Desde que el mundo es mundo ―desde el big bang, si es que lo hubo― es un verdad evidente que la humanidad ha estado siempre dirigida por una plutocracia donde se amalgaman caciques, sátrapas, financieros, reyezuelos, oligarcas, y un largo etcétera.
Mas a comienzos del siglo XVIII se produjo un hecho decisivo, de los más importantes de la historia aunque no se haya destacado su especialísima relevancia: la unión de las plutocracias económicas y políticas con las sectas iniciáticas ―en especial la masonería―, donde hierofantes de todo pelaje proporcionaron a los gerifaltes un vasto conjunto de herramientas mágicas, una constelación de rituales seudoespirituales que dotaron a la casta dirigente ―poseedora ya del poder político y económico― de un poder preternatural sibilino de componente luciferino, con la condición de que, a cambio de estas poderosas energías, los plutócratas se pusieran a su servicio, ayudando a la misión que las sectas iniciáticas han tenido desde siempre: robar las almas para entregárselas al Señor de las Moscas.
Una prueba de este hecho es que la inmensa mayoría de las élites que gobiernan el mundo pertenecen a alguna secta inciática de rasgos luciferinos: Skull&Bones, Golden Dawn, Bohemian Grove, Los Fabianos, la Masonería… y los Illuminati, claro, presidiendo este parnaso de conspiradores.
Como consecuencia ese siniestro maridaje, se empezaron a desencadenar en la historia una serie de acontecimientos revolucionarios tendentes a la subversión del orden establecido, asentado en los valores del cristianismo y el derecho natural: la Revolución Francesa, las dos Guerras Mundiales, la Revolución Rusa, el asesinato de Kennedy, el 11S, la crisis del 2008… y la «Operación Coronavirus», por supuesto.
Todos estos actos golpistas y subversivos, con los que se quiere acelerar la implantación del Nuevo Orden Mundial, tienen en común que se ejecutan siguiendo unos protocolos, unos rituales, que tienen como misión garantizar el éxito de sus operaciones, pues a través de esos ritos es como acceden a las energías y las fuerzas oscuras de las dimensiones demoníacas, puesto que su oscuridad no les merma un ápice de su poder, sino todo lo contrario.
Si la plandemia ha sido orquestada por las élites globalistas de raigambre luciferina, es de esperar que su ejecución se haya llevado a cabo siguiendo patrones ocultistas, protocolos siniestros, entresacados de las ceremonias que hacen en su aquelarres los iniciados en el Mal.
Los ritos iniciáticos siguen el patrón ancestral de lo que se llama “ritos de paso”, que designa un conjunto específico de actividades que simbolizan y marcan la transición de un estado a otro en la vida de una persona. La denominación fue acuñada por el antropólogo francés Arnold van Gennep en 1909, quien señala ritos de paso como la transición de la niñez a la adolescencia, de la soltería al matrimonio, la admisión en un grupo particular…
Todo rito de paso comporta una “iniciación”, es decir, la adquisición de un conjunto de conocimientos y conductas que capacitarán al individuo para realizar el cambio de un estado a otro, de un grupo a otro, de una realidad a otra distinta, de la normalidad a una “nueva normalidad”, asimilando los paradigmas de la nueva situación.
Según el ya citado Van Gennep, estos ritos se desarrollan en tres fases: separación, transición, y reincorporación, itinerario mediante el cual los individuos son en primer lugar separados de su grupo de pertenencia habitual, y recluidos durante un tiempo sin contacto alguno con otros, o solo con los ya iniciados; luego de un tiempo, que el grupo considera prudencial y en donde se los re-socializa con nuevas enseñanzas, son reubicados e insertos en su nuevo grupo.
Estas fases se dan en los ritos de paso de la vida ordinaria, y de modo especial en los rituales de iniciación de las sociedades secretas, y su trasfondo consiste en una transformación en la que el iniciado, tras “morir” simbólicamente a su estado anterior, “renace” en un nuevo papel.
