Por Soner Cagaptay para la revista El Medio
Este jueves, la Corte de Casación turca decidió anular una decisión gubernamental de 1934 que convirtió Santa Sofía en un museo. La decisión el alto tribunal se produjo luego de una intensa campaña de la oficina del presidente Erdogan para convertir el histórico lugar en una mezquita. Una enmienda constitucional aprobada en 2010 permitió a Erdogan elegir a la mayoría de los jueces de la Corte, así que la decisión no ha sido precisamente una sorpresa.
Entre otras razones, parece que Erdogan quiere ir adelante con la conversión para revertir la creciente erosión de su apoyo popular. Pero no es probable que vaya a procurarle más que un efímero repunte de popularidad. Lo que es seguro es que socavará la imagen internacional de Turquía como una sociedad musulmana abierta en paz que está a buenas con su patrimonio cristiano.
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El emperador bizantino Justiniano erigió Santa Sofía como catedral cristiana en el año 537. En 1453, el sultán otomano Mehmet II la convirtió en mezquita tras conquistar la ciudad. En 1934, tras la desintegración del Imperio Otomano, el régimen de Mustafá Kemal Ataturk hizo de ella un museo. Como fundador de la Turquía moderna, Ataturk creía que la apertura del recinto a todo el mundo daría cumplida cuenta de su revolución secularista y le ayudaría a apartar al Islam del Gobierno y del espacio público.
Así como Ataturk desislamizó Santa Sofía hace casi cien años, diríase que Erdogan pretende volver a convertirla en mezquita para impulsar su revolución religiosa, que ha saturado el Gobierno y el espacio público con su concepción conservadora del Islam. Que haya hecho algo así en Estambul es especialmente importante por el profundo simbolismo de la ciudad en su vida y trayectoria. Nacido en ella en 1954, saltó a la escena política nacional tras convertirse en su alcalde (1994), cargo que utilizó como trampolín en una carrera que le ha llevado a ser el más poderoso líder electo de la historia de Turquía.
Erdogan lleva años promoviendo la construcción de grandes mezquitas en Estambul para que su huella política y religiosa en la ciudad sea indeleble. En marzo del año pasado presidió la inauguración de la mezquita Camlica, informalmente conocida como Mezquita Erdogan, una estructura descomunal levantada sobre una colina a fin de alterar radicalmente el perfil de la ciudad. Están a punto de concluir los trabajos de otra de las mezquitas promovidas por Erdogan, esta vez en la Plaza Taksim, que tradicionalmente ha carecido de mezquita. Con la reconversión de Santa Sofía en un templo musulmán completa su legado-trilogía de mezquitas colosales en su ciudad natal.
¿Ganará popularidad?
Su apuesta mezquitera tiene también motivaciones políticas. Como líder populista nativista, Erdogan no duda en utilizar la controversia suscitada por la conversión como soporte de la narrativa victimista que a menudo vende a sus bases. En este caso el mensaje sería: “¿Cómo se atreven estos laicos a negarnos a los musulmanes piadosos la libertad de rezar en Santa Sofía?”.
Ahora bien, no es probable que le vaya a funcionar. Desde 2002, Erdogan ha ganado una docena de elecciones nacionales a lomos, principalmente, de un potente crecimiento económico. Pero con la recesión de 2018 su popularidad empezó a resentirse, y sus candidatos perdieron en Estambul y otras ciudades importantes en las municipales de 2019. Turquía está sufriendo ahora una nueva recesión como consecuencia de la pandemia del coronavirus, y las encuestas dicen que su popularidad sigue cayendo. Así las cosas, aun cuando la conversión de Santa Sofía le hiciera subir unos cuantos puntos, no es probable que lo haga de manera perdurable; nada que no sea nuevamente un poderoso crecimiento económico le devolverá la gran popularidad de que disfrutó en tiempos.
Consecuencias en el exterior
Si se acomete en su totalidad, la conversión de Santa Sofía provocará un notable y puede que irreversible daño a la imagen internacional de Turquía. En su condición de museo, ha venido representando la apertura de Turquía; muy especialmente, su proclamada voluntad de congeniar con su pasado, sus ciudadanos y sus vecinos cristianos. Santa Sofía, el recinto más visitado por los turistas extranjeros, es de hecho la imagen internacional de Turquía.
Lo mejor que podrían hacer los funcionarios de Washington y otras capitales aliadas que estén viendo la manera de apartar a Erdogan de su dañina deriva sería mantener las conversaciones pertinentes en privado, dadas las sensibilidades que suscita el asunto en Turquía. Pero si la Administración Trump decide hacer un comentario público, debería incidir en el honorable historial turco de tolerancia religiosa, y animar a Ankara a no dar más pasos que le aparten de dicha tradición. Asimismo, se debería urgir a Turquía a conservar el patrimonio multicultural de Santa Sofía y permitir el acceso público a su iconografía religiosa, como se hizo durante la mayor parte del tiempo en la época otomana.
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