Hannah Arendt, que estudió la génesis de los totalitarismos, explicó que “el revolucionario más radical se convertirá en un conservador el día después de la revolución”. Conservador de lo suyo, de los privilegios alcanzados en el ejercicio del poder: cargos, prerrogativas, inmunidades, retribuciones económicas y de otra especie. Y esto vale tanto para las personas como para los grupos políticos que, progresivamente se alejan de las promesas de la campaña electoral.
Circula sur la toile –como llaman los franceses a las “páginas” de Internet– una doble fotografía del antes y después de la Musa vestida con una camiseta de color rojo-indignado en la que puede leerse “¡¡Hasta la victoria!!” y una kufiyya palestina al cuello. Del lado derecho se le muestra asentadas sus posaderas ante un ventanal del Ministerio, esta vez ataviada con un vaporoso vestido largo de color rosa pálido. En la izquierda, su rostro es reivindicativo; en la derecha tiene una sonrisa de status pijo ya alcanzado. Ella ha perdido las viejas formas vallecanas para mejor aparecer en el couché del corazón, pero su pareja –como dice–, mantiene la fachada descamisada de “un bolchevique con aire nazareno”, leninista pero vanidoso, que “tiene arraigada una idea: la base del poder es la violencia, nunca el derecho” (Jiménez Losantos). Una violencia torticera con la legislación, empezando por los derechos que nos ampara a los ciudadanos la propia Constitución y siguiendo con las instituciones del Estado, desde el Rey hasta la Dirección General de Sanidad y aún más, para desacreditarlas o mediatizarlas. Somos testigos de ello y, además, del procedimiento de extorsión parlamentaria que practica: o haces, Pedrito, lo que digo o te echo a los leones.
No ha sido incongruente adquirir lo que nunca tuvo y soñó, las retribuciones y la casopla de Galapagar, muestra palpable de aburguesamiento elitista, y rodearla de docenas de guardias civiles que le garanticen la paz que él reiteradamente negó a sus adversarios. En fin, ambos a dos se han convertido –remedando a J. M. Gironella– en privilegiados que pueden “mirar al ‘rebaño’ como un cigarro habano a una colilla”.
Hace años, durante la Revolución cultural china, a los maestros acusados de desviacionismo o aburguesamiento los “reeducaban” y se les castigaba a manos de sus propios alumnos humillándoles, golpeándoles u obligándoles a llevar orejas de burro. En Camboya, Pol Pot, era más expeditivo.
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