El primer tercio del siglo XX fue especialmente complicado para el carlismo por sus profundas divisiones entre mellistas, integristas y jaimistas. Además, había perdido buena parte de las simpatías que había generado durante la segunda mitad del siglo XIX, gracias a la gran personalidad que tuvo Carlos VII. No obstante, el carlismo pervivió y consiguió entrar con vida en las elecciones municipales de 1931, dentro de la Coalición Monárquica. Fue entonces, cuando se declaró la II República. El nuevo sistema fue acogido por don Jaime, pretendiente al trono, de manera seria y coherente, pues en un principio entre una dinastía ilegítima (la de Alfonso XIII) y una República tampoco había gran diferencia. Obviamente, el acontecimiento histórico debía ser señalado y analizado por don Jaime, para que los carlistas (en este tiempo también conocidos como jaimistas) pudiesen acogerse a una serie de directrices.
Por todo ello, don Jaime publicó un manifiesto el 23 de abril de 1931 y pidió el apoyo de sus bases ante el Gobierno Provisional, sobre todo para mantener la paz y evitar desórdenes, siempre y cuando este gobierno no fuese contrario a los principios tradicionales. Don Jaime dejaba clara su repulsa ante el cambio de bandera, y aunque aceptaba el nuevo sistema, llamaba a la conformación de un gran partido monárquico y anticomunista que luchase contra los separatismos. También expresaba que sólo la figura del monarca podría garantizar la unidad de la patria y la defensa contra el bolchevismo.
También animaba al pueblo y a las nuevas Cortes a un plebiscito sobre República o Monarquía, aunque veía injusto que se retirase la confianza en la Corona, pues la que desarrolló Alfonso XIII fue muy distinta a la que don Jaime tenía en su mente, la cual debía ser: «renovada, progresista y ampliamente descentralizadora».
Don Jaime sabía que el comunismo era gran enemigo del bien, y por ello, lo definía como «destructor de la Religión, de la Patria, de la familia y de la propiedad». En los últimos párrafos del manifiesto, también señalaba que había que alejar esos principios de España, pues es fácil que una república, aunque tenga buenas intenciones, sea dominada por tal tiranía. Don Jaime finalizaba el escrito afirmando que de producirse la implantación del marxismo, él mismo encabezaría la lucha contra tal idea, poniéndose «al frente de todos los patriotas» para oponerse a «la implantación de una tiranía de origen extranjero».
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