Como bien saben las personas medianamente informadas, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, ha decidido convertir la antigua Basílica de Santa Sofía de Estambul –antigua Constantinopla- en mezquita, en lugar de culto para los musulmanes. Mustafa Kemal Atatürk, primer presidente de la República de Turquía, emprendió en 1923, tras el derrocamiento del último sultán, una serie de reformas para convertir a Turquía un Estado moderno, democrático y laico; y entre otras decisiones, en 1934, tomó la de convertir Santa Sofía en un museo.
Quienes han alzado la voz para afirmar que, la decisión del presidente de Turquía, consideran que ésta es un enorme obstáculo en el camino del diálogo iniciado por cristianos y musulmanes para promover la coexistencia pacífica contra todo extremismo y que culminó con la firma del histórico Documento de Abu Dhabi sobre la Hermandad Humana, firmado el 4 de febrero de 2019 por el Papa Francisco y el Gran Imán de Al Azhar Ahmed Al-Tayeb. Según las mismas voces que lo han criticado, la decisión del gobierno turco únicamente puede conducir a fomentar la crispación, el conflicto, a tensiones entre las comunidades religiosas y generar graves consecuencias para toda la civilización humana…
No sólo han mostrado su descontento líderes religiosos como los Patriarcas de Moscú, Kirill y de Constantinopla, Bartolomé, y el Papa Francisco; también han mostrado su rechazo el presidente de Rusia, Vladimir Putin y las autoridades de EEUU, Francia y otros países, así como la UNESCO.
El presidente de la, de facto “República Islámica de Turquía”, ha desoído todas las protestas, y ha afirmado que la decisión de su gobierno es un acto de soberanía y que no va a permitir injerencias del extranjero, y en actitud desafiante, ha anunciado que, los primeros rezos se llevarán a cabo el próximo 24 de julio, y está previsto que se reúnan entre mil y mil 500 fieles en el templo.
Son muchos los que piensan que la decisión de Erdogan es una clara provocación a la cultura judeocristiana y a las democracias liberales occidentales, y que lo acordado por su gobierno posee un doble mensaje: uno hacia el interior de Turquía donde la popularidad del presidente está por los suelos, y otro hacia Occidente, estamos hablando de la actitud agresiva de Turquía desde hace un año en la región y sus continuos intentos de explotar los recursos energéticos en el sureste del Mediterráneo, seguidos por la invasión del norte de Siria y también de Irak, así como su injerencia en el conflicto en Libia.
Aunque, para muchos haya pasado desapercibido, Recep Tayyip Erdogan, ha celebrado la reconversión de la antigua basílica de Santa Sofía de Estambul en mezquita como un primer paso de un «renacimiento» islámico que debe abarcar desde Bujará, en Uzbekistán, a Al Andalus, en España. También es destacable que, ha hecho mención a «la liberación de Al Aqsa», en referencia a la Mezquita de Al Aqsa, tercer lugar sagrado del Islam situado en la parte de Jerusalén bajo ocupación militar israelí.
Cuando escribo este artículo hace unos días que se acaba de cumplir un nuevo aniversario de una de las principales batallas de la reconquista cristiana de la Península Ibérica: el 16 de julio de 1212, con las primeras luces del día, cerca de la actual localidad de Santa Elena (Jaén), dos grandes ejércitos se dispusieron cara a cara para iniciar un choque campal que se convertiría en uno de los grandes hitos militares de la historia de la Reconquista, un acontecimiento extraordinario que acabaría conociéndose como la batalla de Las Navas de Tolosa (en árabe como la «batalla de Al-Uqab).
La victoria cristiana en Las Navas de Tolosa quedó grabada en la memoria de los contemporáneos y en la de las siguientes generaciones como un hito fundamental en la historia de las relaciones bélicas entre cristianos y musulmanes. Algunos interpretaron entonces, y siglos después muchos más han seguido considerándolo así, que la batalla fue el golpe de gracia que acabó con el Imperio almohade o incluso, yendo un poco más lejos, que causó la ruina definitiva de al-Andalus. Quizá es exagerado afirmar tal cosa, pero, de lo que no cabe duda es de que, como consecuencia de la batalla, un amplísimo territorio pasó definitivamente a manos cristianas y nunca más sería recuperado por los musulmanes.
