Sin duda las Cruzadas pueden considerarse el hecho histórico (fuera de la Encarnación y muerte en cruz de Nuestro Señor Jesucristo) más generoso de la historia.

En ellas un conjunto de hombres poderosos (entre ellos varios reyes) decidieron arriesgar su vida en defensa de los cristianos que peregrinaban a Tierra Santa. Y no solo arriesgaron sus vidas, sino que vendieron sus bienes y entregaron sus posesiones para poder financiar su viaje, su estadía en Tierra Santa y el mantenimiento de sus mesnadas. Y todo esto lo hicieron por su Fe, pues ni había intereses comerciales ni estratégicos para ellos en juego.

Por desgracia este Fe fue aflojando con el tiempo, y hoy nada queda de ella, siendo imposible encontrar hoy algún poderoso capaz de arriesgar bienes y vida en una empresa religiosa.

No obstante es necesario recuperar ese vigor moral y esa Fe sin paliativos para devolver el mundo moderno a Cristo. Y es que por muchos que se empeñen los politólogos y los contertulios de los más diversos programas televisivos en polarizar a los españoles entre derechas e izquierdas tal pretensión nos presenta una dicotomía falsa. Y es que hoy, como
siempre, solo hay dos banderas: la una de Cristo, sumo capitán y señor nuestro; la otra de Lucifer, mortal enemigo de nuestra “humana natura”, los cuales llaman y quieren a todos bajo su bandera.

El Tradicionalismo está llamado a realizar una acción social y política de recristianización, y en esa labor, por desgracia, no contará, como sería de desear, con el apoyo de la elite política, económica y social. Por ello los carlistas debemos esforzarnos en convertirnos en la
élite moral que haga reaccionar al pueblo español. Y ello solo es posible si recuperamos el valor y la osadía de los Cruzados de la Fe. No hay otro camino.

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