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Análisis

Superemos el miedo volviendo a la oración

Tenemos miedo de lo que sucederá si decimos la verdad con valentía.

Fotografía: Pixabay

El Señor es mi luz y mi salvación; ¿A quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida; ¿De quién tendré miedo? (Salmo 27:1.)

“¡No tengas miedo!”

Varias veces en la Biblia estas palabras son dichas por Cristo a sus discípulos o por ángeles a los elegidos para alguna tarea. “¡No tengas miedo!” dijo el ángel Gabriel saludando a María (Lucas 1:30). “Soy yo”, gritó Cristo a sus aterrorizados discípulos, mientras caminaba sobre las aguas. “¡No tengan miedo!” (Juan 6:19-20).

El Papa San Juan Pablo II adoptó estas palabras como su lema no oficial. Aún en este momento, puedo escuchar su voz resonante y acentuada, sobre las cabezas de enormes multitudes: “¡No temas!”. Y cuando él lo decía, de alguna manera, ya no tenías miedo. De repente, supiste que permitir que el miedo dominara tu corazón era una traición al don del Evangelio y se derivaba de la falta de confianza y fe. “El amor perfecto echa fuera todo temor” (Juan 4:18), escribió San Juan, el amado apóstol, el que se reclinó en el pecho de Cristo en la Última Cena, que escuchó el latido del corazón de la Verdad misma.

Un enfoque mundano aviva el miedo

Sin embargo, vivimos en un mundo consumido por el miedo. Tenemos miedo de este virus. Tememos el costo económico y social que ha tenido. Tememos el creciente malestar social. Tenemos miedo de lo que suceda si ganan nuestros enemigos políticos. Nos tenemos miedo unos a otros. Tenemos miedo de lo que sucederá si decimos la verdad con valentía.

Sin embargo, lo peor es que a menudo parece que hay personas e instituciones poderosas que quieren que tengamos miedo y que, intencionalmente o no, están avivando activamente nuestro miedo.

Los medios de comunicación, para empezar. Las personas que tienen miedo verán por horas a las grandes cadenas de televisión, se desplazarán sin cesar a través de las redes sociales y optarán por recibir todas las alertas de “noticias de última hora” en sus teléfonos inteligentes, para que no se pierdan ninguna información crucial. Los medios de comunicación lo saben e informan de cada novedad inquietante en los términos más espantosos. Dado que nunca hay escasez de eventos aterradores en este mundo nuestro, el efecto paradójico es que cuanto más una persona se mantiene al día con las noticias, más temerosa se vuelve y más noticias se siente obligada a consumir.

Los políticos también aprendieron hace mucho tiempo que el miedo es su arma más poderosa. En lugar de decirles a sus partidarios las cosas positivas que harán si son elegidos (lo que implica el arduo trabajo de desarrollar un plan), a menudo es mucho más efectivo para los políticos simplemente pintar una imagen tan aterradora como sea posible de lo que sucederá si sus oponentes ganan. Haga que la gente tema lo suficiente a la otra parte, y apenas habrá algo que ese otro político haga (o deje de hacer) para perder el apoyo de sus seguidores.

Las industrias de consumo y del entretenimiento también se benefician del miedo. Una población temerosa es una población que anhela la distracción y el placer. Alguien que tiene miedo verá Netflix durante horas, solo para escapar de la incomodidad de estar solo con sus propios pensamientos angustiantes. O se desplazará por Amazon, comprando cosas que espera que calmen temporalmente su ansiedad. La industria del porno también está siempre a un clic de distancia, ofreciendo a las personas aburridas, ansiosas y temerosas una de las distracciones más potentes y malévolas jamás inventadas.

Vivir con miedo es vivir en un estado perpetuo de lucha o huida; es vivir no solo en, sino para, el momento. Una persona que tiene miedo carece del espacio mental y espiritual para pensar o preocuparse por cualquier cosa que no sea la amenaza inmediata. Nada más parece interesante o de importancia.

Y esta es la razón por la que las personas que tienen miedo son tan vulnerables a las manipulaciones de políticos sin escrúpulos, teóricos de la conspiración y vendedores ambulantes espirituales: cualquiera que afirme tener un acceso privilegiado a la “verdad” o estar en posesión de alguna solución fácil al problema, o algún atajo para hacerles olvidar su miedo.

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El miedo es la gran mentira

Como cristianos, debemos resistir esta cultura del miedo.

El miedo no hace más que nublar nuestras mentes y perturbar nuestras almas. Y solo por esta razón, debe evitarse. Pero lo que es más importante, debemos evitar el miedo porque no es cierto. “La paz os dejo; mi paz les doy”, dijo Cristo. “Yo no se la doy como la dan  los que son del mundo. No se angustien, ni tengan miedo” (Juan 14:27-28).


San Pablo da una razón notable de la intrepidez del cristiano, cuando escribió: “Porque estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni gobernantes, ni lo presente ni lo por venir, ni poderes, ni altura ni profundidad, ni ninguna otra cosa en toda la creación podrá separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38-39).

Si San Pablo tiene razón en que nada puede separarnos de Dios, entonces nuestro miedo es siempre infundado. De hecho, es la Gran Mentira contada por el Gran Engañador: la mentira de que el mal es más poderoso que el bien, el diablo más poderoso que Dios.

