El diablo ataca más a los mejores y por eso ataca especialmente a España y la quiere destruir”’.
(Benedicto XVI al ex ministro español Jorge Fernández Díaz)
Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión. Así cantábamos y festejábamos en aquel tiempo en que saltábamos a la comba, jugábamos al escondite o hacíamos carreras con las bicis, pero llegó lo que llaman democracia y el poder dijo que eran excesivas las fiestas religiosas en un país que debía ser aconfesional según la Constitución española vigente, la de 1978.
Esto, significó retroceder de un catolicismo como religión oficial durante el período 1939-1975, por mérito, no tanto de Franco Bahamonde (últimamente conviene aclarar), como por reconocimiento a los millares de mártires que, en defensa de la fe, fueron masacrados por el exclusivo hecho de defender la religión católica. Aquello significó también un triunfo de las izquierdas, porque se volvía a la Constitución de la Segunda República (1931-1939) por la que España “dejaba de ser católica” (Manuel Azaña dixit) y la menos conocida pero todavía más radicalmente antirreligiosa Ley de Confesiones y Congregaciones Religiosas que, aprobada el 2 de junio de 1933, fue calificada por sus autores como “la obra maestra de la República”, celebrada victoriosamente por los miembros de la masonería insertos tanto entre la burguesía como en el PSOE, porque recordemos que si en 1930 eran 2.455 miembros (encuadrados en 81 logias y 26 triángulos), poco después, casi un tercio de los diputados de las Cortes Constituyentes de 1931 perteneció a la secta: 151 diputados,( 135 al Gran Oriente Español y 16 a la Gran Logia Española), de los cuales, casi la mitad, 65 diputados pertenecían al PSOE y al Partido Radical Socialista. Para 1934, los masones en España casi se duplicaron, llegando a un total de 4.446 miembros, todos con un objetivo, destruir a la Iglesia católica paso previo para destruir a España. No han cambiado sus fines.
Fueron aquéllos, años de poderosa movilización intelectual de todas las tendencias. Ramiro de Maeztu y Víctor Pradera consolidaron en la revista Acción Española los cimientos de un pensamiento político tradicional español que chocaba con lo que las izquierdas trataban de imponer. A ambos les vinculaba una idea de España más allá de su lealtad al alfonsismo o al carlismo. El nuevo régimen ni iba a admitir, ni merecía un proceso de negociación de valores esenciales como los de la civilización cristiana y la españolidad. Maeztu publicó un hermoso artículo, que luego formaría parte de su Defensa de la Hispanidad, uno de los textos más vigorosos y olvidados del pensamiento español del siglo XX. Allí confesaba la razón última de su implicación en la política: el peligro de asfixia de la idea y la existencia de España (el mismo peligro que existe en estos momentos). “La encina de la tradición española estaba siendo ahogada por la yedra de la modernidad extranjera”. Había que hacer frente a lo que cabía llamar -decía Maeztu -«sin propósito de ofensa contra nadie»- la Antiespaña.
También en Acción Española expuso el ideario tradicionalista Víctor Pradera, ya convertido en el mayor pensador carlista del siglo XX, tras la desaparición de Vázquez de Mella. Su esfuerzo fue, como el de Maeztu, de adaptación doctrinal de un pensamiento a una idea de nación que permitiera la convivencia en el marco de una estructura de valores permanente. La libertad personal patrocinada por el catolicismo, la justicia social exigida por las Encíclicas y la participación del pueblo en un sistema de representación tradicional componían el elenco tradicionalista. Por el contrario todos los «falsos dogmas» de la Ilustración, todos los mitos liberales no eran sino despojos de una idea errónea del hombre y de un concepto equivocado y decadente de la sociedad. El resultado del liberalismo era, paradójicamente, la carencia de libertad del pueblo. El resultado del Estado parlamentario era la ausencia de la representación nacional. El resultado del nacionalismo era la pérdida de un vigoroso regionalismo, germen de una España diversa. Todo aquello que Chesterton consideraba innovador en su Ortodoxia, Pradera pensaba no era más que la adecuada inserción de lo reciente en lo eterno, de lo actual en la tradición. «Hemos descubierto que el nuevo Estado no es otro que el Estado español de los Reyes Católicos.» No en su forma externa, desde luego, pero sí en los valores que empujaron a España hacia una misión universal. Ambas “peligrosas” personalidades –sólo por su oposición a las ideas imperantes−, fueron rápidamente asesinadas, Pradera en San Sebastián en septiembre y Maeztu en Aravaca en octubre del mismo año de 1936.
