A principios del siglo XX la situación en el Nuevo Mundo era bastante convulsa. El principal episodio sucedía en 1898, España perdía sus últimas colonias a manos de Estados Unidos y con ello se consolidaba la hegemonía de la Doctrina Monroe, que chocaba frontalmente con un sentimiento de unión entre pueblos hispanos.
Por otro lado, tras la Conferencia de Filadelfia de 1876, empezó a enraizar en el suelo americano un tímido movimiento marxista e internacionalista que tendría su punto álgido con la Revolución de 1917 y la introducción de los postulados soviéticos.
Así que frente al proyecto de control de Estados Unidos y los postulados socialistas surgieron a ambos lados del Atlántico un movimiento de unión entre los antiguos pueblos católicos e hispanos, herederos de aquella renovada Roma que fue España. Así lo vieron autores como Unamuno, Ramiro de Maetzu y Rubén Darío, entre otros. Denominando a este movimiento, Hispanidad. El poema seleccionado de Rubén Darío, Salutación del Optimista, es un gran exponente de esa idea.
El poeta lo compuso en marzo de 1905 y los expuso ante un público bastante crítico en el Ateneo de Madrid en aquellas mismas fechas. No por ello pasó desapercibido, sino que se le reconoció su genialidad al componerlo en tan poco tiempo, su estilo único y por exponer tan nítidamente los principales preceptos de esta nueva corriente. Corriente que va más allá del mero intelectualismo, sino que promulgaba el anteproyecto de una empresa universal entre pueblos una vez hermanados.
Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!
Porque llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos
lenguas de gloria. Un vasto rumor llena los ámbitos;
mágicas ondas de vida van renaciendo de pronto;
retrocede el olvido, retrocede engañada la muerte,
se anuncia un reino nuevo, feliz sibila sueña,
y en la caja pandórica de que tantas desgracias surgieron
encontramos de súbito, talismánica, pura, riente,
cual pudiera decirla en sus versos Virgilio divino,
la divina reina de luz, ¡la celeste Esperanza!
Pálidas indolencias, desconfianzas fatales que a tumba
o a perpetuo presidio, condenasteis al noble entusiasmo,
ya veréis el salir del sol en un triunfo de liras,
mientras dos continentes, abonados de huesos gloriosos,
del Hércules antiguo la gran sombra soberbia evocando,
digan al orbe: la alta virtud resucita,
que a la hispana progenie hizo dueña de siglos.
Abominad la boca que predice desgracias eternas,
abominad los ojos que ven sólo zodíacos funestos,
abominad las manos que apedrean las ruinas ilustres
o que la tea empuñan o la daga suicida.
Siéntense sordos ímpetus en las entrañas del mundo,
la inminencia de algo fatal hoy conmueve la tierra;
fuertes colosos caen, se desbandan bicéfalas águilas,
y algo se inicia como vasto social cataclismo
sobre la faz del orbe. ¿Quién dirá que las savias dormidas
no despierten entonces en el tronco del roble gigante
bajo el cual se exprimió la ubre de la loba romana?
¿Quién será el pusilánime que al vigor español niegue músculos
y que al alma española juzgase áptera y ciega y tullida?
No es Babilonia ni Nínive enterrada en olvido y en polvo,
ni entre momias y piedras que habita el sepulcro,
la nación generosa, coronada de orgullo inmarchito,
que hacia el lado del alba fija las miradas ansiosas,
ni la que tras los mares en que yace sepulta la Atlántida,
tiene su coro de vástagos, altos, robustos y fuertes.
Únanse, brillen, secúndense, tantos vigores dispersos;
formen todos un solo haz de energía ecuménica.
Sangre de Hispania fecunda, sólidas, ínclitas razas,
muestren los dones pretéritos que fueron antaño su triunfo.
Vuelva el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente
que regará lenguas de fuego en esa epifanía.
Juntas las testas ancianas ceñidas de líricos lauros
y las cabezas jóvenes que la alta Minerva decora,
así los manes heroicos de los primitivos abuelos,
de los egregios padres que abrieron el surco prístino,
sientan los soplos agrarios de primaverales retornos
y el rumor de espigas que inició la labor triptolémica.
Un continente y otro renovando las viejas prosapias,
en espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua,
ven llegar el momento en que habrán de cantar nuevos himnos.
La latina estirpe verá la gran alba futura,
en un trueno de música gloriosa, millones de labios
saludarán la espléndida luz que vendrá del Oriente,
Oriente augusto en donde todo lo cambia y renueva
la eternidad de Dios, la actividad infinita.
Y así sea Esperanza la visión permanente en nosotros,
¡Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!
Rubén Darío
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