Cuando al mes de octubre se le endilga el calificativo de rojo, a la mayoría del personal, especialmente a los de edades medianas, les viene enseguida la imagen de Sean Connery en el papel de capitán de un submarino nuclear soviético que se pasaba al campo del odioso enemigo capitalista; su nombre era Octubre rojo.
Aquí, en Asturias, el nombre trae a colación sucesos más desgraciados que algunos doctrinarios, y sobre todo indocumentados, reivindican casi todos los octubres, para espanto de historiadores y gente con sentido común y una básica cultura histórica, como algo positivo y digno de loa, dejando de lado que el intento de revolución del año 34, en contra de la República, aparte de destruir la ciudad de Oviedo, dejó más de mil muertos y en el aspecto político, habiendo sido orquestada por, entre otros, los dirigentes Largo Caballero y Prieto, dejó sin justificación moral a las izquierdas para condenar la sublevación del 36.
Pero, por más que en nuestra tierra se quiera recordar ese infausto octubre, la fama mundial le corresponde al octubre de 1917, en San Petersburgo, noviembre para los gregorianos. El Zar Nicolás ya había dejado el poder en febrero y era el gobierno provisional de Kerensky el que se suponía que regía el país, a la espera de la toma del mismo por los bolcheviques. La oportunidad llegó con la impopular orden del gobierno de seguir la guerra contra Alemania; Trotski desencadenaría una serie de acciones, mediante grupos de activistas preparados concienzudamente en los meses previos, que bloquearían la ciudad y acabarían tomando el Palacio de invierno con todo el gobierno dentro. El régimen soviético había comenzado.
Pero casi todo es perecedero y también ese octubre, quitando a los estudiosos de los golpes de estado para los que Trotski creó un paradigma, ya solo representa un hito histórico más. Hoy el mundo mira para otro lado, particularmente para el Lejano oriente; allí donde los confucianos herederos de Mao parecen tomar decisiones para convertirse en la próxima superpotencia del mundo aprovechando el ininteligible actual liderazgo de los EEUU.
Den Xiaoping, fue el artífice del moderno imperio chino con su política de liberalización económica que convertiría al país en el fabricante del mundo y aumentaría el nivel de vida medio de los chinos. Después vendrían Jan Zeming y Hu Jintao que harían de la exportación la clave de la economía china. Con Xi Jinping el fabricante chino dio el salto a la fabricación de bienes más elaborados aunque para ello dependía de las importaciones. La Nueva Ruta de la seda es su gran apuesta de futuro, apoyada en inversiones en infraestructuras y créditos por todo el mundo que fomentan una enorme dependencia económica y política en muchos países.
A finales de este octubre, en la reunión anual del Comité Central del Partido comunista chino, Xi Jinping, con más poder que el propio Mao Tse Tung, dará una vuelta de tuerca más con la aprobación de una nueva política económica. China avanzará hacia la autarquía con un nuevo enfoque industrial que busca recortar su dependencia de las importaciones sin perder su capacidad exportadora. Si lo logra será el nuevo hegemón mundial y este puede ser un nuevo Octubre rojo.
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