En el nuevo “acuerdo” del mundo político para establecer los llamados “cupos reservados para pueblos originarios” todo es incomprensible.
Absurdo genético
En primer lugar la existencia de tales “pueblos”. Cuando se habla de colectividades originarios se entiende que ellas deberían ser constituidas por conjuntos de familias o tribus que se han mantenido completamente independientes, tanto del punto de vista sanguíneo como cultural, del resto de la sociedad chilena.
Ahora bien, desde el 12 de febrero de 1510, año de la Fundación de Santiago, hasta la fecha, han pasado cinco siglos y diez años, en que españoles e indígenas se mezclaron sanguínea y culturalmente, de modo violento o pacífico, para dar origen a lo que es la raza chilena.
No existe a bien decir, ningún chileno cuyos ancestros tengas raíces seculares, que pueda afirmar no poseer algo de las dos sangres.
El documentado estudio de la Universidad de Chile, “El ADN de los chilenos y sus orígenes genéticos”, de acuerdo a tomas de sangre obtenidas desde Arica hasta Puerto Montt, concluye que: “la unión entre nativo-americanos de origenes asiáticos y españoles de origen caucásico, que dieron origen a la población mixta chilena actual, explican el perfil de frecuencias génicas presente en la población urbana contemporánea de Chile sea un intermedio entre aquellas originales de amerindios y españoles” ([i])
Si todos los chilenos descendemos, en mayor o menor medida, de la mezcla de ambas composiciones genéticas, ¿qué sentido tiene otorgar cupos reservados para sólo un componente de esa mezcla?
Imposición ideológica
En realidad lo que se encuentra detrás de este acuerdo no es sino el sometimiento a una ideología de carácter internacional que desde hace ya muchos años viene imponiéndose en las agendas legislativas de casi todos los países de América, desde Canadá hasta el extremo sur de nuestro continente.
De acuerdo a esa ideología, los pueblos “originales” no habrían estado contaminados del afán de lucro capitalista venido de países europeos cristianos. Así, las colonizaciones habrían “corrompido” al indígena (le bon sauvage) imponiéndole una forma de ser y de vivir basada en la propiedad privada y en el aprovechamiento de los recursos naturales, para el goce propio y no comunitario.
Para reparar tal imposición culpable y para dar nuevo vigor a esa forma tribal de economía, e, incluso, de sus cultos paganos, se deben adoptar las iniciativas de “reconocimiento” y “cupos reservados”, como los aprobados esta semana recién pasada.
Nueva forma de lucha de clases
No se piense, sin embargo, que tales “reconocimientos” quedan sólo en gestos protocolares, de buena crianza.
Las recientes Constituciones aprobadas en Ecuador, Venezuela y Bolivia, incluyen una verdadera partición territorial de sus respectivos países, de acuerdos a las diversas etnias reconocidas. La boliviana se hace llamar pomposamente: “Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia”. Es decir, ya no sólo es un reconocimiento a las raíces étnicas sino a la existencia de una pluralidad de “naciones”.
Cuando se habla de “naciones”, debe entenderse algunos conceptos básicos que las constituyen, como son los de: territorio, legislación, lengua y auto gobierno. Y serán éstas las próximas reivindicaciones para ser incorporadas en el texto de una nueva Constitución.
¿Paz o guerra?
La Ministra Rubilar justificó el acuerdo diciendo que: “Estamos sembrando semillas de justicia que va a cosechar paz.” La funcionaria gubernamental peca de ingenuidad. Basta mirar para nuestros países vecinos, como Bolivia o Ecuador, para darse cuenta que tales “reconocimientos” no han dado sino graves conflictos étnicos. En Ecuador, por ejemplo, se ha negado el acceso a algunos de esos “territorios” a representantes gubernamentales, precisamente por ser territorios soberanos.
Lo que consiguió el Gobierno esta semana, no fue “sembrar la paz”, sino, al contrario, multiplicar los conflictos étnicos, por diez; y lo que va a cosechar no será sino más guerra, más fuego y más carabineros muertos.
Juan Antonio Montes Varas – Credo; pasado, presente y futuro de Chile
[i] Soledad Berríos del Solar y otros, “El ADN de los chilenos y sus orígenes genéticos”, editorial Universitaria, febrero de 2017.
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