Hace años que se espera, no puede asegurarse, pero el sonido de ese insistente rumor es de los que martillean los tímpanos. Y es que la tarjeta para fichar en el trabajo se hace de escaso alcance para esos que lo quieren todo. La tecnología, los tiempos y los aconteceres, lo permiten, lo facilitan y… ¿Queda mucho para que nos implanten un chip? El asunto viene ya de lejos, ya hay grupos en determinados lugares que a día de hoy “voluntariamente” llevan de modo habitual, bajo la epidermis, un chip personalizado que les identifica y les franquea la entrada a su empresa, verifica su identidad y registra su hora de entrada y salida, así como otras circunstancias quizá aún primarias.
Decían nuestros bisabuelos –o sus padres, o los padres de sus padres- que “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”. Y sí, adelantaban y lo siguen haciendo, pero se suponía que su progreso estaba de nuestra parte; desde algunos puntos de vista hay que empezarlo a dudar. En estas horas pasadas y todavía no resueltas de pandemia y estado de alarma nos monitorizaban en cuanto dijéramos, de un lado, y de otro se nos brindaba una aplicación para instalar en nuestro teléfono móvil para detectar el peligro de contagio del prójimo o viceversa. Este “adelanto” ya se está usando aquí y allá, aunque en China más, y sólo es la antesala del chip que, a poco que se empeñen en unos años, no muchos, nuestro centro de salud inyectará amablemente y sin dolor en la muñeca o en el cogote. En un principio, estas novedades mostrarán la etiqueta de “sólo para aquellos que libremente quieran” y la propaganda exhibirá sus múltiples ventajas. Entre seguridad y libertad, entre esa libertad y la salud, elegirán por nosotros. Para ello serán derribadas reticencias, prejuicios, escudos legales, resistencias, en fin, que serán arrasadas tal y como ha ocurrido, en campo distante, con las pegas de los escépticos, por ejemplo, en la invasión de los tatuajes.
Con el tiempo, ante la generalización del uso del chip, añoraremos –añorarán- el dni, el arte de firmar, el dinero en efectivo, la huella dactilar, el anonimato, hasta un paseo secreto por el campo, la privacidad… El chip será nuestro carnet biológico, nuestro acreditación para entrar, salir o permanecer, nuestro título académico, la declaración de hacienda, el tíquet del autobús o la entrada de teatro y el musical, el billete de tren o del avión, el certificado de empadronamiento, los poderes notariales o los títulos de propiedad, nuestra historia clínica o los resultados instantáneos de un electrocardiograma y hasta el pasaporte. Muchos creemos, y pistas sobran, que el control que viene va a ser imparable, nada nuestro podrá ser un secreto ni nada podrá ser olvidado, porque estaremos en directo primero y en los archivos imborrables, después.
Cuando todo siga como sigue, habrá chip obligatorio para poder ser visitados por el médico, para viajar, para poder cursar estudios y para votar. A la llegada preliminar del chip, los contrarios a su uso podrán ser tildados de reaccionarios, insolidarios, hasta negacionistas del cambio climático o lo que quiera que se dicte en ese momento, y puede que fachas…
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