Por Facundo Martín Quiroga
Este Día del Niño será diferente. Los otrora “privilegiados” de hecho y de derecho, se ven coloridamente embarbijados, de a pequeños grupos, sin escuela, y con padres cautelosos y vigilantes de sus contactos. La “pandemia” se resiste a tomarlos por asalto mientras patean una pelota en medio de la lenta asfixia del bozal, o mientras se adivinan las sonrisas detrás de la nueva máscara que el poder fabricó para inventar que los está protegiendo.
Pero para el gobierno nacional no habrá más que un remedo dinerario, único elemento que parece solucionar toda carencia… porque hay que quedarse en casa y seguirse quedando. Es más, la principal problemática será el nombre que le darán a la fecha: ya la palabra “niño” no se ajusta a la “diversidad” multicolor promovida por sus mandantes; hay que cambiar y convertir lo concreto en abstracto (como toda operación de base posmoderna): vamos a decir “Infancias”. Tal es la propuesta de la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia (SENAF) del Ministerio de Desarrollo Social (ni más ni menos) de la Nación.
Una observación previa: nótese la inversión de los términos de la Secretaría; “familia” aparece al final. Les informo que existe tanto una niñez y una adolescencia plenas en tanto y en cuanto existe una sólida institución intermedia que construya la identidad del sujeto protegiéndolo de las grandes estructuras estatales y mercantiles. Y esa institución es la familia, es decir, que va antes que los otros dos términos, porque es la condición fundante de los subsiguientes, sin la cual el sujeto quedaría indefenso ante el mercado y ante el estado, siendo aquél el que debe interactuar de manera sana con estas dos esferas sin ser invadido por ellas.
Siguiendo, el principal fundamento del gobierno para hablar de “infancias” en lugar de “niños” es la idea de que la letra “o” “invisibiliza”. También habla en su propuesta de que “hay muchas maneras de vivir la infancia”, a tono con la perspectiva de género y diversidad. Así lo afirma el titular de dicha secretaría, Gabriel Lerner, en declaraciones a Radio Nacional:
“Decir niño no alcanza para representar las experiencias heterogéneas y múltiples de la niñez. Desde el Estado queremos nombrar una jornada en plural, que celebre a cada chica, chico, chique, gurí, changuito, mitai en guarani, weñi en mapudungun, y sus diversos modos de vivir esta etapa de la vida”
Obsérvese cómo aplica los términos de la diversidad de género y etnia, nunca aclarando a qué tipo de infancias se refiere con esos “diversos modos”. ¿Son oprimidos por el estado, por la familia… por quién? Se trata simplemente de una posición retórica que deja traslucir el marco, como lo habíamos señalado respecto del tema de la violencia, de la llamada “interseccionalidad”. Es decir, esos “chiques (“no binarios”), “mitai” o “weñi” (pueblos originarios), compartirían algún grado de opresión respecto del “niño” en masculino genérico.
La solución, como lo marca el posmodernismo deconstruccionista, siempre comienza por cambiar el discurso para ver si lo hace la realidad con él. Pero como ni la verdad ni la realidad existen en concreto para este dogma, basta con la primera operación para, automáticamente, ejercer algún tipo de “inclusión”. El lenguaje “inclusivo” pasa a ocupar el papel de fiel de la balanza para que, teóricamente, todos queden incluidos. Quienes pregonan casi como un credo esta operatoria, cometen, como mínimo, tres errores fundamentales:
-Primero, atribuyen intenciones al lenguaje que, como hecho puramente ideológico, cargaría las huellas del “patriarcado” racista, machista, en toda su estructura, por lo tanto, el hablar español en su normativa ya sería un hecho opresivo.
-Segundo, como consecuencia de cargar de intención al lenguaje (y no solamente al escrito, sino a todo, hasta al silencio y la quietud) identifican el masculino genérico como un signo ideológico, porque consideran que todo idioma, hasta en su estructura, esconde la exclusión de lo femenino y lo “disidente”.
-Tercero, cargan la responsabilidad de reproducir el “heteropatriarcado” machista y racista, a los hablantes que no utilicen el lenguaje inclusivo. Es decir, por más que yo no tenga la intención manifiesta de excluir ninguna “disidencia”, lo estoy haciendo por omisión ya que estoy usando la pauta “opresora” del español. Por esto aparecen “recomendaciones” como las que realiza la Defensoría del Público, o manuales de estilo disfrazados de “caja de herramientas” promovidos por la universidad pública (¿no era que el lenguaje “inclusivo” no se iba a normativizar?), para irnos sacando de a poco el horrible idioma patriarcal con el que hemos sido criados.
Pero como gran parte de los debates en torno a la supuesta exclusión que el idioma español ejerce sobre los hablantes (ya cerca de los 500 millones, siendo la lengua territorialmente más expandida del planeta luego del inglés, eso se llama inclusión) emerge de la academia anglosajona, al igual que todo el feminismo dogmático que el gobierno adoptó como estandarte, debemos invitar al lector a asomarse a las experiencias concretas que desarrollaron diversos estados para introducir con calzador, en los hechos, los postulados de género y de diversidad.
