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Historia

CHILE: San Sebastián de Yumbel. Devoción popular

La devoción que el pueblo chileno profesa a San Sebastián tiene su origen en la religiosidad caballeresca de los fundadores de nuestra tierra.

Procesión en calles de Yumbel (Chile)

Yumbel es una ciudad tradicional que pertenece a la provincia del Biobío de Chile. Sus orígenes se remontan a 1585 cuando el Gobernador de Chile, don Alonso de Sotomayor, brillante estratega de la Guerra de Arauco, erigió un fortín con el título de San Felipe de Austria, en los alrededores de lo que hoy se denomina Cerro Centinela.

Emplazada geográficamente acorde a los principios básicos de fortificación militar y defensiva, propios de la conquista y guerra de Arauco, Yumbel se ubicó entre dos cursos de agua, hoy conocidos como Estero Yumbel y Estero Bermejo. El fuerte de San Felipe de Austria fue destruido por el toqui Pelantaru en la gran sublevación de 1598 y reemplazado con el nombre de Santa Lucía en la primera administración de Alonso de Ribera (1601–1605).

A  principios del Siglo XVII se implementaron los Tercios como reforma al ejército. El historiador, Diego Barros Arana, confirmó al puntualizar que: la plaza de Yumbel está destinada a abrigar el Tercio o división que defendía al valle central”. Este supuesto aclara que el conjunto de edificaciones, destinada al alojamiento de tan importante guarnición, debió constituir una estructura de cierta envergadura. Como queda trágicamente demostrado en 1621, a raíz de un incendio que sufrió el campamento en los tiempos del Gobernador, Cristóbal de la Cerda, quien dejó un sobrecogedor relato del hecho:

“Estando de vuelta en el fuerte de Yumbel, el viernes santo, como a las ocho de la noche, un indio amigo de la reducción de Niculhueme llamado Catillanga, pegó fuego al dicho fuerte de Yumbel, y en menos de media hora se quemaron más de sesenta casas de paja que había, y mil fanegas de comida y mucha ropa de soldados, mi tienda y los toldos, y cuanto en ella tenía, y me escapé, a Dios misericordia”.

En la primera mitad del Siglo XVII se observaron muchas movilizaciones de los altos mandos del fuerte, lo que llevó a una serie de traslados y repoblaciones del Tercio (seis entre 1637 y 1668). Estos movimientos de plaza provocaron una profunda confusión en la huella documental ya que se perdieron los archivos de sus ordenanzas. Debido a esto, las palabras de Quiroga aseveran: “Muda el nombre siempre que se muda de un terreno a otro.” Es así como en 1637 se instauró este proceder por don Francisco Laso de la Vega quien decidió llevar el Tercio de San Felipe de Austria a la plaza de Angol. Debido a varios imprevistos, el Tercio estuvo en ese emplazamiento sólo tres años, más que nada por la deficiente calidad del terreno para el sembrado.

El gobierno entrante de don Francisco López de Zúñiga, Marqués de Baides, refundó el Tercio en su sitio original. El segundo desplazamiento del poderoso destacamento yumbelino ocurrió en 1648, cuando don Martín de Mujica ordenó instalarlo en el Fuerte de Nacimiento como hogar provisorio del regimiento. Quince años estuvo la guarnición en aquel punto, hasta que don Ángel de Peredo, en 1663, lo reinstaló en su tradicional posición bautizándolo Nuestra Señora de Almudena. Dado lo llano del terreno, se hizo más débil la defensa por lo que facilitó incursiones de los indios hacia el norte. De tal manera, los hacendados fueron víctimas de múltiples robos y atracos.

En 1667, durante el gobierno de Francisco de Meneses, se originó la tercera mudanza, hecho que no consideró la fuerte oposición tanto de civiles como de militares. El historiador, Barros Arana, mencionó el cambio posicional, señalando que en mérito a los progresos que se había alcanzado en la guerra, Meneses decidió adelantar esta importante guarnición a Tolpán:

“A orillas del río de este nombre más conocido en nuestro tiempo como Renaico. Allí en el punto de reunión de ese río con el Vergara mandó a echar los cimientos de una plaza militar que debía servir de campamento al Tercio encargado de resguardar la frontera por el valle central. Recibió el nombre de San Carlos de Austria, en honor al príncipe que acababa de ser proclamado rey en España”.