Que se les arrebatase su vida en los primeros meses de la Guerra Civil fue, para ellos y sus partidarios, demostración de la barbarie que habían anunciado, en lo que los políticos de izquierda, −aún los que estuvieron en contra de Azaña y cuanto supuso la II República−, aceptaron entusiásticamente; y la curia importante de la Iglesia adoptó, salvo honrosas excepciones, un peligroso aggiornamento, por lo que no movió un dedo, no para defender su estatus sino el de Cristo en la sociedad española. Y así nos fue. Once obispos, y sacerdotes y hombres y mujeres religiosos y seglares fueron asesinados por miles por defender las enseñanzas de Cristo. Así nos fue y así nos va, porque el aggiornamento continua. El último ejemplo, la no celebración de la importantísima fiesta del Corpus Christi, que pasa sin pena ni gloria, aceptada la prohibición de procesionar para homenajearle.
Recordemos algo de lo que significa dicha celebración. Corpus Christi (en latín, «Cuerpo de Cristo») o Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, también se llamó Corpus Domini («Cuerpo del Señor”). La fiesta surgió en la Edad Media, cuando en 1208 la religiosa Juliana de Cornillon promueve la idea de celebrar una festividad en honor al Cuerpo y la Sangre de Cristo presente en la Eucaristía. Así, se celebra por primera vez en 1246 en la diócesis de Lieja (Bélgica).
En el año 1263, mientras un sacerdote de Praga, atormentado por dudas acerca de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, mientras dividía la Hostia santa en la celebración de la Misa, en la Basílica de Santa Cristina de Bolsena, vio el corporal lleno de sangre que brotaba de las sagradas especies. Asombrado y aturdido por tan gran prodigio, le vino la duda de si había de terminar o seguir la Misa. En la esperanza de ocultar a los presentes lo sucedido y con el deseo de pedir ayuda y explicación a la competente autoridad, resolvió suspender la celebración de la Santa Misa, y, recogidas las sagradas especies en paños sagrados, corrió a la sacristía. Cuando acaecía este milagro, era Ministro General de los Franciscanos Juan Fidenza, conocido bajo el nombre de Buenaventura de Bagnorea, ciudad natal del Santo, a pocos kilómetros de Bolsena. Profundo conocedor de los hombres y de los lugares, el Doctor Seráfico fue encargado por el Papa Urbano IV de presidir la comisión de teólogos instituida para controlar la verdad de los hechos.
Realizado su cometido por la comisión, confirmó la verdad del milagro, y el Papa ordenó a Jaime Maltraga, Obispo de Bolsena, que le llevase a Orvieto, donde tenía su residencia, el sagrado corporal, el purificador y los linos manchados de sangre. Acompañado el Papa de su corte, salió al encuentro de las sagradas reliquias, y, en el puente de Rivochiero, tomó entre sus manos el sagrado depósito y lo llevó procesionalmente a Orvieto. Instauró la fiesta del Corpus Christi en 1264 por la bula Transiturus hoc mundo. A Santo Tomás de Aquino se le encargó preparar los textos para el Oficio y Misa propia del día, que incluye himnos y secuencias, como Pange Lingua y Tantum Ergo)[1].
En el Concilio de Vienne de 1311, Clemente V dará las normas para regular el cortejo procesional en el interior de los templos. En el año 1316, Juan XXII introduce la Octava con exposición del Santísimo Sacramento. Pero el gran espaldarazo vendrá dado por el papa Nicolás V, cuando en la festividad del Corpus Christi del año 1447, sale procesionalmente con la Hostia Santa por las calles de Roma.
En España tradicionalmente se Le ha venido honrando con procesiones. Son famosas las de Sevilla o Toledo en las que la Sagrada Hostia se exhibe en magníficas custodias, pero últimamente, como se ha impuesto lo anticlerical, ya no hay “jueves que relumbre más que el sol”, ahora se ha pasado al domingo siguiente para no perder un día de trabajo. Se pueden perder 17 días, uno por Autonomía para celebrar el día de cada Comunidad, claro que para compensarlo quitaron la celebración de Santiago Patrón de España y en algún momento hasta hablaron de quitar la de Reyes ¿Cómo no van a quitar el Corpus del que no entienden su trascendencia? De modo que este año, con la disculpa del Covid, el poder político no ha permitido ni en jueves ni en domingo que Cristo procesionara por las calles tradicionalmente engalanadas para Él. Y la Iglesia, jerarquía y fieles, aceptándolo sumisamente.
El germen de la masonería sigue fructificando. El Covid, que tan bien les ha venido, sirve de disculpa para sus imposiciones, decretos y pago de deudas amicales y para seguir arrinconando a la Iglesia, que, hay que reconocer, que atemorizada por su responsabilidad ante la posible expansión del bicho, se pliega dócilmente ante las órdenes del ejecutivo, sin manifestar oposición alguna ni la mínima confianza en que Dios no abandonaría a sus fieles. Algunos sacerdotes reaccionaron para, al menos, decir misa por televisión; un hecho absolutamente incompleto, puesto que los fieles no podían participar del núcleo esencial y básico, recibir la comunión. Los políticos encantados con una misa muy protestante y descafeinada, alejada de lo fundamental de una misa católica y la gente, hedonista y acomodaticia, feliz de justificar su asistencia a misa mientras daba vuelta al puchero o enchufaba la lavadora, sin ser conscientes de que con ello colaboraban en la labor en la que los tentáculos del mal tienen más empeño: alejar de las mentes y sobre todo del corazón del pueblo, la creencia, la fe en Dios.
