La pandemia del COVID-19 ha desenmascarado al individualismo promovido desde las élites dominantes, y sin embargo la sociedad nunca había sido tan conscientes de la interdependencia de los unos con los otros.
El COVID-19 ha cuestionado la seguridad en la que creían vivir las sociedades opulentas, y ha evidenciado el fracaso de todos aquellos que confiaban únicamente en la ciencia, olvidando la fe. Igualmente, esta crisis sanitaria ha puesto en evidencia que la gratuita cesión de nuestros derechos al Estado, hijo del liberalismo, ha dejado a la humanidad en la más absoluta desprotección.
La nueva normalidad supone volver al paganismo anterior a la llegada del Mesias, supone dar carta de naturaleza al individualismo hijo de la Revolución, iniciada con Lutero, continuada con la Revoluciones Francesas y Rusa, y mantenida con el actual proceso revolucionario de la revolución de género.
La Eucaristía es el centro del catolicismo, es el memorial de la muerte y resurrección de Nuestro Señor, es el único motivo de nuestras creencias, y es la conmemoración que nos alienta a la esperanza, desde la fe, y el ejercicio de la caridad.
En unos meses, hemos pasado de teorizar sobre la comunión para todos (divorciados vueltos a casar, falsas ceremonias ecuménicas …), a comunión para ninguno. Se han cerrado templos, se ha prohibido la Eucaristía, incluso en Madrid la Delegación de Gobierno primero, y el Tribunal Superior de Justica, después, nos han prohibido el rezo del Santo Rosario en comunidad, sin importar que en la convocatoria se garantizara la mal llamado distancia social, la concurrencia con guantes, y mascarilla, y el más escrupuloso respeto a las indicaciones sanitarias … para nuestros gobernantes, ni la verdadera fe es esencial, ni la libertad y el libre albedrío es un valor a respetar.
Sin duda alguna a muchos no nos ha sorprendido el cesarismo de nuestros líderes políticos, sabemos que el cesarismo siempre ha estado en combate con el catolicismo, que cada día la Revolución tiene armas más poderosas, no por mérito propio, sino por desmérito de un pueblo católico que ha declinado dar la batalla.
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