2500 años después no importan tanto los datos históricos como la lección y el ejemplo heroico de aquellos 300 guerreros hoplitas espartanos al mando de Leónidas, que nos ha llegado con frases célebres como: “Vencer o morir», «Mi escudo, mi espada y mi lanza, son mis únicos tesoros», «Vuelve con el escudo o encima de él» (Eetam eepitás; literalmente «con esto o sobre esto» dicho al presentar el escudo al guerrero), «Los espartanos no preguntan cuántos son los enemigos, sino dónde están”.
Esparta (Dórico Σπάρτα; Ático Σπάρτη Spártē), o Lacedemonia (en griego Λακεδαιμων) era una polis (ciudad-estado) de la Antigua Grecia situada en la península del Peloponeso a orillas del río Eurotas. Fue la capital de Laconia y una de las polis griegas más importantes junto con Atenas y Tebas. Esparta surgió como una entidad política en el siglo X a. C., cuando los invasores dorios, que procedían del norte de Europa, conquistaron a la población local. De modo que la ciudad-estado fue fundada tras la conquista de Laconia por los dorios. Esparta se convirtió así en una ciudad doria. Hacia el 650 a. C. la ciudad ya era una potencia militar de la Antigua Grecia.
Esparta fue una ciudad única en la Antigua Grecia por su sistema social y su constitución, los cuales estaban completamente centrados en la formación y la excelencia militar. Sus habitantes estaban clasificados en varios estatus: hómoioi (gozaban de todos los derechos), motaz (nacidos fuera de la ciudad pero criados como espartanos), periecos (libertos) e ilotas (siervos). Los hómoioi recibían una rigurosa educación espartana —“agogé”— centrada en el entrenamiento para la guerra, gracias a la cual las falanges espartanas eran consideradas las mejores en batalla. En esta sociedad militar y patriarcal, las mujeres espartanas gozaron de más derechos e igualdad con los hombres que en ningún otro lugar del mundo de la antigüedad clásica. La sociedad espartana daba también una gran importancia al matrimonio, a la eugenesia y selección de los más sanos y fuertes, así como a la crianza de los niños, y la instrucción de los adolescentes. Por otro lado, el gobierno espartano era una nomocracia, en la que los reyes estaban a las órdenes de las leyes de Esparta.
La expansión constante de los griegos por el Mediterráneo, tanto hacia oriente como occidente, les llevó a crear colonias y ciudades importantes (como Mileto, Halicarnaso, Pérgamo) en las costas de Asia Menor (hoy Turquía). Estas ciudades pertenecían a la denominada Jonia helénica, la cual fue tomada totalmente por los persas tras la caída del reino griego de Lidia.
Tras varias rebeliones de estas ciudades contra los persas, se logró un equilibrio, donde finalmente el Imperio aqueménida les concedió un grado de autonomía a cambio de fuertes tributos, a pesar de lo cual los colonos helenos siguieron aspirando a la libertad absoluta. Se sublevaron contra el poder imperial y obtuvieron algunas victorias iniciales, pero conocían su inferioridad ante el coloso persa, por lo que pidieron ayuda a los griegos continentales. Los espartanos se negaron en un principio, pero los atenienses sí los apoyaron, dando comienzo a las Guerras Médicas, en las que tuvieron lugar las invasiones persas.
