Por Majid Rafizadeh
«Ni el Este ni el Oeste», reza un eslogan del que se han enorgullecido los mulás que gobiernan en Irán desde que llegaron al poder, en 1979. El régimen iraní se ufana de su independencia de las potencias orientales y occidentales. Sin embargo, un nuevo acuerdo secreto con China parece dar a Pekín un control significativo sobre el país de los persas.
El acuerdo secreto, de 25 años de duración, más bien parece un tratado colonial y garantiza a China derechos importantes sobre los recursos iraníes. La información filtrada revela que uno de los términos estipula que China invertirá cerca de 400.000 millones en las industrias petrolera, gasística y petroquímica de Irán; a cambio, el gigante asiático tendrá prioridad en cualquier nuevo proyecto acometido en Irán relacionado con esos sectores. Asimismo, China obtendrá un descuento del 12% y podrá diferir pagos hasta dos años (y efectuarlos en la moneda que desee). Se estima que, en total, China conseguirá de Irán descuentos de aproximadamente el 32%.
El acuerdo también tiene una dimensión militar. Así, China desplegará 5.000 hombres de sus fuerzas de seguridad en Irán.
Se trata de unas concesiones nunca vistas en la República Islámica. El claro beneficiario es China: su inversión de 400.000 millones, una pequeña cantidad para la segunda economía del mundo, se repartirá en 25 años. Además, tendrá completa autoridad sobre islas iraníes, tendrá acceso al petróleo iraní con grandes descuentos y aumentará su influencia y presencia en prácticamente cualquier sector industrial iraní, incluido el de las telecomunicaciones, el energético, el portuario, el ferroviario y el bancario.
China, hay que recordar, es el mayor importador de petróleo.
Incluso políticos y medios estatales iraníes han empezado a criticar el acuerdo. El diario Arman-e Meli publicó un titular sorprendentemente crítico con el Gobierno: «Irán no es Kenia ni Sri Lanka [para ser colonizado por China]».
En un discurso que pronunció ante diplomáticos y hombres de negocios en una reunión de la Comisión Económica de la ONU para África celebrada en febrero en la capital de Etiopía, Adís Abeba, el secretario norteamericano de Estado, Mike Pompeo, previno contra «los regímenes autoritarios y sus promesas vacías», que «alimentan la corrupción y la dependencia». Por su parte, el periodista iraní Shirzad Abdolahi, en un artículo publicado en el diario Hamdeli y titulado «¿Se convertirá Irán en una colonia china?», advertía a los líderes de su país:
Las sonrisas de los chinos y los rusos son tan dañinas y destructivas para Irán como el ceño fruncido de Trump. Los americanos exponen abiertamente sus posiciones, pero los rusos y los chinos persiguen sus propios intereses aunque los envuelvan con cumplidos diplomáticos. China, Rusia, EEUU, Europa y todos los demás países buscan sus propios intereses nacionales en lo relacionado con Irán, y las relaciones románticas u hostiles con Irán carecen de importancia.
Mahmud Ahmadi Bighash, parlamentario iraní de la línea dura, dijo en un canal estatal de TV que pensaba que en el acuerdo propuesto se contempla la «transferencia a China de una autoridad completa sobre islas iraníes».
Incluso el expresidente iraní Mahmud Ahmadineyad ha abundado en los peligros del acuerdo:
No es válido forjar un acuerdo secreto con actores foráneos sin tener en cuenta la voluntad de la nación iraní y yendo en contra de los intereses del país, y la nación iraní no lo reconocerá.
Ahmadineyad les dijo a los mulás gobernantes:
¿No sois dueños del país, pero lo subastáis sin el conocimiento del pueblo? Hicimos una revolución para que ningún asunto quedara vedado a la nación y nadie se considerara dueño de ella.
La indignada reacción al acuerdo está teniendo eco en todo Irán. Algunos iraníes lo están comparando con los tratados coloniales previos a la revolución islámica. En 1872, por ejemplo, el sah Nasir al Din dio al barón Julius de Reuter, banquero británico, un significativo control sobre caminos, factorías, molinos, el telégrafo y la extracción de recursos iraníes durante 20 años, a cambio de una parte de los ingresos. La de Reuter fue de tal envergadura que incluso notorios imperialistas como Lord Curzon dijeron que se trataba de «la más completa concesión sobre los recursos de un país hecha jamás a un extranjero».
Los mulás gobernantes están vendiendo Irán a China a la manera africana. Y Pekín parece más que feliz forjando acuerdos con dictadores, ignorando sus violaciones de los derechos humanos y desvalijando sus países para dar satisfacción a sus ambiciones de hegemonía global.
Este artículo se publicó inicialmente en gatestoneinstitute.org
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