Nuestra democracia sigue los principios representativos de la Revolución Francesa. De acuerdo a ellos, la soberanía reside exclusivamente en el pueblo, el cual decide, de acuerdo a la opinión de las mayorías, el rumbo político de la nación.
De ahí que el País se puede dotar de una, dos o tres Constituciones sucesivas, de acuerdo al gusto de esas mayorías, independiente de cualquier otro referente moral o religioso. Es lo que estableció el resultado del plebiscito del pasado domingo en Chile y sobre el cual nos pronunciaremos en breve.
Sin embargo, en la Iglesia Católica las cosas son enteramente diferentes. Las autoridades religiosas, en primer lugar el Papa, tienen como misión la custodia de la Revelación y de la integridad de la Fe recibida a través de la tradición. De ahí que, el capricho de las mayorías no rija para definir los rumbos de la Iglesia.
Tampoco vale, para estos efectos, la opinión personal de las autoridades eclesiásticas, ni siquiera la del Papa. Su misión, establecida por Nuestro Señor a San Pedro es la de “confirmar en la Fe” a los fieles.
De ahí que la declaración de Francisco referente a las uniones homosexuales haya provocado un verdadero terremoto al interior de la Iglesia.
¿Qué dijo el Papa? Las versiones no son claras. No hubo una declaración oficial, fue una opinión en una entrevista, que fue insertada en una película. Nada que se parezca a una enseñanza magisterial desde la Cátedra. Pero, lo que se dio a conocer es que él era favorable a que las uniones homosexuales fueran legalizadas y que los hijos de esas uniones (no especificó el origen de ellas) concurrieran a las parroquias, las cuales se deberían abrir para recibirlos igual que los provenientes de cualquier tipo de familia.
Tales declaraciones, como no podría dejar de ser, produjeron una inmensa conmoción. El Cardenal y ex Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Monseñor Gerhard Müller, declaró al respecto en el “Corriere Della Sera”: «¿Uniones civiles?» Soy fiel al Papa pero no por encima de la Palabra de Dios». (…) «El Papa no está por encima de la Palabra de Dios, que creó al ser humano masculino y femenino, el matrimonio y la familia». Y agregó el Cardenal: “Todo esto ha creado una gran confusión, he recibido cientos de llamadas, los fieles están totalmente perdidos: ¿qué quiso decir el Papa? ¿Posible? ¿Por qué no se expresa claramente?».
En el mismo sentido, se pronunció el cardenal estadounidense, residente en Roma, Monseñor Raymond Leo Burke: El ex Prefecto para la Signatura Apostólica y Capellán de la Orden de Malta, quien sostuvo: “Tales declaraciones generan gran desconcierto y causan confusión y error entre los fieles católicos”. Agregó el Purpurado que “el contexto y la ocasión de tales declaraciones las hacen carentes de todo peso magisterial. Debiéndose interpretar como simples opiniones privadas de la persona que las hizo”.
Por su parte el destacado intelectual católico italiano, Tommaso Scandroglio escribió: “Si la homosexualidad es una condición censurable a nivel moral, se sigue que la relación homosexual también lo es. Y reconocer legalmente, es decir, legalizar, como quiere el Papa Francisco, a las parejas homosexuales significa legitimar el mal, elevarlo a una institución, otorgarle estructura legal a lo que por su naturaleza es antijurídico”.
Estamos por lo tanto frente a una clara divergencia entre la opinión del actual Papa con la el Magisterio de los anteriores Pontífices -Juan Pablo II y Benedicto XVI- y en oposición también a la clara condenación de las conductas homosexuales que se encuentran en el Antiguo cuanto en el Nuevo Testamento.
La pregunta que se plantea para los fieles es saber ¿cuál de las opciones planteadas debemos seguir? ¿Lo que dice hoy Francisco, o lo que ha enseñado el Antiguo y el Nuevo Testamento y el Magisterio dos veces milenario de la Iglesia?
La respuesta a esta pregunta de carácter trascendental nos la proporciona un gran Santo del siglo V, San Vicente de Lerins. El referido teólogo, escribió en su “Commonitorium” (434) que los católicos estamos obligados a seguir sólo lo enseñado “quod semper, quod ubique, quod ab ómnibus”, (“sólo y todo cuanto fue creído siempre, por todos y en todas partes”).
En conformidad con lo anterior, continuaremos pensando y defendiendo la ilicitud moral de las relaciones homosexuales y la imposibilidad de serles reconocidos “derechos” civiles, pues es lo que nos fue enseñado “siempre, en todos los lugares y por todos los Papas.”
Tales conceptos los repetiremos en el caso que los redactores de la próxima Constitución pretendan incluir entre los nuevos derechos a ser reconocidos, el “matrimonio homosexual” y “todo tipo de familias”.
Juan Antonio Montes Varas – Credo; pasado, presente y futuro de Chile
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