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Análisis

Nosotros acusamos

Si España se pierde es culpa sobre todo de catolicismo mestizo, pacifista, transigente, acomodaticio, legalista, malminorista y reconocementero.

«Aparece, por desgracia, demasiado claro el designio con que se dictan tales disposiciones, que no es sino educar a las nuevas generaciones, no ya en la indiferencia religiosa, sino con un espíritu abiertamente anticristiano»

(Pío XI, Encíclica “Dilectissima Nobis”, 3 de junio de 1933)

La quema de conventos que, en mayo de 1931, antes de que hubiera pasado un mes de la proclamación de la Segunda República, tuvo lugar en Madrid y otras ciudades de España, ante la más completa pasividad de las nuevas autoridades (recuérdese la famosa frase de Azaña: Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano), puso en evidencia que la convivencia de los católicos no iba a ser fácil.

El debate constitucional de 1931 puso aún más de relieve el sectarismo del nuevo régimen. En el debate sobre los artículos que abordaban los temas relativos a las relaciones Iglesia-Estado, el ministro de Fomento y Justicia, Álvaro de Albornoz, (fruto de cuya gestión fueron las leyes «laicas» de la República: disolución de la Compañía de Jesús, Divorcio, supresión del presupuesto de Culto y Clero, reglamentación de las Órdenes Religiosas, etc.) no dudó en expresarse en los siguientes términos: «Una Constitución no puede ser nunca una transacción entre los partidos. […] No más abrazos de Vergara, no más pactos de El Pardo, no más transacciones con el enemigo irreconciliable de nuestros sentimientos y de nuestras ideas. Si estos hombres creen que pueden hacer una guerra civil, que la hagan; eso es lo moral, eso es lo fecundo».

Pero el discurso central del debate fue el de Azaña señalando que España había dejado de ser católica. No dudaba el político complutense de que en España hubiera millones de católicos, «pero lo que da el ser religioso de un país, de un pueblo y de una sociedad no es la suma numérica de creencias o de creyentes, sino el esfuerzo creador de su mente, el rumbo que sigue su cultura», y como ésta ya no estaba imbuida del mismo catolicismo que la del Siglo de Oro, había que plasmar esta nueva realidad en el nuevo ordenamiento jurídico. ¿Nueva realidad del catolicismo? Estas declaraciones de 1933 parecen actuales. Ahora también se habla de “Nueva Normalidad, Nuevo Orden Mundial…y ya tenemos más evidencias de dónde y de quiénes venía la influencia.

Quizá por eso, entonces como ahora, se aprecia en su actuación un sectarismo innegable. Las Órdenes religiosas, tal y como se plasmó en el artículo 26 de aquella Constitución, no podrían dedicarse a la enseñanza –«Ésta es la verdadera defensa de la república. A mí que no me vengan a decir que esto es contrario a la libertad, porque esto es una cuestión de salud pública»– y tampoco a la industria ni el comercio. Además, sus bienes podrían ser nacionalizados y serían expulsadas las que tuvieran un cuarto voto de obediencia a una autoridad distinta a la del Estado (jesuitas). La cuestión, también como ahora, se trataba de fomentar el odio a Cristo y rechazar sus enseñanzas.

El Papa y también Menéndez Pelayo, trataron, inútilmente, por cierto, de reconducir posturas. Menéndez Pelayo advirtió que la gloria de España estaba íntimamente unida a la religión y que la política seguida por el Gobierno hería los sentimientos de gran parte de los españoles, lo que no era apropiado para conseguir aquella concordia de espíritus que es indispensable para la prosperidad de una nación y el Pontífice, Pío XI, recordaba que para la Iglesia eran igualmente legítimas todas las formas de gobierno, «con tal de que queden a salvo los derechos de Dios y de la conciencia cristiana», y, por tanto, había mostrado desde el primer momento su disposición a colaborar con las nuevas autoridades, disposición también mostrada por la jerarquía eclesiástica española y por los fieles.