En esta columna, a menudo escribo sobre muchas cosas preocupantes: el aborto, la eutanasia, el asalto al matrimonio y la vida familiar, fallas en la Iglesia y el liderazgo civil, lobos merodeando vestidos con piel de oveja, las maquinaciones de agentes ricos y poderosos de la “cultura” de muerte y las crecientes amenazas a las libertades de los cristianos. Por un lado, creo que es importante que sepamos sobre estas cosas para poder combatirlas.

Por otro lado, creo que en el momento en que perdemos nuestro sentido de la perspectiva y comenzamos a creer que estas cosas son más poderosas que Cristo, en el momento en que comenzamos a tenerles miedo, ese es el momento en que debemos retirarnos de la lucha para reagruparnos para estar con Dios en la oración. Porque en ese momento, corremos un grave riesgo de hacer más daño que bien.

Imitemos a María: Oremos

La vida de un cristiano es paradójica: por un lado, el cristiano ve con mucha más claridad que nadie la depravación y la realidad del mal. Por otro, también está convencido de la impotencia del mal ante el infinito poder de Dios. Un cristiano que se ha puesto la armadura de Dios, es decir, que está imbuido del espíritu de oración, puede encontrarse cara a cara con el diablo y reír, no solo una risa de desafío, sino también una de piedad, como de uno que está lidiando con un niño mimado que se cree tirano.

He oído decir de la Santísima Virgen que ella nunca reaccionó, sino que siempre respondió. María, la mujer contemplativa más grande de la historia, junto al mismo Cristo, nunca se sintió abrumada ni angustiada por el ruido de los acontecimientos que se desarrollaban. Nunca sintió la necesidad de actuar por actuar. Había labrado un espacio de silencio espiritual en medio del ruido del mundo, en el que esperaba pacientemente la voz de Dios. De esta manera, María trascendió la historia, viendo los acontecimientos, por inquietantes que fueran, desde la perspectiva de lo eterno, plegada dentro de la verdad de la victoria cósmica de Cristo, y con la mirada puesta únicamente en lo que Dios quería que hiciera. Lo mismo puede decirse de cualquier verdadero contemplativo.

Sin embargo, a menudo estamos en un estado de reacción constante. Consumidos por la preocupación, solo vemos lo que está frente a nuestros ojos y pasamos nuestros días luchando contra incendios forestales tras incendios forestales. Rara vez nos detenemos a preguntarle a Dios qué desea que hagamos, y aún más raramente nos detenemos para escuchar Su respuesta. Al reaccionar de esta manera, nos convencemos de que estamos ayudando a la causa del bien. A menudo, sin embargo, solo estamos aumentando el ruido y el caos.

En una serie de tres libros notables, el cardenal Robert Sarah ha llamado repetidamente a los cristianos a volver al deber esencial de la oración y nos advirtió contra el atractivo de un activismo espiritualmente desarraigado. El cardenal titula el último de estos libros, “El día ya ha pasado”, advirtiéndonos contra el pecado de Judas, quien desesperadamente quería apresurar la venida del Reino de Dios en este mundo, pero un “reino de Dios” mal entendido.

Y la consecuencia fue que “se distanció. Ya no escuchó a Cristo. Ya no lo acompañaba durante esas largas noches de silencio y oración. Judas se refugió en los asuntos mundanos. Él se ocupó de la bolsa, el dinero y el comercio”.

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Como Judas, concluye el cardenal, “¡hemos traicionado! Hemos abandonado la oración. El mal del activismo eficiente se ha infiltrado en todas partes. Buscamos imitar la organización de las grandes empresas. Olvidamos que la oración sola es la sangre que puede correr por el corazón de la Iglesia. Decimos que no tenemos tiempo que perder. Queremos utilizar este tiempo para obras sociales útiles”.

Sin embargo, “Alguien que ya no reza ya ha traicionado. Ya está dispuesto a hacer todo tipo de compromisos con el mundo. Camina por la senda de Judas”.

Palabras duras. Palabras aleccionadoras.

La Virgen María es el perfecto contraejemplo. Más recientemente, sin embargo, tenemos el gran ejemplo de la Madre Teresa. Aunque completamente dedicada a su misión de aliviar el sufrimiento de los más pobres de los pobres en los barrios marginales de la India, la Madre Teresa y sus hermanas siempre pasaban muchas horas al día en oración frente al Santísimo Sacramento. Qué excusa tenemos entonces, que desperdiciamos tantas horas en las redes sociales, o leyendo las noticias, o viendo Netflix. ¡Y cuál es el resultado de todo esto, excepto que nos volvemos más agitados y más una piedra de tropiezo espiritual para nuestros hermanos y hermanas!

¿Encuentras que estás consumido por el miedo en estos días? Si es así, debo preguntarte: ¿estás rezando?

Si la respuesta es “no”, entonces ya sabes lo que debes hacer.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 31 de Agosto del 2020 en: https://www.hli.org/2020/08/overcome-fear-by-returning-to-prayer/ VHI agradece a José Antonio Zunino, del Ecuador, la traducción de este artículo. Por su interés se recomienda seguir la página web www.vidahumana.org

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