Distancia social es la nueva expresión de moda tras la irrupción en nuestras vidas del COVID-19, distancia social como remedio de todos nuestros males, distancia social como el nuevo Bálsamo de Fierabrás capaz de curar no solo las dolencias del cuerpo, sino también del espíritu, pero, ¿es inocente pedirnos a todos que conservemos la distancia social?, ¿no sería más apropiado hablar de la distancia física?
Desde la revolución francesa el virus del individualismo corroe nuestra sociedad; ya los revolucionarios marcaron como objetivos primordiales la destrucción de los gremios, corporaciones, familias, y cualquier asociación natural que uniera a las personas por vínculos de fidelidad, afinidad, o cercanía. El individualismo, que usó como engaño los supuesto derechos de los ciudadanos relegando los derechos de los pueblos, de las familias, y de las corporaciones, pretendía (y lo consiguió) dejar al individuo al descubierto, sin resguardo, sin seguridades, y sin capacidad para enfrentarse a cualquier poder. La Edad Media fue una edad de grupo, de amalgama, la edad moderna es una edad de solitarios, de lobos esteparios sin capacidad de oponerse al poder constituido, sin capacidad de reacción ante la manipulación y la opresión.
En este camino de desmembramiento social irrumpieron las redes sociales, los móviles inteligentes, y las nuevas tecnologías; algunos se atrevieron a afirmar que todos estos instrumentos permitirán acercar a la humanidad, harían del mundo un lugar más cercano e íntimo, borrarían las distancias, y el tiempo … pero el resultado ha sido el contrario, pues no sólo hemos perdido capacidad de empatía, sino que hemos perdido el más objetivo de nuestros sentidos: el tacto.
De los cinco sentidos que posee el ser humano, gusto, vista, olfato, oído, y tacto, es este último el sentido más social, el más consciente, el más poderoso. El tacto es el único sentido que no distorsiona la realidad, y a la postre es el único sentido al que damos crédito, y al que además dotamos de carácter mágico. Cuando los apóstoles relataron a Santo Tomás la resurrección de Nuestro Señor, este confesó que no creería ni a sus ojos, ni a su oído, que no creería «si no pongo el dedo en la llaga de los clavos, y mi mano en el costado, no lo creeré».
El tacto es el sentido de la creación, es el que permite al alfarero simular la obra divina, y el que permite al músico simular el sonido de los astros, todo un Dios en su resurrección fue manifestado por el tacto, y toda una creación se puede derrumbar sin el.
Pero el tacto no sólo es corpóreo, sino que es el instrumento de lo religioso, y aún de lo mágico. Todavía hoy en los ritos de nuestra sabia madre iglesia el tacto nos incorpora a la grey elegida, pues la confirmación se efectúa mediante la imposición de manos sobre todos los confirmandos, lo que permite a las personas bautizadas su integración de forma plena como miembros de la comunidad, y en la edad media era común la creencia en el poder sanador que tenía el rozar el manto de los reyes.
El tacto es el sentido que nos hace propietarios de la realidad, que nos permite prehendere (tomar, obtener); ningún objeto de deseo es real hasta que no es tomado, prendido … el amor platónico se convierte en carnal y en fructífero por el tacto … pero la tecnología nos expropia de nuestro más preciado contacto con la realidad.
Las uniformes, lisas y pulidas pantallas móviles, aparentemente nos permiten conectar con nuestros iguales mediante el uso de las redes sociales, pero el tacto frío, uniforme, y constante, nos aleja de la realidad que queremos hacer nuestra … ya no existe el disfrute de una piel tersa, la posesión de la materia que servirá para dar vida a una obra de arte, la entrañable suavidad que supone el contacto con un recién nacido.
La tecnología nos ha desposeído de la realidad, el pulido de sus pantallas nos deja ciegos, y nos impide la cercanía con el objeto fruto del deseo, nos convierte en incrédulos incapaces de distinguir entre la bella verdad, y la burda mentira, nos convierte insensibles ante el suave temblar de quién sufre, y nos hace indiferentes ante el pequeño rubor que alienta todo amor verdadero.
En esta época de pandemia nos han vendido la realidad virtual como sustituto satisfactorio de la realidad física, pero lo virtual no satisface, no llena, no sacia … la realidad es corpórea, y el cuerpo necesita contacto, sin distancia social, ni distancia física, la felicidad sólo se puede vivir sin redes, sin medidas de contención, el desbordamiento de la cercanía será la verdadera solución al individualismo que nos acecha desde las nefastas revoluciones individualista que empezaron por el protestantismo, siguieron por las revoluciones liberales, y comunistas, y continúan con las revoluciones sexuales y feministas que buscan el distanciamiento entro lo complementario.
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