Sin embargo, era de temer que la persecución hacia el catolicismo de los nuevos gobernantes se debía al odio que contra el Señor y contra su Cristo fomentaban sectas subversivas de todo orden religioso, tal y como sucedía en Rusia y Méjico. Solo así se explicaban las dificultades que se ponían a la enseñanza religiosa y a todas las manifestaciones de culto público, llegando incluso a establecer que quienes quisieran enterrarse como católicos debían hacer una declaración notarial al respecto.

La encíclica Dilectissima Nobis del Papano consiguió, como ya era supuesto, atemperar la política antirreligiosa de la República, pero la victoria de la CEDA y los radicales proporcionó una relativa paz, interrumpida por la revolución socialista de octubre de 1934, en que fueron destruidas 48 iglesias y asesinados 34 religiosos, aunque la situación empeoró notablemente tras el triunfo del Frente Popular, con 160 iglesias totalmente destruidas y otras 251 dañadas entre los meses de febrero y junio, (un mes antes de la declaración de guerra), según puede leerse en el informe presentado a las Cortes por Gil Robles.

Ante esta situación, el 7 de junio de 1933, Fernando Contreras[1], escribió en El Siglo Futuro[2] el artículo con el título que hemos tomado para este escrito y del que transcribimos algunos párrafos porque, dada la situación por la que atraviesa España, parece tristemente que hemos retrocedido casi un siglo; exactamente 87 años, especialmente si hablamos de los nuevos planes para entorpecer, aún más, la educación y el respeto a las enseñanzas cristianas. Decía Contreras:

“Ya está armada la sentencia, cumpliendo el acuerdo del Sanedrín, de condenar a Cristo en la persona moral de su Iglesia, y en la física del Clero y las Órdenes religiosas. Y ante el brutal atropello y el inicuo despojo de todas las libertades naturales y políticas. Ante el sacrílego espectáculo de las turbas parlamentarias que vocean el blasfemo grito de “no queremos que Cristo reine sobre nosotros”.

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Ante la triste visión de un pueblo, donde solo aparecen cobardes Pilatos que se lavan las manos, pero no se limpian las conciencias; judas traidores que se ven, pero no se ahorcan, y Pedros que niegan pero no se arrepienten, nosotros, o sea la Comunión Católico-Monárquica Tradicionalista, nos alzamos ante el pueblo y ante la historia en este crítico momento, donde van a reñir su última y definitiva batalla la civilización cristiana y el paganismo materialista, para acusar una vez más al gran culpable de cuantos males nos aquejan. Y nos levantamos a acusar, porque somos los únicos con derecho a hacerlo.

Un siglo de ostracismo, de persecución, de burlas; un siglo de lealtad a la bandera y los abanderados; dos guerras civiles y el cumplimiento exacto de todas las profecías y anuncios hechos por los que los zorros y los cucos nos llamaron búhos inquisitoriales, retrógrados, clericales, incomprensivos, medioevales, intransigentes, etc., he aquí nuestros títulos. Nosotros y solo nosotros somos irresponsables de la bancarrota moral y material que deshace y pulveriza España.

Nosotros y solo nosotros, contra todos y frente a todos, hemos custodiado, defendido y amparado el tesoro de la tradición, lo mismo cuando lo asaltaban las hordas de la revolución fiera, que cuando a saco los rateros de la componenda, la transigencia, la hipótesis y el hecho consumado. Y ostentando con orgullo nuestros títulos y ejecutorias, a fuer de guardianes de la España tradicional, que es tanto como decir de la España católica, antiparlamentaria, anticentralista y monárquica, acusamos a la España liberal, parlamentaria, demagógica, centralista y la decimos:

¿Qué habéis hecho de nuestra patria?

Y no acusamos a los hombres que nos rigen, pues sólo son los enterradores del cadáver nacional; las conclusiones de las premisas sembradas a voleo durante un siglo; los gusano que acaban hogaño con los cuerpos sociales corrompidos, como antaño los bárbaros con los pueblos degenerados. Estos hombres son tan sólo el azote de Dios.

Víctimas y verdugos de un régimen político, exótico, maldito y execrable. Víctimas de una política que pervirtió sus inteligencias en la cátedra, el periódico, el club; víctimas de una política que enfermó y envenenó sus corazones con la atmósfera de un liberalismo materialista e individualista injusto, inhumano y opresor. Verdugos ahora de sus verdugos e instrumentos fatales de la Providencia, que castiga las premisas, con estos hijos que son su consecuencia.

