Este feminismo se puede comparar con un témpano de hielo que trata de hundir la barca de Pedro. La parte de arriba, que representa las exigencias de las mujeres con respecto al ministerio sacerdotal, es visible y evitable. Parece haber sido evitada. La verdadera amenaza proviene de la parte más grande del témpano, que está sumergida y que representa la filosofía de este feminismo religioso. Ésta conlleva un grave peligro para las almas, por lo que debemos hacernos conscientes de él para evitarlo. De acuerdo con feministas católicas como Rosemay Ruether ( quien firmó en 1984 un anuncio a favor del aborto en el New York Times) y Eleanor McLaughlin, este movimiento comenzó en el siglo pasado. En su libro «Women of Spirit» (Mujeres de Espíritu), afirman que el ideal «ya sea masculino o femenino» del Nuevo Testamento, dejó de ser visto por las feministas del siglo XIX como algo más allá de la naturaleza (esto es, refiriéndose a la unidad espiritual de aquellos que viven en la fé, como enseña la Iglesia); y «se ha convertido en un ideal de reforma social«. El liberalismo decimonónico consideraba al paraíso como «la meta de…la evolución y la mejora de las injustas condiciones sociales» y lo ubicaba en este planeta, no en el Cielo. Fue la teología liberal del XIX la que «trasladó el concepto de igualdad espiritual del Cristianismo, a una demanda a favor de la reforma institucional que incluyera….la ordenación de mujeres al sacerdocio«.
Así es como hoy escuchamos que la Iglesia debe moverse hacia adelante, hacia una «Nueva Humanidad», o «hacia la nueva visión de la comunidad cristiana. Pero ¿dónde dijo Cristo que su religión llevaría a una utopía terrenal?. A mayor abundamiento, la Iglesia enseña que la Revelación ocurrió una sola vez, y que el Cristianismo no es un proceso de evolución o descubrimiento de nuevas verdades. Cuando rehusaron ordenarlas al sacerdocio, las feministas religiosas de nuestros días se enojaron tanto que comenzaron a lanzar epítetos. A la Iglesia la llamaron «patriarcal», tal vez reflejando la idea de Ruether que dice que la jerarquía consiste en «ancianos y célibes italianos» que no pueden entender los asuntos de las mujeres. También llamaron a la Iglesia «sexista», otro improperio feminista. Ya en 1979, dos religiosas feministas muy influyentes: Carol Christ y Judith Plaskow, en su libro «Womenspirit Rising» (Surgimiento del espíritu femenino) , declararon que «el patriarcado es un monstruo de muchas cabezas y por tanto debe ser atacado con todas las estrategias a nuestro alcance». Con esta declaración de guerra, el susodicho feminismo espiritual se autoproclamó enemigue de la Iglesia Católica y de cualquier religón cristiana o judía que no admita a las mujeres a posiciones de poder.
La primera línea de ataque fué declarar que las mujeres estaban siendo oprimidas por la Iglesia. Necesitaban ser «liberadas» del patriarcado y así la teología feminista surgió como una sobrina de la teología de la liberación, que incluía el llamado marxista a la Revolución para alcanzar la reforma social en la Iglesia. Esta liberación incluye no sólo el alcanzar poder dentro de la Iglesia, sino una liberación total en los asuntos de moral, y un control autónomo sobre el propio cuerpo, con respecto a la anticoncepción, el aborto, el lesbianismo y demás. Otra líder de este movimiento, Elisabeth Schüssler Fiorenza, en su libro «In Memory of Her» (En memoria de ella, libro ya traducido), afirmó que «en el corazón de la búsqueda feminista espiritual está la búsqueda del poder, la libertad y la independencia para la mujer«.
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