En su loco afán por el poder no tienen límites los líderes del populismo castro-chavista. Al fin y al cabo, desde la época de Lenin recibieron la cartilla de que había que emplear todas las formas de lucha, fueran éstas lícitas o ilícitas.
Por eso en Colombia han apoyado el narcotráfico, impidiendo, con la complicidad de las Cortes, que se destruyan los cultivos, se extradite a los narco-guerrilleros de las Farc, o se les aplique el justo castigo por sus crímenes.
Por eso son defensores a ultranza del humillante acuerdo Santos-Farc, que garantiza impunidad a los criminales de lesa humanidad y pone de rodillas al gobierno frente a una espuria negociación que el pueblo rechazó en el plebiscito.
Por eso mismo, engañan a los ciudadanos con propuestas irracionales que, en vez de generar bienestar a los menos favorecidos, lo que conseguirán es el empobrecimiento general y la bancarrota del país.
Su fórmula de expropiar las empresas y los bienes de “los ricos” para repartir la riqueza entre los pobres puede que sirva para estafar a los incautos, pero no ha generado sino la destrucción de los países que la han puesto en marcha. No pueden mostrar un solo país en el mundo donde el sistema comunista o socialista haya producido prosperidad y desarrollo. En cambio sí hay multitud de ejemplos de lo contrario. No tenemos que ir a las bibliotecas para comprobarlo, limitémonos a mirar lo que ocurre en nuestro vecino Venezuela.
Sin embargo insisten en despotricar de las empresas, anunciar expropiaciones, prometer la renta básica universal sin tener que trabajar, oponerse al crecimiento económico, e ilusionar a un pueblo desinformado con mentiras y falsas expectativas.
Quienes no comulgamos con esa malévola ideología marxista-leninista, estamos convencidos que sí se puede gobernar para los más débiles, sin desbaratar el aparato productivo y sin arrasar con las fuentes de empleo.
Debemos, por el contrario, incentivar la creación de empleo, mediante atractivos tributarios para quienes deseen invertir en Colombia. Rebajas de impuestos a las nuevas empresas, seguridad jurídica para los capitales, eliminación de trabas burocráticas, seguridad física para inversionistas y para sus bienes, infraestructura adecuada en servicios públicos y sistemas de transporte.
Hay que ampliar el mercado para los productos nacionales, rebajando al 7% el IVA para los productos fabricados en Colombia. Dejar de hacer días sin IVA para crear empleo en Taiwan o en Corea.
Pongámonos todos a trabajar, empresarios, trabajadores y gobierno, para convertir a Colombia en el Singapur latinoamericano. Hay que flexibilizar la contratación laboral, formalizar el empleo, amparar toda la población con seguridad social, relocalizar las grandes industrias junto a los puertos para reducir costos de exportación, promover la solidaridad y el trabajo en equipo en vez del odio de clases.
Gobernar para el más débil significa también proteger la vida del nonato que no tiene quién lo defienda; proteger al trabajador (empleado o independiente) que no puede salir a trabajar porque las “protestas sociales“ de la izquierda no se lo permiten; garantizar la seguridad de las campesinos que hoy se encuentran a merced de las Farc, el ELN y sus socios del cartel del Golfo; trabajar por la independencia de miles de indígenas esclavizados por sus tiránicos jefes en alianza con narcotraficantes y guerrilleros.
Una nueva era le espera al país si nos unimos los ciudadanos de bien, los que aborrecemos la corrupción, los que conocemos la alevosía y la trampa que encierran las promesas del narco-socialismo de izquierda.
El rescate de las clases más vulnerables debe ser nuestro propósito en el próximo gobierno. No permitamos que el populismo lo convierta en trampolín para asaltar el poder.
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