No creo ser injusto diciendo que esta semana Patria que acabamos de conmemorar, (no digo celebrar, porque no hubo nada que pudiera semejarse a una Fiesta) fue caracterizada por la total ausencia de líderes.
Para ser claros, comencemos por especificar las cualidades que, pensamos, debe tener un líder.
En primer lugar, una visión clara de la situación en que vive el conjunto social del cual hace parte, tanto de los peligros cuanto de las salidas que ella puede encontrar.
Le es también necesario al líder poseer una fuerza de voluntad extraordinaria para oponerse a los factores de disolución de ese conjunto social y para intentar conducirlo hacia las soluciones más sensatas y correctas, aunque sea preciso enfrentar molestias, peligros y ataques inesperados..
Por último, es necesario que -en todos los campos en que su liderazgo se manifieste- él tenga una gran credibilidad por parte de aquellos a quien él quiera liderar. De nada le valdría tener inteligencia para discernir y voluntad para actuar, si carece de la confianza de sus liderados. [i]
No hay peor situación para una sociedad que la ausencia de auténticos líderes. Ella pasa a ser lo que las Sagradas Escrituras llaman “ovejas que no tienen pastor” ([ii])
Es precisamente esta nuestra situación como País: “ovejas que no tenemos Pastor.”
Comencemos por señalar la ausencia más evidente: la de un Presidente de la República que no se limite a aparecer en los medios de comunicación diciendo banalidades que llenan los oídos y dejan vacías las inteligencias de quienes lo escuchan.
Más triste aún es la ausencia de líderes espirituales, pues ellos son, al final de cuentas, quienes están llamados a orientar en profundidad los rumbos de las sociedades a ellos confiadas. “¿De qué sirve la sal si no sala?”. ([iii])
Fue precisamente esta orfandad la que experimentamos los católicos de Chile por ocasión de los Te Deum celebrados -“modus pandemicus”- a lo largo de todo el territorio nacional. No oí todas las homilías pronunciadas por los prelados de cada arquidiócesis o diócesis del País, pero, con las excepciones de regla, me basta con las del Arzobispo de Santiago.
Monseñor Aós ocupó la cátedra para hacer oír la “voz del pastor”, pocas semanas antes de que las “ovejas” vayamos a votar en el plebiscito constitucional.
No podría haber dispuesto la Providencia de ocasión más propicia para que él, y el conjunto del Episcopado nacional, denunciara con fuerza a los “falsos profetas” que buscan instalar una nueva Constitución con derecho al aborto, a la ideología de género, feminismo radical, al indigenismo pagano, al matrimonio homosexual, y a todas las reivindicaciones de aquellos que quieren ver consagrados éstos, y otros supuestos derechos, en un próximo texto constitucional.
Sin embargo, no oímos de su parte ninguna advertencia contra esos pseudo profetas, y menos aún una condenación a las ideologías que éstos promueven; le bastó una referencia a quienes “cuidan la vida desde el primer momento de su concepción hasta el último suspiro” y a quienes piensan que “la vida y el amor se cuidan en el matrimonio y la familia.”
A reglón seguido, y se diría que en el mismo plano de las preocupaciones episcopales, el Arzobispo metropolitano nos pidió “que todos crezcamos en espíritu ecológico para que podamos vivir sanamente sin contaminación y respetando a los animales y a las plantas, a los ríos y a los mares”.
¿Hay algo de malo en todo esto que Monseñor dijo?, preguntará algún lector.
En principio, nada de malo; pero tiene el sabor de una “sal que no sala y una luz que no ilumina”.
La prueba de ello es que, como ya es costumbre, moros y cristianos salieron a ponderar el sermón que no denunció a nadie, no condenó nada y, sobre todo, no orientó a los católicos respecto a los peligros de una nueva Constitución contraria a las enseñanzas morales de la Iglesia.
Triste futuro nos espera en esta ausencia de verdaderos líderes: “Dejadlos: son ciegos que guían a ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo”. (San Mateo 15, 14)
¿Cómo resolver esta crítica situación?
Le respondemos que simplemente tratando cada uno de ser un verdadero líder en el campo de acción que le sea propio; desde el más humilde hasta el más destacado.
Verdadero líder, o sea, un batallador excepcional, en su respectivo ambiente en la defensa de la Voluntad de Dios, de la doctrina tradicional de la Iglesia para que efectivamente “se haga su Voluntad así en la Tierra como en el Cielo”: todo lo demás es superfluo.
Lejos de ser pesimistas, nuestra propuesta es muy realista. Seamos cada uno en nuestra esfera, auténtico líderes.
Juan Antonio Montes Varas – Credo; pasado, presente y futuro de Chile
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