Como decía Jean Francois Revel, «La primera de las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira» Ésta es la razón por la cual las élites satánicas que dirigen el mundo utilizan las mentiras como estrategia principal para sus campañas globalistas de ingeniería social.
Las mentiras tienen como principal objetivo elaborar una realidad virtual, un mundo paralelo construido a la medida de los dictadores globalistas, que con sus cortinas de humo y sus trampantojos fabrican un mundo paralelo donde los rebaños humanos son cruelmente lobotomizados.
La piedra angular de estos mundos falsificados es el miedo, ya que basta con que los gerifaltes luciferinos azucen a las masas con el ancestral grito de «¡que viene el lobo!» para que los corderitos en flor lloriqueen lastimosamente suplicando por protección, entregando sus derechos y su dignidad humana a cambio de una supuesta seguridad que les concederán filantrópicamente la mafia globalista.
¿Por qué sucede este fenómeno? Pues por la sencilla razón de que la única manera para que los conejitos pussycat no se enteren de nada y no vean la realidad que tienen palmariamente ante sus ojos es la de bloquearles su capacidad de pensar, anularles el intelecto, extirparles el raciocinio que les hace seres humanos. Acogotados por el miedo, aterrorizados por el espanto creado por sus malignos medios de información, los borregos son incapaces de analizar con el más mínimo sentido crítico los hechos incontestables en que están envueltos, en un extraño fenómeno que roza lo MK-ULTRA.
Es así como las masas adocenadas no pueden jamás excusarse con el argumento de que no pueden ver la realidad como es debido a que no tienen suficientes conocimientos técnicos o científicos para analizar sus entresijos, escudándose en que no son expertos, ya que basta usar el simple sentido común para que los gigantescos Himalayas de mentiras se deshagan como un castillo de naipes.
Un ejemplo perfecto de este fenómeno consiste en una reflexión simple sobre la gran tragedia de las mascarillas, reflexión que nos descubrirá todo un Himalaya de verdades sobre su verdadera naturaleza, y sobre lo que se proponen quienes la imponen obligatoriamente.
En efecto, ¿hace falta ser realmente un experto en medicina, en virología, en epidemiologia, o lo que sea, para darse cuenta de que una de sus consecuencias más letales es que provocan déficit de oxígeno, lo que se suele llamar en términos médicos «hipoxia»?
Los médicos no lo han dicho ni lo dirán, porque decir esta verdad les privaría de sus oropeles y de sus lentejas, pero es un hecho evidente que los bozales producen asfixia, porque basta con ponerse uno para experimentar esa alarmante carencia de aire.
Si seguimos empleando el afilado bisturí del sentido común, podemos llegar a otros elementales descubrimientos. Por ejemplo, si nos preguntamos qué órgano del cuerpo humano es el que más exige el consumo de oxígeno para realizar sus funciones, no tardaremos en responder que es nuestro cerebro, el cual, además de ser el más importante de nuestra vida fisiológica, es el que más oxigeno consume, por tener un metabolismo superior al de otros órganos.
Si nos seguimos haciendo interrogantes en esta trama argumental, no tardaremos en descubrir un fenómeno absolutamente trágico que le sucede a nuestro cerebro cuando le falta su ración correcta de oxigeno: la muerte de las neuronas cerebrales. En efecto, todas las células de nuestro cuerpo tienen capacidad para reproducirse, con lo cual las que van muriendo van siendo remplazadas por otras nuevas que las sustituyen. De este modo, se calcula que al cabo de siete años todas nuestras células se han renovado ya… excepto las de nuestro cerebro.
¿Por qué sucede este extraño fenómeno? Pues no hay tampoco que ser un experto en neurocirugía para comprender que nuestras neuronas no pueden ser remplazadas por otras nuevas porque, de ser así, se perdería la información vital que está grabada en ellas, en forma de recuerdos, de pensamientos, de imágenes, etc., por lo que si perdiéramos nuestras neuronas, perderíamos unos códigos, unos patrones, unas directrices que nos son absolutamente indispensables para ser plenamente humanos.
A consecuencia de este prodigio de la naturaleza, desde el mismo momento de nacer ya contamos con todas las neuronas que vamos a tener en nuestra vida, sin que sea posible añadir ninguna más. En el transcurso de nuestra existencia, estas neuronas se van deteriorando, oscureciendo, y finamente muriendo, con lo cual al cabo de los años todos sufrimos un deterioro cerebral que suele desembocar en demencia senil o en alzheimer.
De este modo, las maléficas mascarillas, que mucha gente usa durante muchas horas al día, por razones de trabajo, por miedo a la multa, o por miedo a la muerte, van asesinando trágicamente nuestro cerebro, por lo cual convendría usarlas lo menos posible, y mucho menos en lugares y momentos donde solo se usan por la imbecilidad cósmica de quien se las pone: interior de vehículos, lugares poco transitados, espacios naturales, práctica de deportes, etc.
El drama de estas mascarillas asesinas es muy superior en los niños y adolescentes, ya que su cerebro necesita más oxigeno que el de los adultos por su mayor metabolismo, y porque en esas etapas es justamente cuando los aprendizajes graban las informaciones en su cerebro, codificándolas en sus neuronas. Obligar a llevar mascarilla a estas edades es un crimen de lesa humanidad, un salvaje atentado a los derechos de la infancia, y un delito criminal del que deberán responder las instancias médicas, las autoridades educativas, y los padres que están consintiendo este atentado contra la salud de sus hijos, atentado del que deberán responder todos el día de mañana. Este hecho se agrava si se tiene en cuenta que la pandemia no afecta a los niños ni adolescentes, que jamás pueden transmitir nada porque no tienen ningún síntoma, ya que son invulnerables a este supuesto coronavirus.
Así que, borreguitos pussycats, ya sabíais todas estas cosas en vuestro fuero interno, y el que esto escribe no ha hecho sino recordároslas, poniendo ante vuestro discernimiento que en pocos años ―si seguís con el uso compulsivo y gilipollesco de las mascarillas asesinas―, además de tener una variada gama de enfermedades respiratorias y otras patologías, empezaréis a padecer los signos de un evidente deterioro cerebral, que os llevará irremediablemente a una demencia senil precoz y ―ojo al dato― a un Alzheimer que os esperará con su horror subhumano. Estáis advertidos.
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