El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, aprovechó la clandestinidad que otorga la atención pública a la pandemia del COVID-19 para legalidad la «subrogación gestacional comercial».

Se añade así otro nombre a la ya larga lista de personajes públicos que se rinden ante la presión gay y deciden primar las buenas relaciones con los lobbys de presión gay antes que la defensa de los más débiles.

Con esta legalización se da un paso más en la mercantilización de la vida y en la concepción del derecho como mero instrumento para la satisfacción de deseos y caprichos individuales. Y es que hasta que aparecieron en el mundo los diversos lobbys gay, todas las culturas y todos los sistemas jurídicos entendían que la paternidad no era ningún derecho individual ni colectivo, sino un hecho natural trascendente tanto en la órbita personal como en la social. Hecho que debía ser protegido como generador de nuevos ciudadanos, pero nunca derecho.

Sin embargo el estilo de vida homosexual, caracterizado por su hedonismo y egocentrismo afectivo ha logrado convertir un hecho natural en un derecho de contenido patrimonial. Ahora, por fin, en plena siglo XXI se va extendiendo una nueva esclavitud que supone someter a las mujeres de peor condición económica a los caprichos de las parejas homosexuales.

Ahora bien, este no es el primer paso. Ahora se les concede el supuesto derecho de poder comprar un niño, si bien más adelante pedirán el derecho de poder comprarlo a la carta, exigiendo determinadas calidades al “producto industrial” que adquieren. Quizá no en mucho tiempo hasta solicitan que, como cualquier otro producto comercial, se les conceda un plazo para probar el producto y devolverlo si no les convence.

Desde luego es ya cada vez más evidente que la humanidad se encuentra en el punto moral más bajo de su historia. Y luego algunos se extrañan de que, efectivamente, Dios pueda permitir castigos de todo tipo. Ahora ha sido el COVID-19, quién sabe lo que será mañana.

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