Ante las dificultades, tanto topográficas como de defensa, y la creciente hostilidad de los indígenas, se optó al año siguiente, bajo gobierno de don Diego Dávila, Marqués de Navamorquende, retirar el Tercio a San Carlos de Yumbel. Esta fue la última de las remociones. El fuerte se caracterizó por desempeñar un rol de distribución de provisiones para gran parte de los establecimientos militares en la región fronteriza. También tuvo una importante labor logística, que adentrándose al Siglo XVIII comenzó a declinar. En efecto, en 1739, el Gobernador, don José Manso de Velasco, decretó la fundación primero del fuerte y luego de la Villa de Santa María de Los Ángeles. Con ello, el Cuartel General de la frontera se trasladó a dicha Plaza, relegando a un plano secundario al activo fuerte de Yumbel.

La devoción que el pueblo chileno profesa a San Sebastián tiene su origen en la religiosidad caballeresca de los fundadores de nuestra tierra. Militares, hijos de la católica España, eran eminentemente cristianos y piadosos, agitados por el espíritu de fe. Emprendieron la conquista de estas tierras chilenas con el ánimo de dominarlas, de alcanzar para sí mismos una recompensa material de sus esfuerzos y, a su vez, con la santa ambición de evangelizar. Uno de los medios más empleados en el pueblo cristiano para alcanzar de Dios su protección, es la veneración o invocación mediante el culto a los santos. Los militares españoles tenían especial devoción a la Santísima Virgen María, al Patriarca San José, al Apóstol Santiago, patrono de la nación ibérica y a San Sebastián.

Las simpatías de los conquistadores por el santo asaetado tienen una fácil explicación. Los soldados podían decir con propiedad; San Sebastián es uno de los nuestros. Fue un hombre de armas, ganó el grado de capitán peleando como nosotros en campañas de conquista contra los bárbaros, obtuvo distinciones honoríficas, mereció ser parte de la guardia de honor del Emperador y, por sobre todo, tuvo la gracia de combatir por la fe cristiana y entregar su sangre en sacrificio.

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De tal manera, los conquistadores españoles incorporaron a San Sebastián como uno de sus más fieles protectores espirituales en tierras chilenas. Tanto así que el Mariscal de Campo, Martín Ruiz de Gamboa, al fundar la ciudad de San Bartolomé de Chillán, en 1580, instaló en su Iglesia principal una estatua sagrada traída, presumiblemente, desde España. Esta es la misma imagen que hoy se venera en Yumbel. Así lo asegura el notable historiador, Padre Miguel de Olivares, en su “Historia Civil y Religiosa de Chile”.

¿Cómo quedó la reliquia en Yumbel? La estatuilla permaneció durante 75 años en la apacible ciudad de Chillán, hasta que en 1655 se debió esconder tras la sublevación indígena, que la providencia destinó a Yumbel como hogar de su fiel custodia. ¿Qué pasó con la estatuilla de San Sebastián entre 1655, fecha de su salida de Chillán, y 1663, año de su instalación definitiva en Yumbel? He aquí lo que dice el Padre Miguel de Olivares.

“En 1655 hubo en Chile una sublevación general de los araucanos, encabezada por el Toqui o jefe militar Butapichón cacique principal de Tomeco—. Después de haber destruido varias ciudades al sur del Biobío, los araucanos atacaron en gran número a la ciudad de Chillán; sus habitantes, aunque en escasa cantidad, se defendieron con gran valor, invocando a sus patronos, el Apóstol Santiago y San Sebastián. Los indios tuvieron que retirarse, pero al cabo de algunos meses se supo que volvían en mayor número para atacar la plaza. Los espoles creyeron más prudente abandonar la ciudad y se retiraron, unos a Maule o Yerbas Buenas y otros a Concepción de Penco. Algunos de estos últimos trajeron a la grupa de sus caballos la venerada imagen del San Sebastn, para no dejarla expuesta a las profanaciones de los  indios y, necesitando marchar más ligero para huir de los enemigos, la escondieron en las cercanías de la plaza fuerte de Yumbel en un tremedal.”

Según el historiador virreinal penquista, don Pedro de Córdoba y Figueroa, que escribió en 1734, la estatuilla estuvo en Chillán hasta 1655, año del abandono de la ciudad por sus habitantes y de su destrucción e incendio por los indígenas sublevados:

“Fue tal la confusión o la imposibilidad de los fugitivos chillanejos que dejaron oculta una imagen de San Sebastn, que hoy se venera en la plaza de Yumbel—, en un tremedal pajizo”.

Se tiene fundadas razones para suponer que el lugar pantanoso donde se ocultó la sagrada estatuilla fue al oriente del Fuerte Centinela, sitio en que se levantaría el primer templo parroquial. Cuenta la tradición popular que, transcurridos ocho años de aquellos dramáticos sucesos, un anónimo vecino encontró la valiosa reliquia. Así mismo, otra versión dice que fueron los militares españoles que reconstruyeron el Fuerte de Yumbel quienes la desenterraron.