Transcurridos los años, los ejércitos dirigidos por los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, lograron conquistar el último territorio en poder de los musulmanes: el Reino de Granada… pero, ahí no terminó la reconquista.
Luego vendría la Batalla del 7 de octubre de 1571 en el golfo de Lepanto, entre el Peloponeso y Epiro, en ella se enfrentaron los turcos otomanos a una coalición cristiana, llamada la Liga Santa, integrada principalmente por los Estados Vaticanos, la República de Venecia y la monarquía española de Felipe II. La civilización occidental judeocristiana acabó de ese modo con la expansión otomana y frenó el cada vez mayor dominio del Mediterráneo por parte de los turcos, además provocó que los corsarios y piratas aliados de los otomanos abandonaran sus ataques y continuos saqueos en la parte occidental del Mediterráneo.
Sin embargo, en España los problemas con los musulmanes no acabarían hasta el reinado de Felipe III que decidió expulsar definitivamente a los musulmanes, tras revueltas y más revueltas, de las cuales las más importantes fueron la de las Alpujarras en 1501, la de Valencia en 1525 y la de Granada en1568, ayudados y armados por los turcos y por los musulmanes del norte de África; durante el reinado de Felipe II el islam fue una amenaza para la corona española, tanto dentro como fuera de las fronteras.
Bien, tras esta digresión, regresemos al siglo XXI, al verano de 2020.
La tragedia que está teniendo lugar en Siria y el resto de Oriente Medio, desde hace ya demasiados años, que ha supuesto ya la muerte de miles, cientos de miles de personas y la huida de millones expulsadas de sus hogares buscando refugio en Europa en la última década, demuestra que las principales potencias mundiales y las diversas organizaciones internacionales responsables de preservar la paz en el mundo están fracasando estrepitosamente cuando emprenden guerras preventivas, o deciden intervenir supuestamente para frenar los más de cincuenta conflictos bélicos existentes en el mundo de forma permanente, sean de baja, media o alta intensidad…
Es importante señalar que, en la era de la información y de la globalización, por mucho que se traten de ocultar, o tergiversar determinados asuntos, o manipular a la opinión pública, lo que los diversos gobiernos realicen en el exterior acabará influyendo en futuras elecciones y determinadas actitudes pueden decidir quiénes acaban ganando o perdiendo la votación para presidir los EEUU, o en el resto de países occidentales, o de los que hasta hace décdas estaban en la órbita de la antigua URRSS, o incluso en la actual Federación Rusa.
Por esa razón los EEUU y sus aliados estuvieron indecisos y acabaron interviniendo demasiado tarde en la guerra de los Balcanes, en la última década del siglo XX, cuando se desmembró y se hizo trozos la antigua Yugoslavia. Hasta tal punto se retrasaron que cuando decidieron actuar ya se había producido una enorme tragedia, un verdadero exterminio especialmente en Bosnia-Herzegovina…
Lo mismo pasó en África con el genocidio de Ruanda por la guerra entre los tutsis y los hutus en el que los segundos acabaron matando a más del 75 por ciento de los primeros, en el año 1.994.
Según afirman algunos estudiosos, como ya he citado anteriormente, en el mundo hay de forma permanente alrededor de cincuenta lugares en los que existen guerras de baja, media o alta intensidad, el mayor o menor conocimiento que se tiene sobre ellas por parte de la gente corriente se debe fundamentalmente a si los medios de información y creadores de opinión las consideran “noticia” y deciden abrir o no los noticiarios hablando de ellas, o por el contrario, ocultarlas, o hablar como mucho de pasada.
Si a alguien de buena voluntad se le pregunta que si le parece bueno, positivo, necesario que haya una especie de “gobierno mundial” con su correspondientes ejércitos y policías, para que intervengan allí donde sea necesario, para evitar guerras, destrucción, hambre, enfermedades, y un largo etc., es seguro que contestaría que le parece estupendo, salvo que sea un canalla.
