Por el Padre Federico Highton, S.E.
I.- El mundo actual se cae a pedazos debido a la apostasía, esto es, debido a que Nuestro Señor Jesucristo fue destronado.
Como enseñaba el gran Card. Pie, el gran mal del mundo moderno es el naturalismo, esto es, el buscar la felicidad (individual o social) sin la gracia de Dios. El naturalismo aplicado al plano político se llama “laicismo” y consiste en la expulsión de Jesucristo del centro de la política (y cuando decimos política nos referimos tanto a los gobernantes como a los movimientos que aspiran a gobernar).
La realidad es que toda sociedad (nacional, municipal, educativa, gremial o familiar) debe entronizar a Cristo como su rey. Esta es la enseñanza de la Iglesia. Es lo que se llama el ideal de la Cristiandad. Que sea un ideal no significa que sea opcional o super-erogatorio, sino que es el modelo ideal que debemos buscar poner en práctica.
II.- La apostasía moderna es doble ya que es una apostasía pública y privada. La apostasía pública es la expulsión de Cristo de la vida pública de los pueblos y, en particular, de la política. Esto es, el laicismo es una forma terrible de apostasía pública. La apostasía privada es la de un fiel bautizado que reniega formalmente de la fe y renuncia a ella. La apostasía es la peor forma de la infidelidad.
La apostasía pública y, por tanto, el laicismo, destruyó el Occidente -que otrora fue Cristiandad- y esa destrucción afectó, por perversa añadidura, a todo el resto del orbe.
Para algunos desprevenidos el ideal de la Cristiandad y la condena del laicismo podría tal vez parecer una cosa muy abstracta, pero no es así ya que sus consecuencias concretas son abismales. Veamos algunos de los frutos históricos de la Cristiandad: Reyes Santos, la invención de las Universidades, la educación de los niños y jóvenes en colegios católicos, el reconocimiento de la auténtica dignidad de la mujer, la proliferación de familias santas y numerosas, ordenamientos jurídicos calcados del Evangelio y el Magisterio de la Iglesia, la abolición de la esclavitud y largo etcétera.
Veamos los frutos del laicismo: filicidio prenatal (eufemísticamente llamado “aborto»), parricidio y matricidio en hospitales (eufemísticamente llamado “eutanasia»), sodomización de la sociedad y corrupción de menores (eufemísticamente llamadas “perspectiva de género»), drogadicción de las masas, sustitución del matrimonio por el amancebamiento y macabro etcétera.
El laicismo generó frutos tan diabólicos que desde inicios del siglo XX vemos intentos o iniciativas de cristianos que, con mejor o peor formación, buscan poner orden en la sociedad, esto es, no se contentan con quejarse, vencen la tentación de la pereza, y hacen algo para frenar, al menos un poco, la moderna catarata de males.
Actualmente, hay varios intentos llevados a cabo por cristianos (aliados con otros) que buscan hacer algo y que tienen muchas cosas buenas (comparativamente y en sí mismas), y hasta heroicas o admirables, pero que no superan el marco del laicismo. Son reacciones que los medios globalistas llamarán “ultra-derechistas», pero que no escapan al esquema laicista. Son semi-contra-revolucionarios. Son los famosos “conservadores” (que son quienes buscan conservar el status quo, aun cuando el status quo ya sea revolucionario en buena parte).
Y, ¿cómo distinguir una iniciativa de Cristiandad de una iniciativa semi-contra-revolucionaria? Es muy fácil: la primera pone a Cristo en el centro, esto es, pone a Dios primero; la segunda, en cambio, no menciona a Cristo o lo hace marginalmente, tal vez en cuarto o quinto lugar. Sin darse cuenta lo terminan tratando a Dios como un adorno o como algo que molesta pues temen que Dios pueda poner en peligro las posibles estrategias o alianzas que pueden darle chances humanas al proyecto.
A su vez, los “semi-contras», a corto o mediano plazo, suelen aliarse con el Judaísmo Internacional, o al menos pagarle sus respetos o su tributo (o su forzado peaje), aunque más no sea poniendo un papelito en el muro de los lamentos o posando en una fotito con una bandera israelí.
¿Cuál debe ser entonces nuestra actitud?
La de San Remigio, el Santo que convirtió al primer Rey de Francia, Clodoveo.
Clodoveo era pagano y, por tanto idólatra. San Remigio lo convirtió.
