Por: Ignacio A. Nieto Guil
La siguiente reflexión no pretende tratar el tema de la “estética” desde un punto de vista propio de la rama filosófica que se encarga de su estudio, es decir, la esencia y la percepción de la belleza o, en otras palabras, lo que hace que algo entre en la categoría de lo bello. Lo anterior, sin lugar a dudas, fue sumamente distorsionado por el pensamiento moderno. Pero, contrariamente, mi indagación apunta a un análisis existencial de la estética acerca de la posición del individuo frente a una mirada externa de la vida.
Uno de los máximos representantes del existencialismo, Søren Kierkegaard, describió acabadamente tres categóricas existenciales en el que se hallan los individuos: el estadio estético (gozo), ético (deber) y religioso (Fe). En cierta medida, estas categorías existenciales no se dan en estado puro sino, por el contrario, un individuo puede oscilar en una u otra categoría; y, además, hay que tener en cuenta la etapa de la vida que un individuo está atravesando. Sin embargo, se hallará marcado preferentemente por una de ellas. El mismo Kierkegaard tuvo una fase intensamente estética en su juventud antes de entrar de lleno en la vida religiosa, sin antes pasar por la difícil decisión ética del matrimonio con Regine Olsen que, en efecto, termino rompiendo su compromiso a raíz de su vocación intelectual a la que estaba llamado a través de la escritura, describiéndose el mismo como un “escritor religioso”.
En la modernidad pareciera ser que prevalece lo estético, entendido como la mera apariencia o puesta en escena aun de lo que uno no es, por sobre el resto. Mariano Fazio en un trabajo sobre el autor danés sostiene: “el estadio estético de la existencia representa el nivel más bajo de vida humana: muestra su carencia de espíritu (unidad alma-cuerpo), porque a la persona que es víctima del esteticismo le falta la conciencia de ser un yo”. Kierkegaard lo representa como una enfermedad del espíritu: la “desesperación”. En efecto, la inmediatez y el aburrimiento vital son claros síntomas de todo espíritu estético. El pensador danés lo define: “Se observa, por tanto, que toda concepción estética de la vida es desesperación, y que todo aquel que vive estéticamente está desesperado, tanto si lo sabe cómo si no (…). Esta última concepción es la desesperación misma. Es una concepción de la vida estética, porque la personalidad permanece en su propia condición inmediata: es la última concepción de la vida estética, porque en cierto sentido ha acogido en sí la conciencia de la nulidad de sí misma”.
En este sentido, cuando el “Yo” se transforma en un centro estético a través de la exposición, la vida pasa a ser algo superficial, puesto que por antonomasia se carece de verdadera interioridad. Es así que el esteta vive de las apariencias superficiales, y por la imagen que puede aparentar ante los demás. La vida ahora es representación externa y el objetivo principal de esta representación es lo material, lo físico o incluso una demostración de poder. Por eso el hombre estético aparenta siempre felicidad, estar en lo más alto de la existencia; escondiendo sus miserias (de las cuales incluso puede sentir orgullo) y, peor aún, pierde el verdadero sentido de la vida y de las cosas mismas, pues poseen para el esteta poca significación. De esta forma, el esteta medirá todas las cosas por la utilidad y en cuanto sea provecho a su imagen, es decir, a enaltecer su ego ante otros.
Sin embargo, el verdadero llamado estético esta en buscar la profundidad y la trascendencia en cada hecho representativo de la vida tanto en lo espiritual como en lo material. La representación de lo bello es un llamado a conmover el alma ante lo sublime y a conquistarse constantemente en la humildad de la propia personalidad, o sea del “yo”. Nada tiene que demostrar aquel espíritu que se siente seguro y antepone su riqueza interior por sobre lo exterior que, en definitiva, allí se encuentra la verdadera autenticidad y trasparencia del hombre. No en cuanto aquello que lo rodea y hace a su imagen o, peor aún, el aprovechamiento casi demagógico para sobresalir por sobre los demás. Sino, contrariamente, se debe ser un reflejo de nuestra interioridad ante el mundo, con un verdadero compromiso hacia el “otro”, maravillándose conjuntamente por aquello que nos rodea y tiene verdadera significación, y no contentándose únicamente con aquello superfluo que busca alimentar vagamente un ego; aun ante una virtualidad cada vez más patente en el mundo moderno. Las personas han perdido la “presencia del otro” de manera real, puesto que ahora se intenta contentar a una masa virtual a través de una mirada inauténtica de uno mismo. Chesterton lo definiría de la siguiente manera: “La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta.”.
En el libro “Amor y Religión”, Kierkegaard, reflexiona sobre esta cuestión: “La ética desea estar separada de la estética y de la exterioridad que es el defecto de lo estético; ella desea contraer una unión más admirable, una unión con lo religioso. Y continúa: “Lo religioso desempeña entonces el mismo papel que lo estético pero en un sentido superior, aleja la celeridad infinita de lo ético y tiene lugar el desenvolvimiento, pero el escenario esta en lo interno en los pensamientos y en el espíritu, lo que no es posible ver, ni siquiera con unos gemelos de teatro. El principio del espíritu es que lo externo y lo visible, la suntuosidad del mundo o su miseria para los que existen, el resultado externo o la falta de él para los que actúan, existen para tener la fe; por lo tanto no para engañar, sino para que el espíritu pueda indagarse para reducir lo exterior y lo visible a la indiferencia, y pueda conquistarse de nuevo así mismo. Lo externo no cambia de nada la cuestión; ante todo, el resultado permanece en lo interior, y luego, será continuamente diferido”. Y finalmente sentencia que: “El desenlace estético tiene lugar en lo exterior, y lo exterior proporciona la garantía de la presencia del desenlace; se ve que el héroe ha vencido, que ha conquistado tal o cual país, y eso es todo. El desenlace religioso, indiferente hacia lo externo, solo está garantizado por el sentimiento íntimo, es decir, por la fe. Indiferente hacia la exterioridad requerida por la estética (necesita grandes hombres, grandes objetos, grandes acontecimientos, de modo que sería cómico que se tratara de gente modesta o de dos marcos y ocho chelines)”.
De tal forma, el esteta se queda únicamente en un juego externo de apariencias, careciendo de una mirada sublime ante aquello majestuoso que presenta la vida. Asimismo, el espíritu estético difícilmente encuentre la profundidad diría de la vida para contentarse y maravillarse, pues, nada llega a su alcance, siempre necesita saciar una sed que ni un majestuoso manantial puede propiciárselo. Una suerte de vida común, de personas comunes, de lugares comunes, de situaciones comunes, pueden aterrorizarlo o al menos reprocharía el valor de los buenos atributos que presentan esas nobles situaciones. Y, finalmente, el mayor peligro es practicar esa inautenticidad estética ante el “otro”, perdiéndose, de esta forma, una comunión autentica y sincera, ya que se quita, justamente, el valor de una relación humana única e irrepetible como la existencia misma.
Artículo publicado en el digital peruano laabeja.pe
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