Es por ello que siempre habrá ciudadanos que justifiquen que los ejércitos de sus países se involucren, se impliquen e intervengan para poner orden en lugares como Oriente Medio, de lo cual casi todos los días nos hablan en la televisión, y nos muestran imágenes de personas muertas y heridas, niños y niñas huérfanos, gente y más gente huyendo (los llamados “refugiados”) debido a las atrocidades que cometen ISIS, los yihadistas u otras organizaciones de terroristas musulmanes; es lógico que la gente piense que lo mejor sería intervenir y acabar con quienes han destruido sus casas, matado a familias, etc. y que los refugiados puedan algún día regresar a su tierra de origen.
Todo ello pese a que nadie quiere asumir el coste de que irremediablemente habría de soldados españoles, europeos, estadounidenses, rusos, etc. que morirían en tales intervenciones, de soldados que nunca regresarían o lo harían en ataúdes.
El dilema sigue abierto, pues son muchos los factores que influyen en los conflictos bélicos de Oriente Medio: religiosos, políticos, económicos, odios de años, siglos. No es tan sencillo como puede parecer; baste tener en cuenta que allí no se está librando una guerra, sino muchas guerras, y muchos son los contrincantes y combatientes: rusos, sirios partidarios del actual gobierno, sirios rebeldes, “yihadistas” de muchas clases, chiitas, sumnitas, iraníes, kurdos, árabes, israelíes, norteamericanos…
Samuel Phillips Huntington nos hablaba hace ya unas cuantas décadas (1.993) de “Choque de Civilizaciones” y anticipaba por entonces que el “choque de culturas” derivaría en una “guerra de civilizaciones” que, a su vez acabaría provocando una reconfiguración del orden mundial; también auguraba con rotundidad que el “nuevo orden mundial” post-guerra fría acabaría provocando grandes conflictos, especialmente en las fronteras entre el mundo occidental judeocristiano y el mundo musulmán. En su momento todo ello le pareció a mucha gente exagerado, pero, todo se ha ido cumpliendo casi al pie de la letra, desde la guerra de Irak en adelante.
Y mientras tanto, Europa está distraída, de fiesta en fiesta; y ahora con la pandemia del coronavirus… y no tiene en cuenta el enorme riesgo de inestabilidad que suscita la militancia y el creciente poder de las civilizaciones no occidentales. Europa ha mutado del Homo Sapiens al “Homo Festivus”. Europa está entretenida, de fiesta en fiesta, ignorando el desafío demográfico, en el año 2025 más del 25% poblacional mundial será musulmana; y el desafío económico de otras civilizaciones: posiblemente, también en el 2025 Asia incluirá a más de media docena de las economías más fuertes del planeta.
Y, a pesar de ello los trovadores y predicadores del multiculturalismo y de “la alianza o convergencia de civilizaciones” no paran de hablarnos de que nos encaminamos, de que vivimos ya en el mejor de los mundos posibles, el imperio de los derechos humanos, un mundo global donde todas las voces son escuchadas, todas las creencias reconocidas y respetadas, en el que ya no caben discriminaciones de ninguna clase. La paz eterna, una civilización universal, la “era común” en la que ya no habrá racismo (porque no habrá razas), no habrá sexismos (porque no habrá sexos),… Nos hablan de un mundo poblado por “socialdemócratas” pacíficos, participativos, tolerantes, festivos…
Y mientras en Europa se impone el pensamiento débil, ahí afuera se está librando un tremendo choque de civilizaciones, una guerra de civilizaciones arraigadas en religiones que, casi inevitablemente acabarán dominando la política a escala mundial.
Europa aunque muchos “progresistas” no lo quieran ver, acabará necesitando un nuevo Lepanto, una nueva Liga Santa que frene la invasión islámica a la que entonces hubo que hacer frente hace ya casi cinco siglos, para la defensa de la Civilización Judeocristiana.
Y ya para terminar, permítaseme una última pregunta:
¿Es posible realmente exportar a determinados lugares del mundo la forma de vida occidental, con economía de libre mercado, separación de poderes, elecciones parlamentarias, respeto a los derechos humanos, cuando en esos lugares su forma de vida, su cultura, su civilización es absolutamente diferente a la judeocristiana, e incluso nos consideran una forma de vida degradada, perversa, o el enemigo a quien consideran legítimo destruir?
¿De veras es posible la “Alianza-convergencia de Civilizaciones” en medio de una guerra de civilizaciones?
PEROGRULLO DE ABSURDISTÁN.
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