“En España se identifica religión con derecha o extrema derecha, con antiguo, con viejo, con imposición y uniformidad”, señala el sociólogo Javier Elzo hablando de la secularización de la sociedad española que la sitúa en el puesto 16 de los Estados menos religiosos del mundo. En su opinión, España pasará de una “religión sociológica” a una religión de “convencimiento personal”. Es decir, dirá adiós a una religión de masas, como fue, para acoger a unas personas que, en verdad, creen y practican su religión por convencimiento personal.
Creo que lleva razón y que así debe ser, pero habría que plantearse la responsabilidad de los sacerdotes en el desconcierto que causan en los fieles en asuntos tan esenciales como por ejemplo recibir la Comunión, pues aunque la Iglesia ha dicho explícitamente: “todos los fieles deben tener la opción de recibir la comunión en la lengua aunque otras personas la estén recibiendo en la mano”, y dan instrucciones de que se sitúen los últimos, etc. hay sacerdotes que se niegan a dar la comunión en la boca, causando asombro entre los feligreses y gran conmoción y bochorno en el comulgante. Así ocurrió el domingo en una parroquia madrileña. Tras unos segundos de mirarse mutuamente, no diría yo, retándose, pero casi, como dos vaqueros en el Oeste, la señora con voz dulce dijo: “Padre, Vd. ha sido ungido para poder consagrar y que el pan se convierta en el Cuerpo de Cristo y poder tomarle luego con dos dedos para darme la comunión. Yo no quiero quitarle semejante privilegio”. Supongo que al sacerdote le pilló de sorpresa y le dio la comunión sin rechistar.
Se podrían decir muchas cosas: la falta de confianza del sacerdote en el Señor por miedo al posible contagio, o los años luz que separan a este religioso de un verdadero hombre de Dios como fue Jozef de Veuster, el Padre Damián de Molokai[2] de los SS.CC.
Podía la comulgante haber recordado también un texto de santo Tomás de Aquino de la Suma teológica (Parte IIIa; Cuestión 82) que resumido dice: «A este sacramento ninguna cosa lo toca que no sea consagrada (…). Por eso, a nadie le está permitido tocarle (…) De la misma manera que fue el mismo Cristo quien consagró su cuerpo en la cena, así fue Él mismo quien se lo dio a comer a los otros; corresponde al sacerdote no solamente la consagración del cuerpo de Cristo, sino también su distribución».
Pero tampoco hay que retroceder tanto. Últimamente, Monseñor Schneider, obispo de Astaná (Kazajistán), y el cardenal Sarah se han manifestado al respecto. Schneider nos advierte: «Este gesto (comulgar en la mano) nunca se había conocido en toda la historia de la Iglesia Católica, sino que fue inventado por Calvino. Los calvinistas no creían en la presencia real de Jesús, pero mantuvieron la comunión en la mano simbólicamente, quizá por eso los modernistas están encantados con esta manera de comulgar. Monseñor Schneider afirma que “esta forma de recibir la Sagrada Comunión directamente en la mano es muy grave, ya que expone a Cristo a una enorme banalidad, por no hablar del hecho grave de la pérdida de fragmentos eucarísticos. Y los fragmentos de la hostia consagrada son aplastados por los pies. ¡Esto es horrible! ¡Nuestro Dios, pisoteado en nuestras iglesias! Nadie puede negarlo”.
El 19 mayo de 1969, Pablo VI firmó las Instrucciones Memoriale Domini e Immensae Caritatis, donde se enfatizó seguir comulgando de la manera tradicional (en lo Sagrado más que progresar hay que ascender), pero donde por primera vez en la historia se «toleró», se «indultó» (verbo indirectamente incriminatorio) tomar la comunión con la mano. Por primera vez, el hombre toma a Dios, no lo recibe. Lo reclamaron (y entonces no había Covid) como excepción obispos de Bélgica, Holanda, Francia o Alemania, que en realidad ya lo estaban haciendo sin permiso del Papa. La petición, como se ve, llegó al Vaticano envuelta en papel de ultimátum. Salió adelante en parte como una concesión posconciliar al ecumenismo, en un intento por acercar posturas con protestantes, anglicanos, luteranos o calvinistas.