España la liberal, la revolucionaria fiera y la mansa, mil veces peor que la fiera; nosotros, los representantes de la única y verdadera España, te citamos y emplazamos ante este pueblo, ayer tan grande, glorioso, heroico, libre y creyente y hoy tan abatido, cobarde y descreído.

España la liberal, la revolucionaria fiera y la mansa, mil veces peor que la fiera; no ha sido la segunda República la que ha incendiado los templos, derribado las cruces, profanado el hogar, perseguido a Cristo y su Iglesia, secularizado los cementerios, desmembrado la Patria, rota la armonía entre el capital y el trabajo, mediatizado la justicia, deshecho el ejército, confiscado los bienes. Toda esta obra, ante la cual tiembla y reniega ahora España, es hija, obra y consecuencia del liberalismo fiero y mestizo, que sembró la semilla de donde nacieron los incendiarios y brotaron todos los hombres, ideas y males que nos afligen.

Fue el liberalismo de toda laya, casta y condición, el que rompió con nuestra unidad interna y a pretexto de formar hombres libres, hizo de la libre España un pueblo de esclavos o de anarquistas.

Fue el liberalismo centralista quien, al desconocer la autarquía de las personas infrasoberanas, creó los nacionalismos separatistas y antipatriotas.

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Fue el liberalismo económico quien, a nombre de un autonomismo individualista mató a los gremios donde las clases trabajadoras encontraban su instrucción religiosa y profesional y su independencia económica y su representación política como órganos del cuerpo social. Y por reacción, al verse el obrero solo y desvalido se sindicó, no para defender sus derechos y realzar su oficio sino para atacar el capital, a quien los merodeadores y vividores de la política le presentaban como enemigo del trabajador manual.

Fue el liberalismo quien, después de mostrarse como vil golilla ante las monarquías absolutas, acabó con nuestra unidad externa al destruir la Monarquía tradicional católica y, por tanto, sabedora que el monarca es tan solo representante de Dios de quien le viene el poder; templada, por la limitación del derecho divino y natural, por las leyes fundamentales y por los fueros, exenciones, privilegios y libertades de los organismos autárquicos; federativa cual corresponde a un régimen regionalista, hereditaria, para conservar aquella nota de continuidad que unida al interés, a la selección, a la educación y al atavismo histórico, mejora los defectos personales y engrandece la institución y sustituyó esta Monarquía, que es la histórica, por aquella nefasta Monarquía liberal, parlamentaria, constitucional, remedo y caricatura de República, donde el rey tiene todos los inconvenientes de las Monarquías verdaderas y ninguna de las ventajas de los presidentes de República. ¿A qué seguir?

La obra del liberalismo está a punto de terminar. Y en vez de construir, todo lo ha derrumbado.

Acabó con la unidad interna con la externa, con la armonía de clases, con las regiones, con los gremios; robó a la Iglesia y ahora grita cuando entran a saco en el patrimonio particular; dejó a mansalva la propaganda antimilitarista y ahora protesta porque se destruye el Ejército: dejó la propaganda del amor libre y del maltusianismo y ahora gime ante la ley del divorcio y las familias poco numerosas. Con su sentido materialista, utilitario, componedor, cobarde y pastelero quitó el nervio de la raza e hizo de un pueblo de leones un pueblo de gallinas y ahora se queja de nuestra mansedumbre.

La Comunión Tradicionalista acusa a la España liberal en esta hora suprema de ser causante de todas sus ruinas espirituales, materiales e históricas. Y proclama que hoy como ayer, y mañana como hoy, el Tradicionalismo y el liberalismo son mutuamente opuestos y la enemistad entre el tradicionalismo y el liberalismo absoluta e irreconciliable.

Y una vez más levanta la Comunión Tradicionalista su bandera, tejida con hilos de lealtades, constancias y sacrificios, por los grandes principios que hicieron gloriosa y temida a nuestra España. Una vez más llama a todos.

