Como tradicionalistas nuestra obligación es defender la llamada Edad Media (frente a las calumnias de la Revolución) y presentarla como aquellos mil años en los que la luz del Evangelio fue conformando -paulatinamente- un orden cristiano pleno. Sin embargo, no cumpliríamos nuestra misión histórica si presentáramos el siglo XIII como una única cumbre perdida y jamás recuperada, pues podríamos caer en la nostalgia, y el historicismo.

Aquel siglo XIII pudo haber sido ciertamente la cumbre en la región de París, o en algunas regiones de Europa. Pero ¿qué pasa con España? ¿Qué pasa con la América Española o con otros muchos escenarios de la Cristiandad? La historia tiene muchos altibajos y después del siglo XIII de París hubo una Valencia del XV, un Trento y una Salamanca del XVI, un México del XVIII, una expansión misional en el XIX, una Navarra del XX… Hubo un estilo gótico, pero luego hubo un Cervantes, un Herrera, un Calderón, un Velázquez, un Churriguera, un Salcillo, y un Gaudí… Es decir, que la Tradición, esa misma Tradición católica del siglo XIII de Santo Tomás, ha seguido viva y floreciendo aquí y allá en multitud de sociedades cada una de las cuales ha podido tener su particular siglo XIII en épocas mas recientes.

Por eso como tradicionalista tenemos la obligación de inspirarnos en el siglo XIII de Santo Tomás, pero igualmente hemos de defender e inspirarnos en los otros «siglos XIII», o sea, todas las cristiandades o construcciones de sociedades cristianas que han fructificado a lo largo de los siglos. 

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