Hablaban de fronteras anoche en las telenoticias, en Asturias. Confieso mi desasosiego pese a que nuestra tierra se caracteriza precisamente por tenerlas muy definidas en el aspecto geográfico. De las que se hablaba eran clásicas y por eso sendas periodistas explicaban en directo desde Bustio y Figueras cómo, probablemente, se instalarían controles para pasar a Santander y Galicia. Inquietante.
El coronavirus nos devuelve a una situación desaparecida siglos atrás, cuando España tenía fronteras y aduanas interiores. Sería con la llegada de los Borbones cuando se intentó avanzar hacia la modernidad de la mano de la Ilustración. Felipe V se trajo a Giulio Alberoni desde Italia para que tomase la referencia de lo que ya se hacía en Francia, y éste se rodeó de los primeros ilustrados, entre ellos Patiño en Hacienda.
En 1717 cayeron las aduanas interiores que obstaculizaban el comercio, resistiendo aún por algún tiempo las de Navarra y las Provincias Vascongadas; aunque lo portazgos, aún se mantuvieron largo tiempo en muchos lugares en los que se cobraba por atravesar un puente, o cruzar una determinada demarcación protegida por algún viejo derecho señorial. Después se construirían carreteras con derechos de portazgo, algo que ha llegado hasta nosotros con los modernos peajes de autopistas. Pero las fronteras interiores ya no volvieron; hasta ahora.
El coronavirus nos está cambiando la vida, nos enfrenta a la precariedad de nuestras vidas y, en lo político, está poniendo en evidencia las insuficiencias y esqualidez de nuestro sistema político; en este caso el estado autonómico que no parece capaz de responder a la situación, especialmente cuando la polarización política a nivel nacional alcanza cotas nunca antes contempladas. Fronteras para contener un virus que se transmite por el aire.
El coronavirus también puede crear, de forma aún más sibilina, otras fronteras de mayor alcance que las físicas; fronteras sociales sutiles pero de consecuencias ciertamente nocivas. Como las que comienzan, ya están aquí, entre los administrados, los ciudadanos, y los administradores, las élites de todo tipo.
Anteayer se otorgaban los premios anuales de una gran cabecera periodística en Madrid. Allí estaban altos representantes de los gobiernos nacional, autonómico y local; también había representantes del empresariado nacional; todos ellos en un lugar cerrado, algunos con máscara, los más sin ella, posiblemente con una pcr recién hecha, pero dando una imagen terrible de estar por encima de las normas que para todos se promulgan y que a ellos no parecen afectar.
La situación del país dejará una cuenta terrible de personas que se habrán ido antes de la fecha que en condiciones naturales les hubiese correspondido pero, más allá de esas heridas, creo que se está produciendo un alejamiento profundo de la ciudadanía con el sistema político que nos ha traído hasta aquí y que es el caldo nutriente en el que se han desarrollado los políticos, las élites que hoy nos dirigen. Una frontera peligrosa.
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