En el contexto de la magia ritual y el esoterismo, se considera que una iniciación hace que comience un proceso fundamental de cambio dentro de la persona que se inicia, produciéndose este cambio tanto en el mundo material como en el mundo espiritual.
La fase de separación del ritual iniciático se realiza mediante el aislamiento, que tiene como finalidad separar al postulante de su estado anterior, para favorecer la rotura de los lazos con su antigua realidad. Generalmente, se hace cortando los lazos con el mundo exterior. A veces, el iniciado puede ser enviado a una habitación o cueva oscura, lo cual también sugiere un próximo renacimiento de un útero oscuro. La privación del contacto con la realidad que supone el aislamiento introduce al individuo en un mundo donde está menos atado a las creencias y comportamientos del antiguo estado.
En la «Operación Coronavirus», el encierro, la cuarentena, y la distancia social fueron el aspecto de aislamiento del ritual, una medida totalmente injustificada y nunca antes vista en la historia: confinar a la población sana. ¿Cuál era su objetivo principal?: que cortáramos lazos con la normalidad de siempre, que olvidáramos sus patrones de pensamiento y de conducta, con el fin de prepararnos para acceder a la “nueva” normalidad.
Otro objetivo de los confinamientos ha sido el de someter a la población encerrada a un ominoso lavado de cerebro a través de los medios de comunicación ―la televisión, sobre todo―, que han desempeñado el papel de transmitir los conocimientos iniciáticos de la plandemia, adoctrinando y enseñando a los rebaños teleadictos los nuevos comportamientos de la “nueva normalidad” en base a la estrategia del terror. Así pues, ya tenemos una cueva oscura donde maestros tecnológicos inician a los rebaños en la “nueva normalidad”.
Otro aspecto ritual de la «Operación Coronavirus» ha sido el lavado compulsivo de las manos con hidrogeles, fenómeno que podemos considerar como las abluciones rituales de la parafernalia illuminati de esta plandemia. En efecto, en todo ritual de iniciación que se precie debe haber unas abluciones protocolarias, que se realizan antes de lo ritos mágicos, abluciones que tienen como finalidad desprenderse del estado antiguo que se quiere abandonar, simbolizando este abandono en forma de “lavarse las manos”, episodio que significa desprenderse de la culpa por haber dejado el estado anterior, y, lo que es más importante, rechazar cualquier responsabilidad por los efectos desastrosos que pueden derivarse de nuestra iniciación.
Es lo que se conoce con el nombre de “síndrome de Poncio Pilato”, el cual consiste en no querer comprometerse con una causa, sabiendo con certeza que es justa. Con esto queremos decir que las masas aborregadas sospechan que la plandemia es un circo, una farsa, que les están tomando el pelo y robando sus libertades sin ningún motivo, pero que prefieren no comprometerse, poniéndose una venda ante los ojos, rechazando adentrarse en la verdad porque eso supondría que tendrían que abandonar sus comodidades, el pequeño mundo donde se creen felices, corriendo riesgos y asumiendo peligros que su cobardía les lleva a no querer afrontar. En el fondo, el aquelarre de hidrogeles simboliza que se está rechazando la normalidad de siempre, que, ante la colosal dictadura que es humilla, los rebaños prefieren desentenderse.
Las abluciones rituales toman en el lenguaje iniciático el nombre de banishing, que significa desterrar”, pues, antes de cualquier ritual, el hierofante “limpia” el lugar de las energías y entidades que podrían interferir en el éxito de sus ceremonias.
Y así llegamos a la mascarilla, el símbolo por antonomasia de la «Operación Coronavirus», que viene a ser como la marca que llevamos en este inmenso campo de concentración que es el mundo en su totalidad, trasunto del brazalete con la estrella de David que lucían los judíos de los guettos, aunque su horror no alcanza a la marca 666 que nos hará en nuestro cuerpo la vacuna satánica, para que se sepa a quién vamos a pertenecer, como las ovejas llevan en su piel la marca de la ganadería a la que pertenecen.
Pero de esto se hablará en la segunda parte.
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