Gracias a los escritos políticos recogidos por Melchor Ferrer, disponemos de los discursos y cartas emitidas por el duque de Madrid y podemos realizar un análisis consciente de su pensamiento y de la importancia que supuso para el carlismo su figura. En este caso, estudiaremos su comunicación a los soberanos europeos tras la abdicación de su padre Juan como pretendiente al trono de España. Esta carta fue emitida por don Carlos el 22 de octubre de 1868 y en ella da a conocer a los monarcas europeos que de ahora en adelante será él quien capitalice la defensa del legítimo trono de España.
En la Comunicación a los soberanos, Carlos VII muestra literalmente la cesión de su padre al trono en él mismo: «abdico todos mis derechos a la Corona de España en favor de mi muy querido hijo D. Carlos de Borbón y Austria Este». Si bien es cierto que don Juan ya había aceptado los principios liberales y la monarquía de Isabel II en 1863, esta renuncia era necesaria para aclarar al carlismo quien era su rey y en quien recaían los derechos dinásticos, aunque ya desde la Carta a los Españoles de la Princesa de Beira que explicamos en artículos anteriores, muchos carlistas consideraban a don Carlos como legítimo heredero al Trono de España.
En el siguiente párrafo, don Carlos afirma que de llegar al «Trono de las Españas» se esforzaría en: «conciliar lealmente las instituciones útiles de nuestra época con las indispensables del pasado» y es que desde la llegada del liberalismo a España, la reducción de los derechos forales, así como el centralismo y la unificación de criterios habían hecho que las particularidades de las distintas regiones de España se fuesen perdiendo paulatinamente. El duque de Madrid también se comprometía a darle a España una «ley fundamental» que fuese «española y definitiva», puesto que España, cuando se publica esto (1868), llevaba ya tres constituciones y un Estatuto Real. Además, preparaba una cuarta constitución que sería publicada al año siguiente y, por otra parte, todas ellas solían estar influenciadas por el liberalismo inglés y por los principios revolucionarios franceses. Así pues, se hacía imprescindible esa «ley fundamental» que se rigiese por unos principios básicos que tuviesen unas bases sólidas e inmutables y en disposición de las particularidades españolas y no desde el centralismo y la falta de razones morales.
Por supuesto, y muy alejado, del viejo cliché que se ha venido dando en la educación y en los libros generalistas de que el carlismo es absolutismo, don Carlos quería realizar esta gran labor junto a «las Cortes Generales libremente elegidas».
Por último, don Carlos finalizaba esta carta enviada a los soberanos de las diferentes naciones mostrando su respeto. Aunque esta comunicación sea breve, como se ha podido comprobar, es de alto contenido histórico y es uno de los escritos que marca el inicio de Carlos VII al frente del carlismo.
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