La distopía en la que nos encontramos es más que evidente. Solamente las personas cuya capacidad de captación de la realidad está totalmente mediatizada mediante un constructo ideológico guiado por el fanatismo o por moldes cognitivos perfectamente instalados en sus mentes alienadas son incapaces de ver lo que está al alcance de su vista.
Los procesos mentales pueden ser perfectamente articulados y desprovistos de individualidad mediante la propaganda, el adoctrinamiento o la desinformación sistematizada. El uso del lenguaje, deformando los conceptos, o simplemente cambiando los códigos de comunicación cultural, es ya un clásico en la modificación de la cosmovisión de las gentes, con una programación mental perfectamente controlada. Nunca más que ahora en tiempos de la llamada “Era del conocimiento” ha sido destrozado el mismo en el sistema educativo, en los programas de la radio y televisión institucionales y en los sistemas de información al uso; o en las redes telemáticas perfectamente controladas por los medios que las poseen para sus fines, dirigidos desde las élites económicas internacionales.
La configuración de las masas es otro clásico. Por medio de ésta los individuos pierden su personalidad para sumirse en la corriente amorfa, siendo orientados en sus preferencias, modas, formas de pensar, deconstrucción religiosa, hábitos de consumo, y formas de enfrentarse a la vida, en un esclavismo que pasa desapercibido pues es revestido tras fórmulas hedonistas que producen una profunda insatisfacción y desasosiego. Nos ocultan las tasas de suicidio, pero es evidente que los síndromes psíquicos crecen de forma directamente proporcional a la destrucción de aquellos valores que han caracterizado tradicionalmente a nuestras sociedades occidentales, de inspiración cristiana. Los índices, por ejemplo, de agresividad de los actuales adolescentes hacia sus progenitores, constatados en los informes de la fiscalía y otras fuentes de recopilación de estos datos, tras pasar por las comisarías, son alarmantes. Y todo el mundo da la espalda a ese fenómeno, sin un mínimo examen y análisis.
Hace más de un siglo el psicólogo social Gustave Le Bon afirmaba en su Psicología de las masas que “En las asambleas parlamentarias encontramos las características generales de las masas: simplismo de las ideas, irritabilidad, sugestibilidad, exageración de los sentimientos, influencia preponderante de los líderes”. Nadie diría que estas palabras fueran escritas hace ciento treinta años. Son perfectamente aplicadas al momento presente.
Y es que la masa, y sigo con Le Bon, “[…] dota a los individuos de una especie de alma colectiva. Esta alma les hace sentir, pensar y actuar de un modo completamente distinto de como lo haría cada uno de ellos por separados. […] En una masa, todo sentimiento, todo acto, es contagioso, hasta el punto de que el individuo sacrifica muy fácilmente su interés personal al colectivo. Se trata de una aptitud contraria a su naturaleza y que el hombre tan sólo es capaz de asumir cuando forma parte de una masa.”
Es evidente que nuestros bisabuelos, si volvieran a este mundo terrenal actual no se reconocerían ni en la cultura antropológica imperante, ni en los valores predominantes; ni en el respeto interpersonal ausente por lo general, ni en las formas de nuestra existencia, carentes de toda visión de la transcendencia vital. Es obvio que ha habido una transformación.
Algo muy malo está ocurriendo en nuestras sociedades, advenido por una ingeniería perfectamente articulada para desestructurarlas, desarmar su entramado cognitivo heredado y su formación humanística, mediante la instalación en las aulas de nuevas fórmulas construidas mediante fuertes ingredientes ideológicos, de adoctrinamiento cuyo objetivo es modificar la cognición y la captación de la realidad de los fenómenos naturales de la ontogenia hispana, intrínseca a la fenomenología humana y al legado histórico y cultural. Y eso está perfectamente programado.
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Aquella Leyenda Negra que denigró a la Hispanidad ha destruido la misma como cuerpo perfectamente engranado y conviviente entre las partes que la constituían. La Hispanidad fue uno de los hitos más importantes en el desarrollo de la humanidad porque respondía a una génesis civilizatoria y a comportamientos heroicos que podrían haber sido referenciales si no se hubiera hecho un corte en la narrativa para que las nuevas generaciones no conocieran la realidad de lo que fue la hispanidad. Se han ocultado libros, autores que no encuentran editores, canales de comunicación que no transmiten, por pautas perfectamente orquestadas desde los poderes ocultos, lo que supuso para la humanidad, y, más en concreto, para la civilización occidental esa obra magna de la hispanidad. Y la importancia que tuvo para la actual existencia de todo el Continente americano y Europa. Hoy pocos alardean de ser hispanos, con orgullo legítimo. Es como una losa, como si hubiera un estigma aceptado y reconocido por una estupidez implantada en la percepción de lo que somos, de nuestra esencia existencial.
Mis dos libros, recientemente publicados, Nueva Defensa de la Hispanidad y La Hispanidad Descompuesta son un alegato a la importancia de la Hispanidad en el mundo. Ambos acusan a los que desde dentro de nuestra familia hispana han sido colaboradores necesarios de la desvertebración y desestructuración de los lazos que nos unían a unas tradiciones comunes, a una cosmovisión humanizadora, a unas formas de vida nacidas del mensaje evangélico y de una lengua y cultura común, a un espacio imperial generador nacido del testamento de Isabel La Católica. Y más en concreto se señala a las logias sionistas donde se ha ido tramando esa maniobra desestabilizadora que tanto daño ha hecho a aquel universo cultural donde se produjo el mayor mestizaje conocido en la historia de los pueblos bajo un enfoque común de la existencia humana. Se reivindica, de hecho, volver a unir esos espacios y recuperar la vitalidad que ha enriquecido a todo el espectro hispano en una orientación común, desde el respeto a la idiosincrasia de las partes, pero en un mutuo apoyo estratégico y sinérgico, para llegar a frutos perennes y un destino colectivo labrado desde el bien común y el interés general, frente a los enemigos que han acechado para descomponernos.
Unidos somos fuertes. Fragmentados nos convertimos en pasto de los depredadores que sobrevuelan sobre lo que pueden ser nuestros cadáveres para devorarlos en esta distopía que apunta de manera amenazante. Sin conciencia de los riesgos y sin despertar, los españoles y el conjunto del mundo hispano será colonizado. Pero esta vez no lo va a ser por almas bondadosas sino por exterminadores de nuestro bienestar, en un horizonte donde las naciones no podrán determinar el sentido de sus existencias y donde los ciudadanos dejarán de serlo puesto que no podremos pergeñar ese destino colectivo.
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