quiebras entre ellas y se espera que en 2020 desaparezcan muchas más con el consiguiente aumento del desempleo en Estados Unidos.
Posibles daños colaterales
También están en riesgo los productores offshore del Mar del Norte y Brasil, con altos costes de extracción. Pero los países productores más vulnerables a la caída de precios son Venezuela e Irán, ambos bajo sanciones estadounidenses, o los de la zona del Magreb, pues la pérdida de ingresos estatales exacerbaría la ya alta conflictividad social.
Los exportadores de petróleo que hayan acumulado reservas de divisas o ingresos petroleros en forma de fondos soberanos, como Noruega, Rusia, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí o Kuwait, se encuentran en una posición menos vulnerable. Estos tres últimos cuentan además con la ventaja de sus bajos costes de extracción, pero deberán diversificar sus economías.
El mercado solo podrá recuperarse con más demanda pero esta dependerá del desarrollo de una vacuna, de tratamientos efectivos o de la adquisición de inmunidad frente al coronavirus.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.