Nosotros entonces debemos buscar elevar las iniciativas semi-contra-revolucionarias, convirtiéndolas de laicistas en sacrales, esto es, convirtiéndolas en iniciativas de Cristiandad (que no solo no significa clericalismo sino que la Cristiandad a menudo molesta a ciertos clérigos encumbrados, como se vio, v.gr. en el Imperio de Carlos V).
No debemos amargarnos con los semi-contra-revolucionarios que tienen una buena intención, hacen muchas cosas buenas e ignoran (o posponen) el ideal de la Cristiandad.
Debemos ser constructivos. Debemos tener una actitud sanamente positiva, esto es, debemos trabajar para que esas iniciativas devengan proyectos de Cristiandad, esto es, proyectos que busquen la re-entronización de Cristo.
Porque no alcanza con luchar contra el aborto, el feminismo, la sodomía, el globalismo, la cábala, el inmigracionismo islámico y la corrupción. Hay que luchar para restaurar la Cristiandad, de lo contrario tendremos nuevas formas de laicismo que asumirá un tinte conservador.
¿Cuál es la política católica, entonces? No es el derechismo ni el conservadurismo ni el capitalismo, sino la Santa Cristiandad.
La Cristiandad será catalogada con el absurdo mote mediático de “ultra-derechista” pero no se identifica a secas con todo aquello que los medios pongan en la bolsa del llamado “ultra-derechismo».
La Cristiandad será catalogada de “ultra-conservadora», pero en realidad busca conservar solo lo bueno, al mismo tiempo que busca derribar todo lo malo que la Revolución Moderna trajo, incluído el divorcio civil, el matrimonio civil para los bautizados y la educación laica.
La Cristiandad será catalogada de estar aliada con los grandes hacendados, pero no es ni capitalista ni socialista, sino que aplica la Doctrina Social de la Iglesia y combate a los más terribles capitalistas, esto es, a la usura mundialista.
III.– Para no quedarnos en la mera teoría ni en palabras bonitas y superar la inercia que afecta a los católicos en lo que respecta a la política, proponemos desde este portal lanzar un movimiento para la restauración de la Cristiandad, que operará bajo el lema: “¡Que Jesús reine»! (¡QJR!).
Aquellos que esten interesados que nos escriban y nosotros cumpliremos el modesto papel de hacer de nexo para que los militantes se conozcan y lleven a cabo sus iniciativas con libertad. Nosotros, como curas, solo seremos asesores doctrinales, esto es, nos limitaremos a velar para que no haya nada contra la Fe.
Y si los lectores conocen movimientos o iniciativas concretas que promuevan abiertamente la Cristiandad (que es la única opción política del bautizado), les pedimos que nos lo informen y les daremos difusión y apoyo.
A mayor abundamiento, aprovechamos estas líneas para rogarles a los abanderados del épico Movimiento Carlista que declaren a viva voz quién es el Heredero al trono de las Dos Españas. Y decimos esto porque el mejor marco para la Cristiandad no es ni la democracia ni la dictadura, sino el Imperio.
Queremos que Cristo sea reconocido como el Rey de las familias, de las escuelas, de las universidades, de los gremios, de las artes, de la prensa, de las empresas, de los congresos, de los tribunales, de los gobiernos y del mundo entero.
Nadie tema pensando que es imposible conseguir un gobierno católico pues, como le dijo el Arcángel Gabriel a Nuestra Señora en aquella augusta jornada de la Anunciación: “no hay nada imposible para Dios” (Lc I, 37).
Para restaurar la Cristiandad, nuestra tarea consiste en poner todo lo poco que tenemos, esto es, cinco panes y dos peces y, si somos fieles y perseverantes, Dios los multiplicará en frutos de Cristiandad.
No importa nada que solo juntemos tres militantes, un perro y diez pesetas, pues Dios no se deja ganar en generosidad y porque cuando lo damos todo por Él y confiamos ciegamente en Su infinito poder, Él se regocija en hacer milagros épicos. Lo que a Él le molesta es nuestro pecado y, en especial, que desconfiemos de Su poder y de Su Misericordia.
Nos ponemos en Sus Manos y en las de la Virgen y nos lanzamos a la lucha gritando nuestros lemas a los cuatro vientos…
¡No queremos más laicismo!
¡Queremos Cristiandad!
Christus vincit!
Christus regnat!
Christus imperat!
¡Viva Cristo Rey!
¡Que Jesús reine!
Padre Federico Highton, S.E.
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