La vida es más parecida a una montaña rusa, que a un remanso de paz, a una puerta cerrada con sorpresa agradable o no, donde no hay certezas y todo permanece suspendido en el aire de nuestros propios miedos.
¿Quién nos iba a decir hace un año que celebraríamos el Día de la Comunidad Valenciana con mascarilla y guardando la distancia de seguridad? Fue un día raro, los de siempre, defendiendo lo nuestro una año más, solos, casi cada uno por su lado, como somos los valencianos, individualistas.
El rey D. Jaime tuvo su homenaje y exaltación y la Real Senyera su Te Deum, aunque todo deslucido, como huérfano de alegría, con gente en la playa, eso sí lució un sol magnífico quizás para decirnos que siempre sale el sol por muy tristes que estemos.
Pero así son las cosas, nunca sabremos si alguien con intenciones altamente criminales decidió expandir un virus mortal y masacrar a miles de personas en todo el mundo, ocasionando un desplome económico sin precedentes.
En Valencia la pandemia ya ha destruido el 50% del tejido empresarial y lo que queda tendrá que hacer filigranas para mantenerse en pie. Estamos en una economía de guerra donde nuestros ancianos se han llevado la peor parte, muriendo solos, abandonados a su suerte por un gobierno cuando menos miserable.
Todo será este año distinto, nosotros los de antes ya no somos los mismos, golpeados por algo que se escapa totalmente a nuestro control, nos sentimos indefensos, tan solo un pedazo de tela que nos protege de la infección y la muerte y que ni siquiera sabemos sí es útil o no, así estamos.
Pero la historia nos ha enseñado que no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista, que todo esto pasará y volveremos a nuestros quehaceres cotidianos y a nuestra rutina, eso sí, con la mirada en un futuro incierto, demasiado precario, donde habrá que ir jugando al escondite con el miedo y disparando sin balas una ruleta rusa peligrosa y perturbadora.
Vendrán más Fallas, más 9 de octubre y nosotros lo apreciaremos como el niño al que tras un breve castigo, le han devuelto su juguete preferido. Y la bandera que nos representa volverá a lucir hermosa sin inclinarse ante nadie, con ese sol radiante de nuestra tierra, que nos permite sonreír mirando a ese cielo azul, bajo el que latimos como pueblo.
Y volverá la procesión del Corpus y la de la Mare de Déu dels Desamparats, renaceremos tras demasiadas muertes, infinito dolor por aquellos que nos dejaron, porque la vida se abre camino a codazos, exuberante, imparable.
Quizás tengamos que adaptarnos rápido a un mundo en incesante cambio, a una maldad que uno intuye pero que se niega a reconocer y tendremos que hacerlo a golpe de valentía, todos unidos, como aquellos centuriones romanos que formaban juntos y bajo los escudos para protegerse de las flechas enemigas.
Porque si van a venir enemigos casi invisibles que nos golpearán con fuerza, a unos los veremos llegar, otros se infiltrarán y los descubriremos demasiado tarde.
Se avecina un futuro un tanto desolador, donde nosotros solo podremos disfrutar de pequeños retazos de felicidad, de momentos de amor y cariño, de esas pequeñas cosas que en circunstancias normales no apreciamos lo suficiente y seguir peleando con la vida antes de que esa señora implacable venga a buscarnos.
No bajaremos la guardia y continuaremos dando gracias por todos los bienes que hemos recibido. El más maravilloso, la vida.
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