Hasta ahora todos pensábamos que el mes de septiembre estaba consagrado a festejar a la Patria y a sus Fuerzas Armadas y de Orden.
Pensábamos igualmente que constituíamos una sola nación, integrada por todos aquellos nacidos en este suelo, “copia feliz del Edén”. De esta unidad, creíamos que hacían parte igualmente los descendientes de españoles, cuanto de los inmigrantes y las diversas etnias que aquí vivían, poco antes de la llegada de Pedro de Valdivia.
Todo esto está a punto de ser demolido por la iniciativa de la reforma Constitucional que se tramita en estos días en el Senado, en virtud de la cual se otorgan “escaños reservados”, en la integración del órgano constituyente que se conforme para la creación de una nueva Constitución, a los llamados “pueblos originarios”. (Bol. N° 13129-07)
En virtud de esta reforma, Chile dejará de ser una sola nación, para pasar a ser una verdadera “colcha de retazos” de diversas “nacionalidades” -nueve hasta ahora y dos más en curso de aprobación- que redactarán el texto de una próxima Constitución.
Tanto la reforma en curso como su aplicación, presentan todo tipo de irregularidades y de aspectos turbios.
En primer lugar, no existe un padrón electoral de indígenas. La única institución que tiene una base de datos de personas que se declaran indígenas es la CONADI, en cuyos registros se contabilizan a cerca de ochocientas mil personas.
Sin embargo, como la CONADI no es un Servicio Electoral, la ley no la faculta para intervenir como tal. De este modo, sin registro, los electores de los cupos reservados para pueblos originarios, serán todos aquellos que se “auto identifiquen” como pertenecientes a ellos, gracias a lo cual los pseudo indígenas postizos reemplazarán a los auténticos, pero ausentes.
Por otro lado, los candidatos que busquen representar a tales pueblos deberán contar con el respaldo de dos o tres organizaciones indígenas. Con todo, muy pocas de esas organizaciones cuentan con un reconocimiento legal. Tampoco se exige que los candidatos a ocupar esos cupos sean provenientes de organizaciones estrictamente pacíficas.
Como se sabe, lo que las une a todos los “indigenistas” no es sino un cuestionamiento a la unidad territorial de Chile, a su ordenamiento jurídico y sus exigencias de reconocimiento de su autonomía y supuestos derechos de territorialidad.
Por último, la exigencia de 24 o más “cupos reservados” se establece de modo completamente arbitrario, pues en el censo de 2017 sólo dos millones de personas dijeron pertenecer a dichas etnias.
En realidad, de acuerdo con estudios del ADN, casi no existen chilenos que no tengan genes amerindios (cfr. “El ADN de los chilenos” Berrios Del Solar, Soledad, y otros, 2016 Editorial Universitaria), razón por la cual, es un absurdo otorgar “cupos reservados” para pueblos originarios, sólo en base a la auto identificación.
A lo anterior se le debe sumar que esos “representantes” querrán dejar plasmado en el texto de una próxima Constitución el cuestionamiento a la unidad de la Patria, pues todos ellos consideran que sus “territorios” fueron usurpados. Así, el Estado se abre a la destrucción de su propia unidad, tal como la conocimos desde Ia Independencia.
De este modo, Chile se convertirá en una nueva Bolivia, que en su actual Constitución se hace llamar un “Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional, Comunitario libre, independiente, soberano, democrático, intercultural, descentralizado y con autonomías”.
Súmese a lo señalado, la tramitación de la ley de Migración que pretende instalar el derecho del “turismo laboral”, que permite que cualquier extranjero que ingrese a Chile, aunque sea en forma irregular, pueda regularizar su situación por un plazo de hasta 90 días desde la entrada en vigencia de la ley generando un incentivo perverso.
Ante esto, los funestos “resquicios legales” de tiempos de la UP parecen inofensivos juegos de niños si se los compara con las aberrantes leyes que se están preparando.
En efecto, “pueblos originarios” con “cupos reservados”; inmigrantes ilegales; “autonomías territoriales”; leyes que varían según las tribus que buscan ordenar, ¿qué quedará del Chile auténtico, cristiano y fuerte?
De ser aprobadas estas iniciativas y procedimientos, quizá este mes de septiembre sea el último que podremos celebrar como el “mes de la Patria”.
Otra poderosa razón para oponernos con todo empeño a tales propósitos, es que ellos ya fueron promovidos por Fidel Castro en 1962, por ocasión “La Segunda Declaración de la Habana, sin tener el menor apego a la realidad ni el propósito de beneficiar a nadie salvo a los “camaradas”, guiado por el pérfido interés de introducir en las naciones la división para que al comunismo le sea más fácil conquistarlas, dominarlas y saquearlas.
Juan Antonio Montes Varas- www.credochile.cl
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