Este domingo día 10 de mayo, varios medios y perfiles de Twitter se hacían eco de la posibilidad de prorrogar el Estado de Alarma hasta finales de mes, pero no del presente, sino del próximo (concretamente, el día 29 de junio, día de San Pedro y de San Pablo).
Pero no fue esa la única noticia (sobre un hecho que al parecer respaldaría la presidenta de Ciudadanos, esa filial partitocrática del Elíseo francés en España). Por lo visto, parece que en algunos bloques de pisos decidieron hacer algo distinto al aplauso borreguil de las 8.
Uno de los feudos del PP en la capital nacional fue un pequeño foco de protestas
Sobre las ocho de la tarde, en la intersección entre las calles Ayala y Núñez de Balboa, ubicadas en el barrio Castellana, perteneciente al matritense Distrito de Salamanca, varios vecinos decidieron salir a la calle para pedir la dimisión del gobierno de PSOE y PODEMOS.
De inmediato, se percibió una escena policial sin precedentes en el barrio (esta es una de las zonas de la capital donde menos tasa de delincuencia hay). Varias unidades de la Policía Nacional cercaron de inmediato esas calles para impedir el curso de la manifestación.
Con esto último vendría a corroborarse, como el mismo concepto indica, que tal cuerpo policial, como cuerpo de seguridad del Estado, sirve a quienes controlan el mismo (que no a la patria), que son, en este momento, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y sus adláteres.
Pero la cuestión es si esta pequeña reacción espontánea (aunque solo se limitara a pedir la dimisión del entramado totalitario instalado en Moncloa y a exhibir la rojigualda en base al sentimiento patriótico de esa derecha sociológica) merece más importancia aún.
Deberíamos poder hablar del principio del comienzo de una reacción
En efecto, el Distrito de Salamanca es una de las áreas urbanas del centro matritense cuya sociología tiene tendencia conservadora y derechista (en sentido amplio). De hecho, en la zona de esa intersección, PP y VOX obtuvieron el pasado 10-N más de un 85% de votos.
Algunos pueden decir que no hay nada relevante dado que en ese barrio, la izquierda es prácticamente irrelevante. Pero hay que tener en cuenta que todas estas acciones suelen tener donde menos encaje sociológico tiene el avance revolucionario.
Para entender esto mejor, pondremos tres ejemplos:
- Ha sido Texas el territorio estadounidense donde comenzaron las primeras protestas contra el totalitarismo que supone el «estado de emergencia» (muchos de los participantes llevaban armas de defensa así como banderas de Gadsden). Incluso se ha conseguido que el Gobernador Gregg Abbott se comprometa a reducir el nivel del confinamiento.
- La caída del extinto Telón de Acero comenzó en Polonia. Pero el evento que marcó estos comienzos no tuvo lugar en los astilleros de Gdansk (urbe báltica donde más relevancia tuvo el sindicato católico Solidaridad), sino en Lublin, que forma parte de uno de los territorios del país eslavo donde la fe es más profunda.
- En Hispanoamérica, solo los brasileños están tomando las calles contra los proyectos urdidos por el globalismo, en apoyo de un presidente como Bolsonaro, que se atreve a poner en jaque al mismo. Recordemos que una movilización contracultural y contrarrevolucionaria impulsó cierto cambio político en un país del que también hay que recordar la fundación y labor de Plinio Correa de Oliveira.
Por lo tanto, lo importante es que en esas zonas de Madrid no solo se persevere sino que se marque el camino al resto de municipios y comunidades de toda la geografía española. Además, conviene no solo apoyar sin fisuras, sino orientando bien sin restar.
Todo sea por una sociedad activa y vigilante
Desde el ámbito periodístico e intelectual, también hay tareas para sostener ese proceso que, de ir bien, podría marcar un camino contrarrevolucionario. Conviene que la sociedad renuncie a la falsa providencia estatal y vuelva a poner a Dios en el centro de su día a día.
Es importante defender la libertad bien entendida, la tradición católica hispana, la dignidad humana, la propiedad, la familia y el principio de subsidiariedad. Actualmente, nos acecha un proceso revolucionario que busca subvertir el orden natural divino mediante el Estado.
De hecho, no hay que tener miedo a que se abran debates que, basados en distintos planteamientos, compartan fines y busquen procurar el bien común (en base a lo anteriormente mencionado de la sociedad).
Una de estas discusiones guardaría relación con la cuestión foral que el tradicionalismo siempre ha reivindicado, en pro de una descentralización, que cada cual podrá plantear con sus respectivos matices (una cosa es el fin y otra, los medios), pero siempre bottom-up.
Pese a que existe cierta descentralización a nivel municipal y regional, no se desea tanta eficiencia como se desea (dejando aparte el hecho de que las autonomías son, más bien, 17 mini-Estados centralistas que tienden a complicarnos el día a día).
De hecho, el problema no deja de agravarse con la relevancia de la democracia orgánica y el fenómeno de la dictadura de la mayoría (aparte de la discusión que deba generar la inexistencia de listas abiertas y circunscripciones nominales).
Partiendo del mínimo de deseo de una mayor descentralización y autonomía competitiva municipal (que pueda llegar a distritos y barrios), podríamos estudiar cómo podría verse respetado el criterio de las sociologías.
Por ejemplo, en la provincia de Madrid, existen algunos municipios, barrios y distritos, en los que la izquierda es totalmente irrelevante (prácticamente no se desea que la misma influya en su día a día, ya se trate de PODEMOS, PSOE o Más Madrid).
Entre esos lugares figuran localidades como Pozuelo de Alarcón, Majadahonda, Las Rozas y Boadilla del Monte, distritos matritenses como Chamberí y Salamanca, y barrios capitalinos como El Viso, Mirasierra, Montecarmelo y Aravaca.
Allí no estarían nada conformes con un gobierno de Ángel Gabilondo e Isabel Serra (igual que en su día, tampoco estuvieron nada conformes con el mandato de la comunista Manuela Carmena).
Por lo tanto, no sería inadecuado estudiar fórmulas de descentralización que sean más respetuosas con estas unidades de orden inferior. Sí, teniendo presente que el poder político no es lo mismo que la soberanía social.
Así pues, podríamos conseguir una mayor fragmentación del poder político que respetara el principio de subidiariedad y ayudara a esas comunidades que deben ser más activas y vigilantes, en aras de ese adecuado proyecto contrarrevolucionario tan necesario.
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