Podrían comenzar con el documental “La paradoja de la igualdad”, que da cuenta de la inconsistencia de las políticas de género para producir artificialmente una sociedad en la que todos los roles supuestamente emergentes unívocamente de la cultura, queden abolidos. Pueden continuar con los trabajos de la psicología evolucionista para aprender un poco más respecto de qué define y condiciona los patrones de interés de niños y niñas, para dar cuenta de que, lamentablemente para los profetas de la identidad de género, el homo sapiens es una especie dimórfica casi desde el momento de la concepción.
Pueden también consultar los trabajos de la neurolingüística contemporánea para ver que el lenguaje no es un concepto ideológico, sino que se atiene a la funcionalidad de la interacción del sapiens con el entorno, y la cultura es un emergente (sí, diverso, cambiante, pero nunca desprendido de éste) de esta interacción. Es decir, que la estructura, el hueso de un idioma, reside en la estructura cerebral, no es una mera imposición discursiva del poder “heteropatriarcal”. Hablamos como pensamos, no al revés, el discurso no produce automáticamente realidad. El lenguaje es una forma de interacción con el entorno que expresa operaciones cognitivas que son universales, no producto meramente del poder. Y como el poder no produce realidades automáticas, tampoco las puede hacer desaparecer, por lo que es totalmente falaz hablar de que el lenguaje “invisibiliza” (por caso, este dichoso virus COVID-19 existía de hecho antes de ser nombrado).
No se preocupen, fanátiQUES progresistES, no aprendimos a hablar en masculino genérico porque a alguien malo, blanco, heterosexual y adulto varón se le ocurrió imponerlo para invisibilizar todo lo “disidente”. Quien quiera conocer más de cómo se estructura un idioma y se universaliza, que conozca primero sus estratos. Nadie, absolutamente nadie de todos estos militantes ha respondido a esto con argumentos lingüísticos. Se refugian generalmente en la idea del lenguaje como hecho político, cosa descartada en lo que hace a la sintaxis. Confunden sintaxis con semántica, así como lo hacen respecto de los incisos más arriba expuestos.
Y, por lo tanto, debemos preguntarnos por el peso en la realidad social concreta, de dicho reclamo de los militantes de la diversidad: nos preguntamos si realmente esta intención de novedad emerge, por ejemplo, de una mayoría de las niñas que reclamaron, de a millones, a sus familias que se las incluya por no sentirse aludidas por la palabra “niño”; quizás haya habido alguna niña que no se haya sentido interpelada con el masculino genérico, pero claramente no se trata de un sentimiento o un reclamo mayoritario de parte de ellas. Nos preguntamos si a algún “gurí” o “weñi” no se le festejaba su día porque sus padres no se sentían interpelados por la palabra “niño” en español. No lo creo, porque, justamente, tanto guaraníes como mapuches utilizaron y utilizan los grafemas españoles para poder hacer inteligibles, traducibles y sistematizables sus idiomas… pero… ¿no era que el español era “opresivo”?
El progresismo se llena la boca con la inclusión, cuando el propio berrinche por el masculino genérico que, para ellos, no incluiría a las “disidencias” es un reclamo de base netamente adultocéntrica, emergente de las clases medias intelectuales. ¿Realmente les importa A LOS NIÑOS ese tipo de inclusión? ¿O este pseudodebate baja de otros centros de poder intelectual que, indemnes ante la imparable expansión del español vía la emigración hispanoamericana al norte continental (cuya mitad perteneció hasta casi inicios del siglo XX a lo que fue el Reino de las Españas), busca fragmentar a los hispanohablantes suscitando disputas internas en torno a la normativa de su idioma? ¿Qué relación tiene este fenómeno con la quema y destrucción de estatuas evocativas del período virreinal (¡hasta una de Cervantes!), que está aconteciendo con sospechosa coordinación con el movimiento Black Lives Matter y el grupo de choque Antifa, en el marco de una latente guerra civil en los Estados Unidos, promocionada por el poder financiero de base progresista?
Otra pregunta que nos hacemos, para dar cuenta al lector de la perversidad del posmodernismo y el progresismo, es la siguiente: ¿le van a seguir reproduciendo, o más bien, insertando ¡hasta a los niños!, las discusiones divisionistas de la interseccionalidad inventadas en las usinas de pensamiento coloniales, obviando de manera escandalosa la condición de exclusión de millones de ellos, sean niños, niñas, blancos, negros, “marrones” (otra delicia posmoderna) o de cualesquiera otro subgrupo que tengan la osadía de inventar?
En este período de confinamiento absurdo por la declarada pandemia, ante la cual el gobierno no ha dejado de doblegarse fiel a sus mandantes coloniales anglosionistas, recordamos al lector que más de la mitad de los niños están siendo excluidos de hecho, de cuerpo, de realidad, de los derechos básicos a la alimentación, el vestido, la vivienda. ¿Qué letra o signo lingüístico novedoso creará el progresismo de género para describir dicha ignominia?
Este artículos se publicó originalmente en el digital Kontrainfo.com
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