Con este título publicaba en 1835 Alexis de Tocqueville su obra más conocida. Era él un noble francés que pasaría a la historia como eminente jurista y político, y que había entrado en política con la revolución de 1830 y la caída de los legitimistas del antiguo régimen. Nuestro hombre realizó un viaje de varios meses a la entonces joven nación americana para conocer el nuevo sistema político que proponían.
El libro sigue siendo hoy la mejor forma de aproximarse al conocimiento del sistema político de los Estados Unidos de América. Pese al tiempo transcurrido, su descripción del sentir de aquellos ciudadanos de un nuevo mundo y de las instituciones democráticas que habían desarrollado para gobernarse a sí mismos continúa plenamente operativa, aunque para profundizar sea necesario tener en cuenta algunas reglas no escritas que completan y perfeccionan el sistema.
La Constitución de los EEUU pasa por ser una de las más acabadas, y desde su entrada en vigor hace más de 200 años sólo han sido aprobadas 27 enmiendas a la misma, lo que nos da idea de su robustez y eficacia; si bien planeando por encima de ella, durante estos dos siglos y pico, han estado vigentes y sin haber sido plasmadas sobre el papel dos normas fundamentales que sirve para apuntalar la calidad democrática de sus instituciones principales.
La tolerancia mutua y la contención institucional son esas reglas no escritas pero de obligado cumplimiento durante mucho tiempo y que parece que en la actualidad comienzan a ser puestas en cuestión. La primera de ellas es sencilla de explicar pues consiste simplemente en aceptar la existencia de los opositores o contrarios como algo natural, como simples adversarios políticos que en un futuro pueden ser los responsables de conducir las instituciones de la nación, y no como enemigos a muerte a los que hay que combatir con todos los medios al alcance hasta lograr su completa destrucción. Algo que es fácil de ver en la política norteamericana, y en la española también, me temo.
La contención institucional implica el uso restringido de los poderes del estado por parte de quien detenta el poder, algo así como una autolimitación. En los EEUU, por ejemplo, existe la gracia presidencial, el indulto, algo que Trump usa especialmente para liberar a condenados relacionados con su propia acción política previa a la llegada al gobierno, y que incluso amenaza con aplicarse a si mismo llegado el caso.
Otra oportunidad para la contención lo da el nombramiento de jueces del Tribunal Supremo, allí con carácter vitalicio y que propone el presidente, y que esta semana, a menos de dos meses de las elecciones, cobra actualidad por la reciente muerte de una jueza de filiación demócrata. El antecedente señala que en situación parecida al presidente Obama, un Senado de mayoría republicana, le negó tal pretensión, haciendo uso de esa contención institucional, pero en el caso actual esos mismos republicanos se aprestan a aprobrar la nominada por el presidente Trump.
Ya hace décadas que el Consejo electoral, una institución que primaba en las convenciones electorales de los partidos para impedir el acceso a la nominación de candidatos de dudosa legitimidad democrática, fue eliminado para facilitar una elección más directa por parte de los ciudadanos lo que, pese a su aparente incremento de legitimidad, aumenta la posibilidad de que lleguen candidatos cuyas credenciales solo son la popularidad y el populismo.
El resultado de toda esta evolución en los usos y costumbres internas del sistema norteamericano conduce a una clara pérdida de prestigio y calidad democrática de la nación que, desde el final de la Primera Guerra Mundial, parecía guiar, directa o indirectamente, los asuntos del mundo; y todo ello cuando un nuevo gigante, parece querer desafiar su primacía.
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