Se registra que el 20 de enero de 1663 sucedió la primera misa en la capilla misionera del fuerte San Felipe de Austria, hoy Centinela. Donde sí coinciden las versiones es sobre la famosa disputa o controversia que enfrentó a los vecinos cristianos de Chillán y Yumbel por la custodia de la estatuilla. Los primeros sostenían que pertenecía a ellos por haberse entronizado en Chillán, los segundos expusieron el derecho de hallazgo ante una reliquia perdida y abandonada. La causa fue llevada ante los altos tribunales eclesiásticos, los que fallaron a favor de Chillán. Sin embargo, cuenta la tradición, que fue el propio San Sebastián el que determinó la sentencia definitiva. Al momento de dar cumplimiento a la sentencia ocurrió un hecho extraordinario, interpretado como el primer milagro del santo en su nueva tierra de adopción. Dice la historia que cuando se quiso conducir la liviana estatuilla al norte, los chillanejos ni con una yunta de bueyes pudieron moverla; sin embargo, los asombrados habitantes de Yumbel la movían con misteriosa liviandad. El autor, Oreste Plath, menciona que un niño la transportó fácilmente hacia el altar de la Iglesia de Yumbel. En vista de este prodigio, el juez eclesiástico la adjudicó a Yumbel.

Puede leer:  1978. Audiencia de Juan Carlos de Borbón a Carlos Hugo.

En 1766, el Gobernador don Antonio de Guill y Gonzaga elevó a Yumbel a la categoría de Villa y le dio como patrono a San Sebastián. Con el decreto del Gobernador quedaron los habitantes oficialmente ubicados bajo la protección del glorioso mártir. Al año siguiente, 1767, el Obispo diocesano, don Pedro Ángel de Espiñeira, construyó la parroquia de Yumbel, pasando a ser párroco capellán militar en el Tercio que guarnecía el fuerte y defendía la pequeña población que se iba formando. La Iglesia, bajo el título de San Carlos Borromeo, se ubicó en el alto de la ciudad, o pueblo antiguo, y allí permaneció hasta el 20 de febrero de 1835, año en que el gran terremoto la destruyó, salvándose intacta la estatuilla. La Iglesia perdió su nombre de título litúrgico y se la renombró “Santuario de San Sebastián”.

En los inicios del Siglo XIX, Yumbel no quedó fuera de las problemáticas ocasionadas por la secesión del reino promocionada mayoritariamente por la oligarquía santiaguina. Ahora, sin duda, los capítulos más escabrosos ocurridos en tierras yumbelinas sucedieron en el contexto de lo que se denominó la Guerra a Muerte (1818–1832). En este periodo de tiempo surgió en la zona una feroz resistencia a la república por caudillos locales como los hermanos Seguel o el famoso sacerdote criollo Juan Antonio Ferrebú, de la Villa de Rere, quien tomó las armas junto a indígenas y vecinos luchando por la monarquía católica. Los enfrentamientos más crueles, protagonizados por vecinos yumbelinos, ocurrieron en septiembre de 1820. Las fuerzas de milicianos realistas comandados por Vicente Benavides, Vicente Antonio Bocardo y Juan Manuel Picó, con apoyo de los caciques Mañil Bueno y Catrileo, propiciaron sendas derrotas al ejército del nuevo país. Como hechos sin parangón, en los combates de Pangal y Tarpellanca, el oficial irlandés Carlos O’Carroll y el Mariscal de Campo Pedro del Alcázar fueron ajusticiados por las tropas monárquicas dejando en alto los estandartes del rey y la cristiandad.

El 20 de enero de 1835, Yumbel sufrió un terremoto de gran magnitud el cual destruyó parte del fuerte de la ciudad. La Iglesia y el pueblo fueron trasladados a su ubicación actual, construyéndose primeramente una iglesia provisional y después un hermoso templo de tres naves, que nació de la iniciativa de Monseñor Hipólito de Salas, Obispo de Concepción. Salas decretó, en marzo de 1854, la reconstrucción del templo de Yumbel, recibiendo la venia del intendente de la provincia, Rafael Sotomayor. Además, el Obispo fundó en 1879 un Colegio Seminario, con el fin de crear un foco de cultura cristiana para la juventud de Yumbel y proveer de sacerdotes a la iglesia chilena. El templo se terminó de construir en 1859.

