En 588 lugares distintos del mundo, personas anónimas y generosas han permanecido orando durante cuarenta días frente a los abortorios que, diseminados por toda la geografía, asesinan día y noche a miles de bebés en el vientre de sus madres.

No se trata de personas contratadas para tal fin, como aquellos voluntarios de conocidas ONG’s que te paran por la calle para que te hagas socio. No, las personas que acuden a orar por la vida son dispares: jóvenes, ancianos, maestros, médicos, amas de casa, estudiantes, obreros, parados…todos y cada uno de ellos donan su tiempo para salvar a personas que no conocen: a niños que podrían haber sido algún día útiles a los demás, a madres a las que brindan la oportunidad de amar.

Los voluntarios acuden a diario generosamente sin esperar nada a cambio, oran con humildad y esperan pacientemente cada día el milagro de que alguna de esas madres den media vuelta y acojan con esperanza a la vida que se desarrolla en su seno.

Pero cuarenta días por la vida no se compone de voluntarios presenciales exclusivamente. Miles de almas les acompañan ofreciendo oraciones desde cualquier punto del planeta.
En estos tiempos en los que el egoísmo y la frivolidad imperan, estas personas brillan a través de la bruma opaca que asola el mundo, portan llamas de esperanza en un mundo inseguro; sin sueldo, sin propaganda, ignorados por demasiados sacerdotes y católicos y difamados hasta por la ministra de igualdad, que los catalogó de ultras.

En la novela Tiempo Muerto, un grupo de jóvenes une fuerzas para luchar por la vida de un niño en concreto, del hijo de alguien conocido y querido. Se me ocurrió el título de hermandad de la vida. Para la «hermandad de la vida» de carne y hueso, los voluntarios de 40 días por la vida, todos los niños son considerados parte de ellos, parte de la Creación, sin necesidad de conocer a su madre o padre, se plantan pidiendo clemencia.
Gracias por vuestra generosidad .

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