Por María Pilar Celma Valero, Universidad de Valladolid
Este 17 de octubre de 2020 se cumplen cien años del nacimiento de Miguel Delibes, un momento idóneo para hacer un balance de su obra y de su significado. El escritor vallisoletano escribió veinte novelas a lo largo de cincuenta años (1948-1998).
Si Delibes no hubiera acertado en la invención de originales historias, si no hubiera logrado la perfecta adecuación de la técnica narrativa a la historia, si no hubiera mostrado un personalísimo estilo, marcado por la concisión y la precisión; en suma, si Delibes no hubiera sido un buen escritor, no habría obtenido el gran éxito de público y de crítica del que goza.
Pero lo que ha hecho al novelista verdaderamente grande y universal es, más allá de sus logros estéticos, el fondo ético y social que subyace en toda su obra.
Una obra universal que remueve conciencias
Concebida la novela como “un intento de exploración en el corazón humano”, su función no puede ser otra que la de inquietar al lector. Delibes no pretende imponer su criterio, sino hacer pensar. No argumenta, porque no trata de convencer. Por el contrario, mueve los ánimos y agita las conciencias de sus lectores.
Escritor sumamente arraigado en su tierra, son los valores humanos de sus textos los que han hecho de él un escritor universal. Su fondo humanista ha calado en su obra, prevaleciendo la preocupación por el hombre; la defensa del individuo en armonía con la naturaleza; la condena de los convencionalismos sociales, de la intolerancia, de la incomunicación…
Delibes es el “pintor de Castilla”, según aspiración propia. En una antología editada en 1972, decía conformarse “desde un punto de vista estrictamente literario” con que en su epitafio pudiera escribirse: “Acertó a pintar Castilla”.
Desde luego, logró su objetivo. A través de su obra, traducida a más de veinte lenguas distintas, los paisajes de su tierra y los paisanos que la habitan han logrado visibilidad en el mundo entero. Castilla es hoy un referente para cientos de miles de sus lectores (y espectadores, a través de las versiones cinematográficas que se han hecho de sus novelas).
Amor por la naturaleza, la tierra y sus gentes
Pero lo mejor del caso es que Delibes trasciende el localismo. El amor y la preocupación por su tierra derivan en amor por la naturaleza, en general: preocupación por su degradación y abandono, por la gente sencilla que la puebla, por sus problemas, por las amenazas que se ciernen sobre ellos, por el perjuicio general que supone la pérdida de la cultura tradicional…
Son muchas las novelas en las que Delibes deja entrever su visión crítica de un progreso que solo atiende a lo material y que está propiciando el abandono del campo y la degradación de la naturaleza.
Encontramos estas preocupaciones en El Camino (1950), Diario de un cazador (1955), Las ratas (1962), Viejas historias de Castilla la Vieja (1964) o El disputado voto del señor Cayo (1978). En esta última novela se pone de relieve el contraste entre la vida rural y la urbana y cómo el progreso se está desarrollando a costa del campo y de los lugareños.
El joven político que visita el pueblo del señor Cayo, después de conocer la sabiduría que encierra la gente del campo, concluye: “Hay que asomarse al pueblo; ahí es donde está la verdad de la vida”. Poco después, se lamenta: “No hay derecho a esto (…) A que hayamos dejado morir una cultura sin mover un dedo”.
Un visionario de los problemas actuales
Se ha dicho que el escritor vallisoletano se adelantó varias décadas a planteamientos que hoy tienen, lamentablemente, plena actualidad. En los tiempos que vivimos, preocupados por el cambio climático, por la España vaciada, por los escándalos políticos y los abusos de los poderes políticos y económicos, la lectura de las obras de Delibes lo convierte casi en un visionario.
Hay que recordar que, cuando en 1975 leyó su discurso de entrada en la Real Academia Española de la Lengua, titulado El sentido del progreso desde mi obra, muchos lo tildaron de retrógrado, de oponerse al progreso, de coartar las aspiraciones de la gente del pueblo.
En su discurso Delibes alerta sobre el peligro de un progreso incontrolado, que atentaba contra el equilibrio de la naturaleza, y de la infravaloración del individuo, acosado por los poderes políticos y económicos.
El que, en un momento de reconocimiento de su obra, en la casa de las Letras españolas por excelencia, eligiera un discurso que podía tacharse de “poco literario” viene a demostrar lo importante que era para Delibes el mensaje que pretendía comunicar con su obra.
La esencia de lo humano
Hoy, lamentablemente, vemos que sus temores tenían un fundamento y la amenaza la sentimos cada vez más real y acuciante. No era un mero visionario. Era un hombre con valores firmes, agudeza en sus análisis y valentía para encarar la denuncia y la reivindicación.
Delibes representa el valor del individuo en sí mismo, el ideal de vida del hombre en armonía con la naturaleza y con los otros hombres, el amor por el pueblo y por la cultura tradicional, la tolerancia y la libertad de conciencia…
La lectura de Delibes nos hace reflexionar y agita nuestras conciencias, sin caer en una escritura propagandista. Y lo consigue por esa virtud suya de interpretar estéticamente la realidad escarbando profundamente hasta llegar a la esencia de lo humano:
“He buscado en el campo y en los hombres que lo pueblan la esencia de lo humano”.
Así ha logrado ser un escritor universal y tan actual como atemporal.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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