El artículo manifiesta la opinión del autor.
«La gente chismosa revela los secretos; la gente confiable es discreta»
(Proverbios 11:13)
El tiempo y la historia se erigirían en aval de cuanto ha aportado el rey Juan Carlos I a España. Hace unos 25 años, nuestro rey emérito recibió el Premio de la Paz que otorga la UNESCO «por su tarea como garante de la transición a la democracia y su protección a las minorías», con una referencia a «su trabajo internacional de conciliación». El monarca fue sin duda la mejor referencia que podía presentar nuestro país para superar el aislamiento, porque a veces la vida nos regala un buen gobernante, y don Juan Carlos ha sido de los pocos que pueden presumir de tal. Me refiero a gobernantes de verdad, formados y fiables, de ésos que aportan riqueza al PNB nacional y nunca lo expoliarían; así es un Rey con mayúsculas. Pero qué decir, por el contrario, de los “pájaros reyezuelos” o, hablando en plata, “ladrones” de aquel último gobierno de la II República, que asaltó en 1936 el Banco de España para llevarse el oro y todas las reservas del Estado.
Eso sí fue un robo deshonroso y rastrero de indignos gobernantes. La medalla de oro en la olimpiada de la corrupción. Suficiente ejemplo como para callar a quien vuelva a imaginar como modelo idílico del gobierno de España a una República de pájaros reyezuelos. Ese sí fue un daño inconmensurable para los españolitos que enfrentaron la desgracia de una guerra y la miseria de lo que siguió; porque, oigan, es que no nos dejaron nada. El mejor recuerdo de la infausta II República española fue el reflejo de que donde suelen estar los “reyezuelos públicos” no anidan habitualmente esos buenos gobernantes repúblicos o patricios. A menos que yo recuerde mal, no aparecieron repúblicos ni por la I República del siglo XIX, ni en la igualmente aciaga II. ¿Piensan ustedes que tenemos en nuestro gobierno algún mimbre válido como para ser repúblico, e intentar una III? Pues, francamente, si lo hay yo no lo veo.
No obstante, la historia de España atestigua la validez de la afirmación latina “sic transit gloria mundi”, pues tras la gloria que nos dejaron reyes de la talla de Isabel la Católica, Carlos I, o Juan Carlos I, la memoria de alguno se estrecha, se confunden los términos y acaban por buscarse gestos o vicios, que desde luego de todo hay, donde predominaron virtudes políticas. Hemos visto a gentes deshonestas, de las que por ambición estarían dispuestas a vender su alma al diablo, si creyeran que existe, vocear secretos de alcoba o“chismes torticeros”. Y, con todo el respeto que me merecen los cargos electos, no es ese el modo adecuado de hacer país en medio de una pandemia como la que sufrimos desde hace un año.
Creo que fue Jesús quien dijo que el que se sienta libre de pecado tire la primera piedra. En este caso, además, yo sugeriría que antes de hablar de los demás hay que mirarse al espejo o hacia los que se tienen más cerca.
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