En pleno período de la Guerra Fría, Plinio Correa de Oliveira recordaba, en uno de sus artículos de prensa, el principio del gran teórico de la guerra teutónica, Clausewitz. De acuerdo a este general prusiano, la victoria sobre un pueblo no consiste tanto en destruirlo físicamente, sino en quitarle la voluntad de perseverar en la lucha.
Ha pasado mucho tiempo desde que Clausewitz, quien vivió en el período post Revolución Francesa, escribiera su tratado sobre la guerra; sin embargo, sus máximas guardan plena actualidad. Las batallas pueden también hoy ser ganadas sin disparar un solo tiro, basta que el adversario pierda la voluntad de resistir.
El principio del estratega bélico nos viene a la memoria cuando consideramos la situación psicológica por la cual pasa en estos momentos la institución que tiene el monopolio de la fuerza nacional para efectos de la seguridad del País y de sus habitantes: Carabineros de Chile.
Obviamente que el actual enfrentamiento entre los grupos anarquistas e incendiarios y los carabineros, no se limita a quienes tiran las bombas molotov y quienes intentan reponer la tranquilidad pública. Existe por detrás de cada uno de esos contingentes, un apoyo psicológico que los anima a unos o a otros.
En el caso de los anarquistas, el respaldo lo encuentran a diario en los partidos políticos, aquellos que la semana pasada rechazaron el proyecto de renunciar al uso de la violencia como método de acción política.
Lo encuentran también en todos los “compañeros de ruta” que legitiman sus fechorías y, de modo más remoto, lo encuentran también en la gran masa de chilenos que se mantiene indiferente delante de las quemas y atentados a la propiedad, (siempre y cuando, obviamente, no sea la propia).
¿Y los carabineros?
Ellos deberían encontrar el respaldo, en primer lugar, en su propia oficialidad. Un funcionario policial que sale a la calle y que no está enteramente seguro de contar -en cualquier eventualidad- con el sostén de sus superiores, está previamente debilitado, cuando no derrotado.
Sin embargo, no le basta saber que cuenta con el aval de sus comandantes. El carabinero necesita también estar convencido de que representa al Estado y que en cuanto tal sus acciones son, dentro del orden legal, buenas, justas y necesarias.
Por último, es indispensable que el funcionario policial esté persuadido de que la acción de los violentistas es intrínsecamente ilegítima, sea cual sea el pretexto, pues el monopolio de la fuerza le corresponde a ese organismo, en cuanto representante del Estado.
Si se reúnen esas condiciones, poco le importará al carabinero ser herido o, incluso, morir en acción. Él sale orgulloso, seguro y gallardo porque sabe que representa una de las funciones más nobles de la sociedad, cual es la de proteger el orden público.
Ejemplo característico de ello, lo encontramos en las declaraciones de la viuda del carabinero recientemente asesinado en Metrenco, el Cabo Segundo Eugenio Naín Caniumil: «Siempre me decía ‘Amor voy a trabajar pero no sé si voy a volver’ y justo ese día pasó, no tenía ni una hora trabajando. Ni una hora y le hicieron un atentado».
Pero, ¿qué ocurrirá cuando los compañeros del Cabo mártir pierdan esa seguridad psicológica? ¿Cuando no sientan el respaldo de sus dirigentes institucionales, ni de las autoridades gubernamentales, ni de la población civil en general?
Ellos perderán la voluntad de resistir. Y, cuando Carabineros pierdan la voluntad de resistir, entonces la sociedad quedará, cada día más, a merced de los delincuentes.
Es lo que explica las declaraciones del Suboficial de la 2a Comisaría de Talcahuano que dejó la institución la semana pasada en consecuencia de la resolución judicial contra un carabinero que actuó en defensa propia en el Sename: “Me voy porque el día viernes (pasado) fue la gota que rebasó el vaso. Se dejó en prisión preventiva a uno de los nuestros, que entregaba todo (…) Me voy porque nos han pisoteado. Nos quietaron el derecho de defendernos, en donde el uso de las armas solo es para proteger a los delincuentes, no para el carabinero».
Estas declaraciones constituyen un ejemplo perfecto de lo que afirmaba Clausewitz: para ganar una guerra, basta con que el adversario pierda la voluntad de resistir.
¿Cuánto queda para que se cumpla este principio en Chile?
No lo sabemos, pero sí vemos con mucha preocupación que estamos en un proceso que nos conducirá fatalmente a este desenlace, a menos que se produzca una enorme, una multitudinaria reacción del País.
Si Ud. me preguntase qué hacer para evitar que lleguemos hasta allá, le respondo que invirtiendo de inmediato el camino. O sea, rechazando en todas las ocasiones el ejercicio de la violencia y de sus compañeros de “ruta”, elogiando en toda las ocasiones que corresponda, la acción heroica de los Carabineros de Chile, y reprobando las actitudes vacilantes, tibias e indecisas de algunas autoridades que parecen querer ser neutrales en el conflicto que amenaza incendiar al País.
Juan Antonio Montes Varas – Credo; pasado, presente y futuro de Chile
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