«Es hora de que los obispos eleven sus voces por Jesús Eucarístico, quien no tiene voz para defenderse», reclama el obispo de Astana y él lo pone en práctica: “No podemos seguir como si Jesús como Dios no existiera, como si sólo existiera el pan. Esta práctica moderna de la Comunión en la mano no tiene nada que ver con la práctica de la Iglesia antigua. La práctica moderna de la recepción de la Comunión en la mano contribuye gradualmente a la pérdida de la fe católica en la presencia real y de la transubstanciación. Un sacerdote y un obispo no pueden decir que esta práctica no está mal. Aquí está en juego lo más santo, lo más divino y concreto que hay en la tierra”.
Y añade: “Los fieles están perdiendo la fe a través de esta forma tan banal de tomar la Santa Comunión como si fuera un alimento común, como una patata o un pastel. Tal manera de recibir la sagrada comunión aquí en la tierra no es sagrada, y destruye con el tiempo la profunda toma de conciencia y la fe católica en la presencia real y la transubstanciación”.
El jefe del departamento del Vaticano que supervisa la liturgia, cardenal Sarah, está convocando a los fieles católicos a volver a recibir la Sagrada Comunión en la boca y de rodillas. Insiste también como monseñor Schneider, en el problema de los fragmentos:… “Si incluso el párroco no presta atención a los fragmentos, si administra la comunión de tal manera que los fragmentos se puedan esparcir, entonces significa que Jesús no está en ellos, o que Él está ‘hasta cierto punto’ “.
Pero claro, es que se ha puesto a Dios en una esquina, el Santísimo Sacramento está a veces en un sagrario lejos del centro, mientras que su sitio lo ocupa la silla del sacerdote, de modo que existe el peligro real de que Dios y sus mandamientos y leyes se pongan al lado y el hombre por deseo natural en el centro. Hay conexión causal entre la Eucaristía y la crisis doctrinal. Y añade:” La crisis es realmente esto: no hemos puesto a Cristo o Dios en el centro. Y Cristo es Dios encarnado. Nuestro problema hoy es que guardamos la encarnación. La hemos eclipsado. Si Dios permanece en mi mente sólo como una idea, esto es gnóstico. En otras religiones, por ejemplo, judíos, musulmanes, Dios no se encarna. Para ellos, Dios está en el libro, pero Él no es concreto. Sólo en el cristianismo, y realmente en la Iglesia Católica, la encarnación es plenamente efectiva y tenemos que hacer hincapié de esto, por tanto, también en cada punto de la liturgia. Dios está aquí y realmente presente. Así que cada detalle tiene un significado, a veces lo olvidamos”.
Es por esto que el ataque diabólico más insidioso consiste en tratar de extinguir la fe en la Eucaristía, sembrando errores y fomentando una forma inadecuada de recibirlo. Verdaderamente la guerra entre Miguel y sus Ángeles por un lado, y Lucifer por otro, continúa en los corazones de los fieles: el objetivo de Satanás es el sacrificio de la Misa y la presencia real de Jesús en la hostia consagrada. Este intento de robo sigue dos pistas: la primera es la reducción del concepto de “presencia real.” Muchos teólogos persisten en burlarse o desairar el término “transubstanciación” a pesar de las constantes referencias del Magisterio (…). La segunda pista en la que se ejecuta el ataque contra la Eucaristía es el intento de eliminar el sentido de lo sagrado de los corazones de los fieles. (…) Mientras que el término “transubstanciación” nos señala la realidad de la presencia, el sentido de lo sagrado nos permite vislumbrar su unicidad y santidad absolutas. Eliminando ambas se pierde lo esencial de la Misa, lo cual parece ser el objetivo del poderoso grupo que quiere transformar el mundo.
Por último, añadiremos la petición que en Austria han realizado 21 médicos católicos a la Conferencia Episcopal del país para que se levante la prohibición de facto de la comunión en la boca, debido a la epidemia del Covid. Recuerdan que en Italia el profesor Filippo Maria Boscia, Presidente de la Asociación de Médicos Católicos de Italia, declaró: «Como médico, estoy convencido de que la comunión en mano es menos higiénica y por lo tanto menos segura que la comunión en la boca. Lo que es seguro es que las manos son las partes del cuerpo más expuestas a los patógenos». Los médicos austriacos recuerdan también que es parte del rito tradicional que el sacerdote se lave las manos en la sacristía inmediatamente antes del comienzo de la Santa Misa: «Sólo él toca el cáliz y el copón. Después de la consagración, mantiene cerrados los dedos pulgar e índice -que antes ha vuelto a lavar ritualmente con agua- hasta después de la comunión, por lo que no toca nada con ellos excepto la hostia consagrada. Y Ella nunca causa daño.
- [1] Noticia que apareció en el diario L’Obsservatore Romano, 21 de mayo de 1961, pág. 6. P. Deodato Carbajo. 0. F. M.
- [2] Canonizado por el Papa Benedicto XVI el 11 de octubre de 2009
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