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A principios del Siglo XX, la festividad en el santuario de San Sebastián de Yumbel se realizaba con ceremonias y festividades religiosas. Esto relata el Padre Olave:

“Comienza con una novena de preparación que atrae noche a noche gran concurrencia de gente, la música y los cantos son de los más escogidos y en todo conforme a las leyes eclesiásticas. En los últimos días de la novena comienza la concurrencia forastera. Oportunamente, llegan al pueblo muchos sacerdotes que ayudan a los misioneros en las confesiones de los miles de devotos que vienen al Santuario a cumplir una manda de confesarse y comulgar en honor del “Santito”, como piadosa y cariñosamente llaman a San Sebastián. El día 20 desde antes que amanezca ya están los confesionarios atendidos por los confesores, y desde esa hora comienzan las misas, en varias de las cuales se administra la sagrada comunión a las personas que han pernoctado en la ciudad y particularmente en la Casa de Peregrinos. Esa labor sigue durante toda la mañana, especialmente por la atención de los miles de pasajeros que llegan por los trenes del norte y sur a visitar el Santuario. Alrededor de las 10 de la mañana comienzan los oficios pontificales, donde el panegírico del Santo constituyó un número obligado en la pontificación. Las familias del pueblo se disputan el honor de adornar las andas en que sale la imagen del Santo y también cargarlas durante la carrera de la procesión. Al entrar la imagen en la iglesia comienza la función de despedida. Se reza el santo rosario, algunas oraciones apropiadas a las circunstancias, y sube después al púlpito uno de los predicadores de la santa misión. El obispo diocesano hizo después la exposición del Santísimo: se rezaron algunas devotas oraciones, después de las cuales dio el Prelado la bendición con la Divina Majestad. Era ya avanzada la tarde y en pocos momentos quedó la iglesia vacía y la mayor parte de los asistentes salió del pueblo, en dirección a sus pueblos o a sus casas de los campos circunvecinos.”

El padre Osvaldo Walker investigó fuentes directas de la época, y aportó novedosos detalles sobre la marcha de los trabajos:

“En 1868 se indica que aún no está concluida la fábrica del templo, y en 1872 un tal Joaquín Acuña, diecisiete años después, solicita un nuevo empréstito para avanzar en las terminaciones. Ya en 1870 se había encargado a Europa la compra de alhajas y paramentos, incluyendo cálices y ornamentos, los cuales se reciben en 1873 en seis cajones”.

El 20 de enero de 1886 se consignó que llegaron 20.000 peregrinos a visitar al santo. Otra fuente revela que en 1899, el Obispo, Plácido Labarca, obtuvo de León III una reliquia del santo sacada de la misma tumba, la cual consiste en un pequeño hueso del mártir que hoy se venera en el Santuario. Inaugurado el Siglo XX, la Iglesia habilitó las primeras acomodaciones para acoger a gran cantidad de devotos, así fue como se construyó una hospedería y un comedor del peregrino con caballerizas.

El templo actual ha soportado varios terremotos, como los de 1939 y 1960, donde sufrió una parcial destrucción tras el derrumbe de su campanario. En cada ocasión, el Santuario ha sido reconstruido o reparado, por lo que sus estructuras arquitectónicas originales se han alterado.

El terremoto del 27 de febrero del 2010 provocó graves daños estructurales en el Santuario. El diario La Tribuna mencionó:

“El Consejo Nacional de la Cultura y las Artes entregó más de $130 millones a la Región del Biobío para la reconstrucción y restauración de edificios patrimoniales dañados por el terremoto. La Fontana de Tritones de la Plaza de Armas de Tomé, el Museo Pedro del Río Zañartu y el Templo Santuario de San Sebastián de Yumbel podrán ser reconstruidas y/o restauradas. Para la reconstrucción del Santuario de Yumbel se destinaron 85 millones de pesos.

En los días de festividad, los peregrinos viven a plenitud su religiosidad y dan agradecimientos al santo mártir cumpliendo sus promesas de visitarle. Desde antaño, frente a desesperaciones importantes, el pueblo hace “mandas”, especialmente a los santos. La “manda” es un compromiso de parte del devoto al Santo que solicita algún beneficio (salud, buena suerte, trabajo, etc.). Tradicionalmente, en Yumbel se caminaba descalzo desde la estación de trenes al santuario, incluso con hijos en los brazos, como también desde otros pueblos aledaños. Del  mismo modo, para resaltar su compromiso, las devotas utilizan de forma simbólica vestidos con los colores del santo (rojo y amarillo).

Como se ha expresado, esta fiesta religiosa tiene una significativa repercusión en la vida de la ciudad actual, siendo una fuente importante en el dinamismo, tanto religioso, social y económico de Yumbel. De tal forma, San Sebastián permanece proyectando y protegiendo a Yumbel y a sus fieles que le visitan de todo Chile.

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Historiador revisionista de Chile.

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