Bajo los dictados del orgullosamente autodenominado “terror rojo”, decenas de millones de personas fueron asesinadas por todo el mundo en el siglo XX; siendo imposible su cómputo. Pero, ¿cuáles son sus raíces? A finales del siglo XIX, diversas organizaciones rusas desarrollaron una estrategia terrorista, clandestina y contra-estatal, a partir de los “manuales” y experiencias anarquistas precedentes. De tal modo, entre 1900 y 1917 se produjeron unos veintitrés mil atentados con más de once mil muertos. Uno de aquellos terroristas fue José Stalin.
En el verano siguiente a su golpe de Estado de octubre de 1917, la Revolución bolchevique se asomaba al abismo. Su control de la inmensa Rusia era muy limitado: frentes militares abiertos por “ejércitos blancos” en el Don, Ucrania, y a lo largo de la ruta del Transiberiano; presencia de numerosas fuerzas extranjeras; más 140 revueltas de campesinos desesperados; tribus musulmanas del Cáucaso y Asia central en pie de guerra.
Lenin redactó, en agosto, diversos telegramas con los que ordenaba sofocar las revueltas mediante fusilamientos masivos de combatientes y sus familiares, requisas, campos de concentración, tomas de rehenes… El día 30 se produjeron dos atentados contra Lenin y el jefe de la policía secreta de Petrogrado. Inmediatamente, Pravda, anunció lo inevitable, incitando al exterminio de “contrarrevolucionarios”, “guardias blancos” y “parásitos sociales”.
El 5 de septiembre, el gobierno soviético emitió el decreto denominado “Sobre el terror rojo”, institucionalizándolo con rango estatal. No se conoce con exactitud el número de ejecuciones que ocasionó, pero se calcula que, en los dos meses siguientes, superaría las 15.000. Únicamente fue la primera oleada, sucediéndose las “hambrunas” provocadas en Ucrania (Holodomor) y antiguos territorios cosacos, la “deskulakización”, diversos ciclos represivos de la década siguiente, el “gran terror” desatado por Stalin que aniquiló a la “vieja guardia bolchevique”, los gulags. Y todo ello, únicamente, en Rusia.
Desde sus mismos inicios saltó al exterior: primero en Mongolia, después en Hungría, Baviera, Finlandia, Polonia, España… Al término de la Segunda Guerra Mundial, los numerosos regímenes comunistas implantados por todo el mundo desplegaron férreas dictaduras, cobrándose un alto tributo en vidas humanas. De la mano de Mao, China alcanzó otro terrible hito… igualmente genocida. En la segunda mitad del siglo veinte nuevos genocidios fueron desatados por los comunistas: en Camboya, por parte del Khmer Rojo de Pol Pot, de nuevo en China con la excusa de una “Revolución Cultural” que deslumbró a tantos occidentales, en Etiopía, Vietnam…
El terror a escala industrial empezó con un Lenin que sabía y quería todo lo que ordenó
Terrorismo clandestino y terror estatal, pese a su dispar dimensión cuantitativa y táctica, están unidos por una misma lógica: la eliminación, por cualquier medio, de todo aquel que sea percibido como enemigo. Fue Hannah Arendt quien advirtió en “Los orígenes del totalitarismo” que “si la legalidad es la esencia del gobierno no tiránico y la ilegalidad es la esencia de la tiranía, entonces el terror es la esencia de la dominación totalitaria”.
Frente a tan extendidos tópicos de desmemoria histórica, como los que sufrimos en España, debemos recordar que todo el “terror” descrito, no fue obra de “desviacionistas” estalinistas alejados de la “auténtica revolución”; tal y como continúan justificando tantos santurrones progres. Pongamos los puntos sobre las íes: el terror a escala industrial empezó con un Lenin que sabía y quería todo lo que ordenó.
En plena guerra civil española, en mayo de 1937, el “terror rojo” se volvió, incluso, sobre algunos “compañeros de viaje” que habían contribuido a implantarlo. De tal modo, los trotskistas Nin, Maurín, y demás camaradas del POUM, fueron masacrados y hechos desaparecer por otros comunistas más resueltos, con menos escrúpulos y más apoyos: el PCE y sus asesores del NKVD ruso.
Entre tantas complicidades morales e intelectuales, no obstante, la conciencia moral de la humanidad viene abriéndose paso. Así, la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa aprobó el 25 de enero de 2006 la resolución 1.481 en la que se establece que “Los regímenes comunistas que existieron en Europa Central y Oriental –durante el pasado siglo– y que siguen existiendo en varios lugares del mundo se caracterizaron por violaciones masivas de los derechos humanos. Estas violaciones, variables según el país, la cultura y el período histórico, comprendían los asesinatos y las ejecuciones individuales o colectivas, las muertes en campos de concentración, la muerte por hambre, las deportaciones, la tortura, los trabajos forzosos, así como otras formas de terror físico colectivo, las persecuciones por motivos étnicos o religiosos, por la libertad de conciencia, de pensamiento y de expresión, por la libertad de prensa y la ausencia de pluralismo político”.
Tales crímenes se justificaron, según afirma, “en nombre de la teoría de la lucha de clases y del principio de la revolución del proletariado”, pues “la interpretación de esos dos principios legitimaba la “eliminación” de personas nocivas para la construcción de una sociedad nueva”.
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