Cuando uno lee o escucha algo sobre bioética, lee o escucha algo relativo a la experimentación clínica/médica, al aborto, a las técnicas de reproducción asistida y a la eutanasia o al ensañamiento terapéutico. Los que siguen más este campo incluirán seguramente otros campos como la maternidad subrogada o el transhumanismo.
Con matices que conocen sólo los especialistas, el público general entiende que estos temas, recogen de forma bastante adecuada, el campo de reflexión de la bioética, incluidas las Instituciones vinculadas a la Iglesia Católica.
Aplicando la máxima de que muchas veces lo importante no es lo que se dice, si no lo que no se cuenta. lo que se cuenta es que en el campo de la bioética, es prácticamente imposible encontrar referencias a la violación o el asesinato. La vinculación de tales conceptos con cuestiones bioéticas se asocia al aborto o a la eutanasia para justificar la posición católica contra tales nuevos derechos. Estos conceptos, se asocian por el contrario al derecho penal.
He aquí el problema. La Iglesia se ha empeñado desde hace 50 años en dialogar con el mundo. Y en ese encomiable esfuerzo, ha perdido la carrera y ha asistido al contagio masivo del cuerpo eclesial. La cuestión es hasta qué punto la aceptación del terreno de juego marcado por los enemigos del derecho natural ha contribuido a tal contagio.
Cuando uno acepta un marco mental en el que el homicidio, la violación o la pederastia son temas del derecho penal y el aborto, la eutanasia, la maternidad subrogada o los métodos anticonceptivos son cuestiones de debate ético, entonces se filtra imperceptiblemente en la sociedad que no existe una verdad objetiva respecto a estos temas, ya que son debatibles. Que esta premisa “relativista” sea asimilada por ateos, agnósticos o miembros de otras religiones, siendo preocupante y contrario al objetivo que se marcaba la Iglesia, lo es más cuando se trata de católicos bautizados. Y es preocupante, porque sin quererlo, la Iglesia ha podido colaborar en la comisión de pecados por sus fieles por falta de claridad en la guía debida. Debemos plantearnos si la Iglesia se ha equivocado o al menos, no ha sido capaz de dejar claras sus premisas al entrar a debatir en este campo.
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