La batalla de las Termópilas tuvo lugar durante la segunda guerra médica, en ella una alianza de las polis griegas, lideradas por Esparta (por tierra) y Atenas (por mar), se unieron para detener la invasión del Imperio persa de Jerjes I. El lapso de la batalla se extendió siete días, siendo tres los días de los combates. Se desarrolló en el estrecho paso o desfiladero de las Termópilas (cuyo nombre se traduce por «Puertas Calientes» – de θερμός,-ή,-όν ‘caliente’ y Πύλη,ης ‘puerta’; a causa de los manantiales de aguas termales que existían allí), del 8 al 10 de septiembre del 480 a.C. En ese año, cuando Jerjes, el rey de Persia, reclamó de nuevo la tierra y el agua a todas las ciudades griegas, exceptuando a Atenas y Esparta, fue naturalmente a ésta última a la que se le confió encabezar la Liga Panhelénica, incluyendo la flota, pese a la superioridad marítima de Atenas. Tras haber renunciado a defender Tesalia, los espartanos, mandados por su rey Leónidas, defendieron valerosamente el desfiladero de las Termópilas, retrasando en forma notable el avance de los persas, y permitiendo a la flota replegarse hacia Salamina. En contrapartida, la total victoria de Salamina fue obra de los atenienses, quienes tuvieron que recurrir al chantaje para forzar la batalla en el estrecho, siendo así que el navarca –almirante- espartano de la flota, Kriatos, deseaba replegarse al istmo de Corinto.
Tanto los escritores antiguos como los modernos han utilizado la batalla de las Termópilas como un ejemplo del poder que puede ejercer sobre un ejército el patriotismo y la defensa de su propio terreno por parte de un pequeño grupo de combatientes. Igualmente, el comportamiento de los defensores ha servido como ejemplo de las ventajas del entrenamiento, el equipamiento y el uso del terreno como multiplicadores de la fuerza de un ejército, y se ha convertido en un símbolo de la valentía frente a la adversidad insuperable.
Esparta fue así la primera reacción masiva contra la inevitable decadencia traída por la comodidad de la civilización, y como tal, hay mucho que aprender de ella en esta época de degradación biológica y moral inducida por la sociedad tecnológica. Los espartanos supieron adelantarse milimétricamente a todos los vicios producidos por la civilización, y haciéndolo, se colocaron en lo alto de la pirámide del poder. Todas las actuales tradiciones militares de élite son, en cierto modo, herederas de lo que se llevó a cabo en Esparta, y ello nos señala la pervivencia de la misión espartana.
El historiador y sacerdote de Apolo en el santuario de Delfos, Plutarco, en sus obras «Antiguas costumbres de los espartanos» y «Vida de Licurgo» nos da valiosa información acerca de la vida espartana y sobre las leyes espartanas, y mucho de lo que hoy sabemos acerca de los espartanos es gracias a él. Jenofonte, historiador y filósofo que mandó a sus hijos a ser educados en Esparta, es otra buena fuente de información, en su escrito «Constitución de los Lacedemonios». Platón, en su conocida «República» nos muestra su concepto de cómo ha de estar regido un Estado superior, enumerando muchas medidas que parecen directamente sacadas de Esparta, pues en ella se inspiró.
Hoy en día nuestros adoctrinadores académicos enseñan vagamente que Esparta era un Estado militarista y brutal volcado completamente en el poder, y cuyo sistema de educación y entrenamiento era muy duro. Nos presentan a los espartanos, a grandes rasgos, como soldados eficientes, toscos y descerebrados, a los que «sólo les interesaba la guerra». Esto es un reflejo deliberadamente distorsionado de lo que realmente fueron, y se debe principalmente a lo que nos han contado algunos atenienses decadentes, aderezado con la mala fe de quienes manejan actualmente la información, que pretenden tergiversar la Historia para servir a intereses económicos y de otros tipos.
Los espartanos dejaron una huella espiritual indeleble. El simple hecho de que aún hoy en día el adjetivo «espartano» designe cualidades de dureza, severidad, tosquedad, resistencia, estoicismo y disciplina, nos da una idea del enorme papel que cumplió Esparta. Fue mucho más que un simple Estado: fue un arquetipo, fue la máxima exponente de la doctrina guerrera. Tras la fachada perfecta de hombres aguerridos y mujeres atléticas se escondía el pueblo más religioso, disciplinado y ascético de toda Grecia, que cultivaba la sabiduría de un modo discreto y lacónico, lejos del ajetreo y la chabacanería urbana que ya entonces habían hecho su aparición.
¡Honor a los 300 y a Leónidas de Esparta!
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