Si la España se pierde, culpa será de los que quieren salvar la patria sólo con torrentes de palabras, con montones de papel y ríos de tinta; con votos y urnas; cuando lo que precisa es derramar mares de lágrimas de arrepentimiento y de sangre, si preciso fuera para restaurar y salvar con la tradición lo que arruinó y perdió no la Segunda República, sino un siglo de revolución fiera y mansa, de liberalismo radical y sobre todo de catolicismo mestizo, pacifista, transigente, acomodaticio, legalista, malminorista y reconocementero”.

Así se manifestó Fernando Contreras.

Permítanme que, como decía mi abuela, lo suscriba de la cruz a la fecha: NOSOTROS ACUSAMOS


  • [1] Fernando de Contreras y Pérez de Herrasti (Granada, 2 de julio de 1874- 2 de septiembre, Sevilla, 1940) ​ fue un aristócrata, político y periodista español. Durante la década de 1930 fue jefe provincial de la Comunión Tradicionalista en Jaén​ y destacó como articulista del diario El Siglo Futuro. Nació en una familia de la nobleza de raíces jienenses y granadinas emparentada con el héroe de la guerra de la Independencia Andrés Pérez de Herrasti. Su familia estaba vinculada al carlismo desde el Sexenio Revolucionario y había ocupado cargos de relevancia en dicha causa. Por ejemplo, Antonio Pérez de Herrasti y Antillón (1839-1900), tío segundo suyo, había presidido en Granada la junta carlista regional. Su abuelo paterno Fernando de Contreras Aranda fue alcalde de Jaén en 1861 y 1862.
  • En enero de 1932 Fernando de Contreras fue nombrado jefe provincial de la Comunión Tradicionalista de Jaén, provincia en la que la presencia carlista había quedado enormemente reducida en la década anterior y que él reactivó con energía.El 24 de junio de 1932 Fernando de Contreras era nombrado miembro del Consejo de Cultura de la Comunión Tradicionalista presidido por Víctor Pradera.​ En el terreno político, siguió la línea de Manuel Fal Conde de oposición total a la Segunda República, admitiendo solo una colaboración circunstancial con la CEDA para concurrir a las elecciones. Contreras era de los que exigía un rápido y violento derrocamiento del régimen, afirmando que «la prudencia excesiva es un defecto, no una virtud» Cuando el conde de Rodezno anunció su intención de dimitir como jefe delegado de la Comunión Tradicionalista en abril de 1934, Contreras propuso, junto con Manuel Senante y José María Lamamié de Clairac, que Fal Conde, hasta entonces jefe regional de Andalucía Occidental, le sucediera en el cargo, propuesta que finalmente se impuso, si bien el propio Rodezno sugirió que en lugar de Fal Conde, ocupara el puesto José Luis Oriol o el mismo Fernando Contreras. Contreras concluiría al respecto en sus artículos de prensa que sería difícil escoger entre vivir bajo el fascismo o bajo el comunismo, ya que ambos sistemas eran igualmente despóticos.
  • Contreras, junto con hombres como Oriol, la familia Baleztena de Navarra y Miguel María Zozaya, fue uno de los tradicionalistas que, a mediados de 1934, contribuyeron a financiar el armamento del Requeté, que se preparaba ya para una guerra. Durante la guerra civil española formó parte de la Columna Redondo y realizó importantes aportaciones económicas al bando nacional. Su hermano Ramón de Contreras y Pérez de Herrasti fue jefe regional de la Comunión Tradicionalista en Andalucía Oriental​ comisario carlista de guerra y primer jefe provincial de Granada de FET y de las JONS. ​
  • [2] El Siglo Futuro fue un periódico español publicado entre 1875 y 1936, vinculado al carlismo y al integrismo. Fue fundado por Cándido Nocedal ​ y estuvo inicialmente adscrito a la causa carlista​ de la cual según José Andrés Gallego «aspiró a convertirse en su portavoz oficial».​ En 1888 se convirtió en el medio de difusión del Partido Integrista liderado por Ramón Nocedal, director del periódico. En 1932 retornó al seno de la Comunión Tradicionalista, de la que sería el órgano oficioso hasta la Guerra Civil Española.

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Licenciada en Geografía e Historia, fue profesora hasta su jubilación.

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